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29 nov 2023

Reseña: Ducks: Two Years in the Oil Sands, de Kate Beaton

Kate Beaton, Ducks: Two Years in the Oil Sands (Londres: Jonathan Cape, 2022). 430 páginas. 

Cuando el sector minero australiano estaba en su punto más álgido, en la primera década de este siglo, recuerdo que uno de mis cuñados barajaba la idea de irse a trabajar al oeste de Australia (la región de Pilbara, donde están las mayores minas de hierro). El razonamiento era que en un año podía ganar lo que en su trabajo normal le llevaría cuando menos cinco años. No se fue y nunca más volvió a hablar de ello.

Cuando Kate vio la aurora boreal... (p. 131) 
 
Una aurora boreal a unos 11 000 metros de altitud en Canadá, captada en fotografía por Yevgeny Pashnin el 22 de enero de 2004. © Yevgeny Pashnin.

Ducks es la autobiografía en formato de novela gráfica de la experiencia de la canadiense Kate Beaton como trabajadora en las explotaciones petrolíferas del norte de Canadá. Abarca casi tres años en diferentes ubicaciones de Alberta. Beaton, oriunda de Nueva Escocia, decide probar fortuna en las arenas petrolíferas para poder pagar su deuda estudiantil rápidamente. Una mujer joven sin experiencia alguna en el campo industrial se traslada a un lugar donde el sexismo y la misoginia son el pan nuestro de cada día (casi he reemplazado esa palabra con otra: «hora»).

Una de esas fiestas... (página 209)

Beaton ahonda en la brutal sensación de aislamiento al tiempo que describe situaciones surrealistas como la irrupción «por error» de tipos bebidos en su dormitorio. Pero conforme avanza en su narración, el enfoque pasa a abarcar también la explotación de los recursos naturales y la calamidad que eso supone para el medio ambiente y para las poblaciones indígenas del norte de Canadá. La muerte de una gran bandada de patos es el detonante. El libro acomete la tarea de denunciar el doble coste de la industria petrolífera canadiense: el ecológico y el humano. Y cumple con creces.

Página 329. 
Asimismo, el libro apunta hacia la inhumana cultura prevalente en el lugar de trabajo. La mayoría de los empleados padecen estrés y depresión, se sienten extremadamente solos y recurren al alcohol y las drogas.

Un libro muy completo (pero largo) en el que los dibujos demuestran el buen hacer de Beaton para definir las emociones de los personajes en determinadas situaciones. Le vendría bien, si acaso, algo de colorido, pero su lectura me resultó amena.

30 may 2021

Reseña: Dadas las circunstancias, de Paco Inclán

Paco Inclán, Dadas las circunstancias (Zaragoza: Jekyll & Jill, 2020). 151 páginas.

Este pequeño volumen de crónicas y relatos revestidos de una tremendamente sutil ironía es el primero que leo de mi paisano Inclán. Y en verdad que no defrauda. A quien le gusta la literatura que finge haberse puesto rumbo a ninguna parte, Dadas las circunstancias le debe agradar con creces.

El volumen comprende 8 relatos localizados en diferentes partes del mundo. Inclán llega a estos lugares por alguna peregrina razón que nos explica al inicio de cada relato. En el primero, ‘Plutón, planeta enano’, Inclán acude a Praga con motivo de la Feria del Libro. Tras los actos oficiales queda a tomar unas copas con Maritza, una estudiante de traducción, y un autor local, Hesel, que busca editor en español.

Hesel resulta padecer enanismo. Inclán recuerda en la primera parte de su relato cómo se enteró de la decisión de quitarle a Plutón la categoría de planeta del sistema solar en las orillas del océano Pacífico mexicano. La velada discurre en diálogos confusos e inconclusos, miradas hundidas en esa singular incomprensión empapada en alcohol y que acentúa la falta de una lengua común. La salida más decorosa es pagar la cuenta y olvidarse para siempre del manuscrito de Hesel.

El siguiente relato es más bien una colección de viñetas que transcurren en La Habana. En la capital cubana Inclán conoce a un imitador del Che Guevara, que incluso tira de inhalador para parecer más realista; se desilusiona en una librería donde se amontonan libros que nadie quiere, nadie va a leer y nadie va a echar de menos; conoce a una valenciana con la que comparte un viaje en coche y luego la cama durante un par de horas; y finalmente recibe un testimonio de un joven cubano, en un breve relato que evidencia la ineptitud y esterilidad que produce la burocracia del sistema cubano.

En ‘El último hablante de erromintxela’, Inclán viaja al País Vasco buscando al que, se supone, es el último vestigio viviente de un idioma virtualmente extinto. Bajo una pertinaz lluvia sigue una senda en los montes de Llodio buscando a Goyo y termina dando media vuelta, confundido, avergonzado y derrotado. ¡Que se muera el idioma!

Hauré passat per aquest punt del carrer de l’Hospital milers de vegades. I si estava Paco Inclán al meu costat i no ho sabia? Fotografia d'Espencat.
‘Escatología en la obra de Arnau de Vilanova’ parte de una premisa equivocada. La escatología a la que se refiere el título no es sobre el estudio de los excrementos sólidos con fines científicos, sino que versa sobre las ideas y creencias en torno “al fin de los tiempos”. (Sí, es cierto: ¿Hay algo más absurdo que estudiar algo que nunca vamos a conocer?) El caso es que esa investigación académica que lleva a Inclán a la Biblioteca del Carrer de l’Hospital en mitad del siempre infernal mes de agosto en València está condenada. Al autor le entran unas imperiosas necesidades de evacuar el intestino grueso. Sale de la biblioteca y busca un lugar en una ciudad desierta: “Una pintada en un muro, «buen sitio para hacerse porros», me indica que he encontrado un escondrijo idóneo bajo la imponente sombra de un árbol […] que, a poco que la fama me fuese propicia, se convertiría en centro de peregrinación de mis lectores: «En este lugar depuso Paco Inclán sus ínfulas de grandeza.» (p. 82). Toda una epopeya, que termina con una sencillísima clarividencia: “El apocalipsis apenas dura unos segundos, seis o siete.” (p. 86) Como dicen los mexicanos: «No manches, güey».

Paco Inclán debe de tener una ¿alarmante? habilidad para coincidir en el espacio y tiempo con gente más excéntrica y rara que él. Solo así se comprende el ‘Viaje al país del esperanto’, donde conoce a Miquel, quien “afirma trabajar en favor de una alianza para «sumar esfuerzos en la internacionalización del esperanto y la normalización del consumo del cannabis».” (p. 100) Gracias a un dato que le pasa Miquel, consigue pasar la noche siguiente en un museo privado, fumando marihuana entre libros en una lengua que no ha aprendido y preparando un artículo sobre los esperantistas que nunca verá la luz.

Nunca decae el excelente nivel de ironía que hay en los relatos de Dadas las circunstancias. En Veracruz, donde dice haber ido a contraer matrimonio, asiste a un homenaje a Pancho Villa, aunque, de hecho, el revolucionario nunca estuvo en la ciudad. Pero el invitado estelar es “uno de los tropecientos nietos” de Villa, el Presidente de la Fundación Pancho Villa. Es ‘La exaltación de las ausencias’ en Veracruz: “Su huella es indeleble aunque nunca la pisara.” (p. 135)

Completan el volumen dos relatos localizados en Valladares (Galicia) y Berlín. En mi opinión, la principal virtud de la escritura de Paco Inclán es ese discurrir hacia ninguna parte, realizando esbozos de personajes inverosímiles por lo insólitos que son, al tiempo que se ríe de sí mismo. Lo que cuenta es el viaje, nunca el destino, y con Paco al volante…

Gràcies, T. M'ha agradat una barbaritat!

23 ago 2020

Reseña: Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up, de Tom Phillips

Tom Phillips, Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up. (Londres: Wildfire, 2018). 261 páginas.

En un lugar de Valencia de cuyo nombre me acuerdo perfectamente había una tarde de primavera dos adolescentes con un caja de fósforos. Que a los valencianos nos guste el fuego no es excusa para lo que uno de esos dos chicos hizo: encender un matojo de petorret*. En apenas segundos lo que había comenzado como un juego estuvo a punto de convertirse en un incendio. Por suerte, no fue el caso. Adivina quién era el chico de las cerillas.
Petorret en Punta de Capdepera, Mallorca. Fotografía de H. Zell. 
La premisa principal de Tom Phillips en este libro suyo sobre los humanos queda perfectamente expresada en el subtítulo: A Brief History of How We F*cked It All Up, o lo que es lo mismo, ‘Una breve historia de cómo lo cagamos todo’, sin ese asterisco que tanto parece emocionar a la autocensura anglosajona. El libro es un compendio de los errores, desatinos, aberraciones, barbaridades y, en términos más ramplones, grandes cagadas que los humanos han causado a lo largo de los miles de años que llevamos dominando la vida en este sufrido planeta.

Lo hace en clave de humor, pues un tema tan serio como este merece realmente algo de humor. De lo contrario, la demostración de que los seres humanos somos capaces de no aprender de los errores cometidos década tras década o siglo tras siglo podría conducir a cualquiera a la depresión. O a algo peor.

El libro está dividido en diez secciones, y cuenta además con un prólogo y un epílogo. En el prólogo Phillips apunta que contamos con “una notable capacidad para cagar las cosas.”  En la primera sección trata de los errores que la propia evolución del animal que somos ha ocasionado, achacando al cerebro humano la propensión a equivocarnos: “¿Cómo es que nuestro singular modo de pensar nos ha permitido dar forma a nuestro mundo según nuestros deseos de maneras increíbles, pero también tomar constantemente las más rematadamente peores decisiones posibles pese a que está muy claro lo muy malas ideas que son?” (p. 17, mi traducción) Esa primera sección Phillips la ha titulado ‘Por qué tu cerebro es un idiota’.

Las demás secciones refieren los desastres medioambientales que hemos causado y seguimos causando por mor de la agricultura y la ganadería. O por cuestiones de política y de liderazgo. También hay capítulos dedicados a las guerras, el colonialismo, la diplomacia en manos de completos inútiles y, por supuesto, los numerosos desarrollos tecnológicos fallidos y sus muy desastrosas consecuencias. El último capítulo lleva por título ‘A Brief History of Not Seeing Things Coming’ [Una breve historia de no ver lo que se nos viene encima], lo cual tiene definitivamente una más que rabiosa actualidad.

El libro ofrece una abundante cantidad de anécdotas históricas de fracasos, cagadas y descalabros de todo tipo. Algunas ya me eran conocidas (la fabricación de los gases refrigerantes clorofluorocarbonados, o la adición del plomo a las gasolinas; lo curioso de ambos desastres es que fue, en cierto modo, un mismo hombre quien los provocó: Thomas Midgley Jr.). Otros errores épicos más o menos ya conocidos incluyen la suelta indiscriminada de conejos y de sapos de la caña de azúcar en Australia.
Thomas Midgley Jr: Mientras ganemos más dinero, ¿a quién le importa lo que pase al planeta?
Otras anécdotas son menos conocidas, pero te provocan la risa por lo ridículas o absurdas que fueron en su momento. Es el caso de Sigurd el Poderoso, que en el siglo IX retó a otro caudillo, Mal Brigte, en un combate a muerte, con cuarenta guerreros en cada bando. Pero el listillo de Sigurd se trajo ochenta hombres consigo. Qué cabrón, me ha parecido que te he oído decir.

No sé si era bueno como jugador de ping-pong, pero la idea de masacrar los gorriones en China causó después una hambruna que mató a millones. Mao Zedong, el Gran Timonel que no tuvo la suficiente clarividencia de prever que a menos pájaros, más langostas. Y a más langostas, menos trigo.
Por supuesto, toda una falta de honradez, pero podríamos añadir acto seguido que, en este sentido, bien poco ha cambiado la humanidad. El caso es que Brigte perdió la batalla y también la cabeza. Tras decapitarlo, Sigurd anudó la chola del perdedor a la silla del caballo y se fue a casa a celebrarlo. Por entonces no se celebraban rúas, ni acudían en masa a Cibeles o parajes similares. En su victorioso regreso al hogar, los incisivos del difunto le hicieron una herida en la pierna al gran guerrero nórdico. A los dos días, a causa de la infección que le provocó la herida, Sigurd era ya historia. Moraleja: asegúrate de que, si le vas a cortar la cabeza a tu enemigo y la vas a colgar de tu montura, vaya primero al dentista. O algo parecido, ¿no?

De la conclusión quiero mencionar un párrafo, haciendo hincapié en que esto es de 2018: “Sea lo que sea que nos depare el futuro, sean los que sean los desconcertantes cambios que sobrevengan en el año que viene, la década siguiente y el siglo que tenemos por delante, parece probable que seguiremos haciendo básicamente las mismas cosas. Culparemos a otros de nuestras desgracias, y construiremos complejos mundos de fantasía para que no tengamos que pensar en nuestros yerros. Recurriremos a líderes populistas después de las crisis económicas. Nos pelearemos por el dinero. Sucumbiremos al pensamiento grupal y a las manías y al sesgo de confirmación. Nos diremos que los nuestros son unos planes muy buenos y que nada puede salir mal.” (p. 253, mi traducción). 

Y justo en la página siguiente, esto:

(*Arbusto mediterráneo que al arder hace un ruido similar a la pedorreta)

13 sept 2016

Reseña: Espejos-Una historia casi universal, de Eduardo Galeano

Eduardo Galeano, Espejos-Una historia casi universal (Madrid: Siglo XXI, 2014 [2008]). 365 páginas.
Espejos es un libro prácticamente inclasificable. No se acerca ni por asomo al ensayo y tampoco es un compendio histórico en el sentido estrictamente académico del término. Pienso que el subtítulo, Una historia casi universal, pretende ser más un guiño al lector que una declaración de intenciones. No es, por razones obvias, una historia universal. Es más bien un viaje a través de la historia y de las civilizaciones que han nacido, prosperado, alcanzado su máximo esplendor y finalmente desaparecido a lo largo de los años en que la humanidad, esa especie que todo lo depreda y maltrata, ha colonizado la Tierra.

Galeano se aproxima a las grandes figuras de la historia adoptando un punto de vista muy diferente del de la Historia como disciplina. Los personajes importantes son los olvidados, los menospreciados, los explotados: mujeres, grandes figuras de la resistencia entre los esclavos, las víctimas de regímenes despóticos y sistemas basados en la injusticia y la explotación de los más débiles. Cada una de las breves narraciones busca ser un espejo en el que mirarnos. Si hemos llegado a donde estamos en septiembre de 2016, es porque antes ha ocurrido todo esto, parece querer recordarnos a cada instante el escritor uruguayo. Por eso su estructura es en gran medida cronológica, desde los más antiguos relatos mitológicos aderezados habitualmente de matices religiosos a los acontecimientos más recientes en el año en que se publicó Espejos por vez primera, 2008.

Galeano escribe siempre con ironía. Sus dardos están bien lanzados, y los destinatarios de tales críticas quedan malheridos por necesidad. El esfuerzo del autor, quien falleció hace poco más de un año, fue encomiable: Galeano reconoce que le fue imposible compilar una bibliografía de todas las fuentes consultadas. Una bibliografía completa quizás habría triplicado el libro en número de páginas. A quien aprecie la buena literatura debe bastarle con saber que un lector erudito e incansable como fue en vida este honorable charrúa hizo uso de miles y miles de libros y textos para obtener la información que conforma esta historia casi universal.
Imprescindible.

31 jul 2015

Reseña: Reality Hunger, A Manifesto, de David Shields

David Shields, Reality Hunger: A Manifesto (Camberwell: Penguin, 2010). 213 páginas.

En el párrafo 239 de su libro, David Shields expone sus dudas de que él sea “la única persona a la que le parezca cada vez más difícil querer leer o escribir novelas.” (p. 81, mi traducción). Puede que sea cierto, que no esté solo, pero a mí no me cabe ninguna duda de que probablemente sean muchos más los que quieren seguir leyendo (si no escribiendo) obras de ficción.

Un libro a ratos absurdo y contradictorio y a ratos provocador y sugestivo, este mal llamado manifiesto abunda en la (ya repetida hasta la saciedad) inminente muerte de la novela como género literario. Aduce Shields que el público tiene hambre de realidad. Personalmente, la ficción es el género que prefiero leer casi de continuo, para poder evadirme de la realidad – mi realidad, que nunca será la realidad de David Shields o de ningún otro ser humano. No niego que haya muchos a quienes se les despierte el ansia de consumir eso que convenimos en llamar realidad. Como apunta Shields, (muy acertadamente, por cierto), eso que llamamos realidad (esto es, los hechos) y que se aloja en nuestra memoria no deja de estar extremadamente mediada (está harto expuesta a la ficción que solemos construir en nuestra mente de lo que meramente percibimos como hechos).

Uno de los problemas de este libro es su estructura. Por mucho que Shields agrupe las citas, paráfrasis, digresiones y reflexiones en capítulos (ordenados según las letras del abecedario de la lengua inglesa – en la versión en castellano no existe el capítulo ñ, claro), el conjunto es más bien caótico y dista mucho de poder capturar la atención del lector de manera sostenida. Dicho de otra manera, los árboles no te dejan ver el bosque.

Mucho más interés y validez tienen para mí sus observaciones sobre la necesidad de mezclar, fundir,  aunar, fusionar (añade tú otros sinónimos que te parezcan apropiados) ficción y no ficción: eliminar los límites que demarcan una cosa de la otra producirá a largo plazo obras literarias que merezca la pena leer. En mi opinión, no es que la ficción imaginativa haya menguado, sino que se publica demasiada ficción imaginativa de poca o nula calidad. Es lógico que el género se resienta.

El otro tema que trata Shields y que suscita mi interés es la cuestión del plagio y la propiedad intelectual de los textos. Más de la mitad de su libro se compone de palabras que han escrito o dicho otros, quienes a su vez probablemente se inspiraron (el origen de esta palabra quizás ilumine algo a este respecto) en las obras de los que le precedieron. ¿Quién es dueño de las palabras?, dice Shields. Todos y nadie. Las nuevas tecnologías amenazan con el derrumbe de un sistema establecido desde hace siglos: sería bueno que el desenlace de las tensiones actuales fuera cumplir con el ideal democrático de la libertad.

Para que no haya malentendidos: no me refiero a la libertad de pasarse copias digitales de un usuario a otro, sino a la libertad para que un escritor pueda utilizar los textos de un escritor que le precedió en la historia para rescribir y recrear. (Y si hay que pagarle unos pocos pesos a alguien o a la viuda de alguien, se hace y en paz, pero todo en su justa medida. Nada de abusar de la juventud, por favor, que ya padecen lo suyo.)

Una de las citas que incluye Shields me ha dejado un tanto aturdido. En el párrafo 242 dice (citando, según parece, a Andrew O’Hehir): “Our culture is obsessed with real events because we experience hardly any” [Nuestra cultura está obsesionada con los hechos reales porque prácticamente no experimentamos ninguno, p. 82] ¡Quia! Shields habría hecho bien en aplicarse el detector de bobadas que menciona en la página 46, y que en su opinión tiene que ser el don fundamental de un buen escritor.

Reality Hunger: A Manifesto lo ha traducido Martín Schifino (Hambre de realidad: un manifiesto) para Círculo de Tiza (2015).

30 nov 2014

Reseña: Walking Home, de Simon Armitage

Simon Armitage, Walking Home (Oxford: ISIS, 2013). 285 páginas.

Un viaje de 256 millas, o lo que es lo mismo, 428 km, cruzando de norte a sur los Peninos, la cordillera que une los Midlands ingleses con Escocia, parando cada noche en un lugar distinto para llevar a cabo un recital de poesía. Un trovador del siglo XXI, armado de GPS por si las moscas, pertrechado de teléfono móvil para grabar sus notas y un cargamento irracional de barritas Mars de chocolate.
  

En el verano de 2010 Simon Armitage puso en su web un anuncio. Se proponía recorrer el Pennine Way de norte a sur (en dirección contraria a la que suele tomar todo el mundo) y solicitaba la ayuda de todo aquel que apreciara la poesía. En apenas unos meses ya tenía más o menos organizado el viaje, con promesa de cama y comida cada noche y compañía en el camino. Para costearse el viaje se propone hacer un recital de poesía cada noche en un lugar diferente y aceptar los donativos que los concurrentes tengan a bien dejarle en el calcetín limpio que le acompaña a tal efecto. Los libros de poesía le acompañarán en una maleta (apodada the Tombstone, “la Lápida”) que amables voluntarios llevarán de un punto a otro en el norte de Inglaterra por medios de transporte más convencionales. La única noche en que no habrá recital, nos avisa, es la de la final de la Copa del Mundo en Sudáfrica. Cada uno debe definir sus prioridades de antemano.
High Force - fotografía de Les Hull
Walking Home es el resultado de esa odisea moderna. Como dice el título, Armitage va camino de casa. Nacido en Marsden, por donde pasa el Camino de los Peninos, Armitage ha vivido siempre en el norte de Inglaterra. Es un libro atípico: cada día el caminante se encuentra en un estado de ánimo diferente, y las vicisitudes de la marcha son lógicamente diferentes. Cuando se pierde en los montes Cheviot, cerca de la frontera con Escocia, Armitage está en un tris de abandonar su ambiciosa empresa.
Maize Beck - fotografía de Les Hull
No es, en el sentido estricto del género, un libro de viajes. Es innegable que se trata del libro de un poeta, pero no hay únicamente poesía, sino también (y en dosis muy generosas) mucho humor. La mayor parte del recorrido Armitage iba acompañado de voluntarios que habían respondido a su anuncio. Las conversaciones, pero también los silencios, son en ocasiones materia para la reflexión. “Emprender el camino es rendirse al saber popular y afrontar un reto contra el propio ser. Desde el punto de vista físico, asumí que no estaría a la altura, y resultó que sí lo estuve. Desde el punto de vista mental,  pensé que sería más que capaz de hacerlo, y resultó que no lo fui.” (p. 278, mi traducción)
Barro, barro y más barro... Fotografía de Oliver Dixon
A pesar del barro, la lluvia, la niebla (Inglaterra en verano, don’t you just love it?), la pesadez de las piernas tras dos semanas de caminar jornadas enteras, el juglar contemporáneo termina el recorrido (no llegó a completar el trayecto, por cierto – decidió  no hacer los últimos diez kilómetros) con poco más de 3000 libras en el bolsillo (ya no estaban en el calcetín). Para los que nos gusta caminar, este es un libro recomendable porque Armitage describe muy bien las sensaciones que deja en la memoria un largo trayecto de este tipo. Como lector, sin embargo, me quedé con ganas de saber algo más acerca de los recitales, por la mayoría de los cuales Armitage pasa de puntillas.
Peldaños para el caminante. Jacobs Ladder. Fotografía de Clem Rutter

Hay en Australia varios senderos de largo recorrido que bien podrían servir de inspiración a algún bardo ambicioso y pertinaz. Que no espere sin embargo que canguros, wallabies, zarigüeyas, wombats y koalas le llenen el calcetín de dólares. Por las tierras que cruza el Sendero de los Alpes Australianos (Australian Alps Walking Track) apenas encontraría unas cuantas granjas, y poco más. Pero si alguien se anima, pues buena suerte. Le esperaré en el Namadgi Visitor Centre.

15 feb 2014

Reseña: Say Her Name, de Francisco Goldman

Francisco Goldman, Say Her Name (Detroit: Thorndike Press, 2013). 602 páginas.


El único regalo que recibí las Navidades pasadas es un CD con cuatro canciones cuya música ha compuesto mi admirada Faye Bendrups; la letra de esas cuatro canciones procede de cuatro poemas de Lalomanu. Una de esas canciones es el poema que cierra el libro, ‘Epilogue’ y uno de los versos de ese poema dice “you’ll be skipping in our hearts, Clea”. Me resulta reconfortante que Francisco Goldman escriba lo siguiente en su libro de homenaje: “Say her name. It will always be her name. Not even death can steal it. Same alive as dead, always. Aura Estrada.” (p. 476) [“Di su nombre. Siempre será su nombre. Ni siquiera la muerte puede robarlo. Lo mismo viva que muerta, siempre. Aura Estrada.” (mi traducción)]

Aura Estrada fue la esposa del escritor estadounidense durante dos años. Se habían conocido dos años antes en un evento literario neoyorquino que Goldman narra en Say Her Name con sutil ironía y mucho humor. Aura era otra de las muchas jóvenes latinoamericanas que se hallan en los Estados Unidos estudiando e investigando, compaginando la elaboración de una tesis doctoral con trabajos mal pagados (cuando no ilegales). Aura había comenzado ya a demostrar un cierto talento literario cuando la fatalidad quiso que una ola la estampara contra el fondo del océano en la playa de Mazunte. El impacto le fracturó la espina dorsal y murió al día siguiente en un hospital de la ciudad de México.
Playa de Mazunte. Fotografía de Wikipedia.
Una de las interrogantes que el lector de Say Her Name deberá preguntarse y responderse (no hacerlo, seamos francos, diría muy poco en su favor) es en qué medida resulta convincente la aseveración que hace Goldman de que su libro es una novela (véase la entrevista que concedió a Paris Review). Yo personalmente he optado por clasificarla como no ficción. Una cosa es jugar con ciertos aspectos secundarios que ayudan a sostener una trama, y otra, bien distinta, atribuirle a esta perceptiva, a ratos tremendamente íntima narración, las características propias de una novela. Insisto: no lo parece, diría yo, en al menos un porcentaje por encima del 51%.

En un principio Goldman parece perseguir que su lector lea el libro como una confesión ficcionalizada del viudo sobre el que recae la sospecha de negligencia. La culpa como losa que no puede quitarse de encima. Pero conforme la narración avanza, Say Her Name pasa a convertirse en una admirable historia de amor; son las vivencias compartidas con Aura, rememoradas por Goldman, junto con los recuerdos borrosos de los largos meses de duelo, de dolor, de soledad, lo que le otorgan a este libro una energía y una sinceridad sobrecogedoras. Como el mismo Goldman señaló en la entrevista en Paris Review a la que he aludido antes, es un libro sobre el amor, no sobre la muerte (“I hope more people read it as a book about love than as a book about death”).

No se deben comparar los duelos por pérdidas de seres queridos. Es un error en el que caen demasiadas personas. O incluso situaciones mucho peores: un estúpido o estúpida evaluador/a de manuscritos le sugirió a mi mujer que la muerte de su hija en una catástrofe natural podría, para determinadas personas, entrañar un mismo nivel de embestida emocional que la muerte de una mascota, digamos un perro o un gato.

Say Her Name es el entrañable relato de cómo conoció Goldman a Aura, como ella cambió su vida para mejor y para siempre. También es el relato franco de un atónito Goldman ante la irracional reacción de la madre de Aura, Juanita, que en última instancia se niega a entregarle a Francisco las cenizas de su esposa y trata de instar por medio de sus abogados una investigación criminal, acusando a Goldman de imprudencia temeraria y negligencia, prueba de que el dolor desesperado puede instigar un odio ilimitado en personas con inestabilidad emocional o mental.

No obstante todo lo anterior, pienso que al lector de Say Her Name le resultaría interesante contraponer (que no comparar) la lectura del libro de Goldman con Wave, el sobrecogedor relato de Sonali Deraniyagala que reseñé hace unos meses.

Faye repite el nombre de mi hija en el estribillo de ‘Epilogue’, canción que no puedo escuchar sin derramar lágrimas de amor por Clea, y de agradecimiento a una mujer que me ha regalado lo más hermoso, lo más valioso, que nadie pudiera jamás regalar. Porque siempre será su nombre: Clea.

Say Her Name la ha publicado la editorial Sexto Piso en castellano, en traducción de Roberto Frías.

2 feb 2014

Reseña: Levels of Life, de Julian Barnes

Julian Barnes, Levels of Life (Londres: Jonathan Cape, 2013). 118 páginas.

“En los primeros años de la vida, el mundo se divide, grosso modo, entre los que han tenido sexo y los que no. Más adelante, entre los que han conocido el amor y los que no. Más adelante todavía – al menos si tenemos suerte (o lo contrario, mala suerte) – se divide entre los que han padecido el duelo y los que no. Estas son divisiones absolutas; son trópicos que cruzamos.” (p. 68, mi traducción). Levels of Life es, en muchos sentidos, un extraordinario libro que, a quien no haya cruzado ese Trópico del Duelo puede que le resulte inabordable.

Pat Kavanagh, la esposa del autor de The Sense of an Ending, murió en 2008, 37 días de que los médicos descubrieran que tenía un tumor cerebral. Exactamente cuatro años después Barnes completó Levels of Life (Pat murió un 20 de octubre, fecha en la que firma Julian el libro), el cual, con 118 páginas y una inusual pero acertadísima estructura, constituye una lectura amena y absorbente.

Levels of Life está dividido en tres partes: ‘The Sin of Height’, ‘On the Level’ y ‘The Loss of Depth’ [El pecado de la altura, Con honestidad y La pérdida de profundidad]. Aviso para navegantes: quien espere encontrar una memoria desgarrada del duelo de Barnes tras la muerte de su esposa (no emplearé ninguno de los eufemismos que el propio Barnes deplora), mejor que no tome este libro entre sus manos, porque probablemente no entenderá nada.
Autorretrato de Nadar (c. 1865). Fuente: Wikicommons
La primera parte es una somera historia de los pioneros de la navegación aerostática, y Barnes dedica su atención principalmente a Gaspard-Félix Tournachon (apodado Nadar), quien fue también pionero de la fotografía aérea. Nadar “fue periodista, caricaturista, fotógrafo, aeronauta, empresario e inventor, ávido registrador de patentes y fundador de compañías” (p. 15). Fue, asimismo, el primer ser humano en tratar de explotar la capacidad “de mirarnos desde la distancia, de hacer que lo subjetivo sea de repente algo objetivo”. El maravilloso y acelerado de la aeronáutica posibilitó hace ya años que el ser humano saliera de la Tierra y pudiera observar el lugar donde vivimos desde la distancia. De pronto, en otro trópico o línea que la humanidad ha cruzado, podíamos vernos a nosotros mismos tal como (hasta entonces se había asumido no sin cierta obediencia ciega a la religión establecida) lo había estado haciendo Dios. Quizás fue ese el momento en que murió la idea de Dios.
Earthrise. Fotografía de Bill Anders (24 de diciembre de 1968). Fuente: Wikicommons
La segunda parte es un relato dramatizado de la historia de amor entre otros dos aeronautas, el  capitán inglés Fred Burnaby y la actriz francesa Sarah Bernhardt (a quien Nadar retrató en numerosas ocasiones). Barnes recurre a la ficción (“podemos establecer que se conocieron en el París de los 1870” (p. 37). Toda historia de amor es en potencia una historia de duelo, nos dice Barnes en varias ocasiones en el libro. Burnaby cree estar enamorado de la actriz (La Divina), pero Bernhardt no se compromete con nadie: “Estoy hecha para la sensación, para el placer, para el momento. Estoy a la búsqueda constante de nuevas sensaciones, de nuevas emociones. Así seré hasta que mi vida se acabe. Mi corazón desea más excitación que la nadie – una persona sola – pueda dar.” (p. 56) Rechazado, Burnaby se examina y descubre que “fue él que se engañó a sí mismo. Mas si ser honesto no te protegía del dolor, puede que fuera mejor estarse en las nubes” (p. 61-2).
Sarah Bernhardt. Retrato a cargo de Nadar. Fuente: Wikicommons. 
La tercera parte es la reflexión personal de Barnes sobre el duelo como proceso vital, y sobre su experiencia personal a lo largo de esos cuatro años. El duelo, explica Barnes (y coincido plenamente con él) “es un estado humano, no una afección médica, y si bien hay pastillas que nos ayudan a olvidarlo – y todo lo demás – no hay pastillas que lo curen.” (p. 71).

El tono de esta tercera parte no es confesional, sino meditativo; no es autoindulgente sino escrupuloso en su naturalidad. Se compone de retazos de sus vivencias tras la muerte de Pat: comentarios inapropiados, consejos inútiles, silencios vergonzosos, la ira del doliente… Si no fuera por la ironía anónima con la que delicadamente maneja esas anécdotas y episodios, el resultado sería devastador para aquellos que, en su caso, metieron la pata.

Desde un punto de vista meramente personal, me produjo un leve placer íntimo la frase siguiente, por lo cercana que la experiencia de Barnes parece estar a la mía propia: “Algunos amigos tienen tanto miedo del duelo como de la muerte; te evitan como si temieran contagiarse” (p. 75).

Desde las alturas de los globos aerostáticos en los que los pioneros veían a sus congéneres Barnes pasa a la caída libre, al descenso a los infiernos del duelo sin caer en las “muchas trampas y peligros [que hay] en el duelo, y que el paso del tiempo no reduce. La autocompasión, el aislacionismo, el desprecio por el mundo, un excepcionalismo egoísta: todos aspectos de la vanidad” (p. 113).

Las ideas que Barnes explica en los siguientes extractos me parecen especialmente significativas y conmovedoras. En referencia a esas fotografías que todos tenemos de nuestros seres queridos: “Esas viejas fotos familiares de tiempos más felices han pasado a parecer menos originales, menos parecidas a fotografías de la vida misma, más parecidas a fotografías de fotografías. […] el recuerdo que tienes de tu vida – tu vida previa – se asemeja a ese milagro corriente que contemplaron Fred Burnaby,  el Capitán Colver y el Sr. Lucy en alguna parte cerca del estuario del Támesis. Estaban por encima de las nubes, debajo del sol, […] El sol estaba proyectando sobre el espeso banco de nubes que había debajo la imagen de su nave […] Burnaby la comparó con una ‘colosal fotografía’. Y así es con nuestra vida: tan clara, tan segura, hasta que por una razón u otra […] la imagen se pierde para siempre, disponible solamente para la memoria, convertida en anécdota.” (p. 110)
Caricatura de Fred Burnaby en Vanity Fair, 2 de diciembre de 1876. Fuente: Wikicommons.
Los que hemos sido golpeados por el duelo (“griefstruck” es la palabra que emplea Barnes) sabemos que el dolor nunca desaparece, y aceptamos vivir con él: “El dolor demuestra que no has olvidado; el dolor refuerza el sabor del recuerdo; el dolor es una prueba de amor.” (p. 113)

10 nov 2013

Reseña: Wave, de Sonali Deraniyagala

Sonali Deraniyagala, Wave (Nueva York: Alfred A. Knopf, 2013). 228 páginas.

La ficción permite que surja la coincidencia, mas en la vida real la coincidencia puede dar pie a preguntas a las que volvemos una y otra vez, y de las cuales el pluscuamperfecto de subjuntivo es su incontestable expresión sintáctica. Esas preguntas que comienzan por ‘¿Y si… ?’ adquieren su dimensión más conmovedora en los relatos personales, pero dentro de la ficción tales preguntas hipotéticas resultan bastante inservibles. Por poner un ejemplo, nadie se hará nunca esta pregunta: ¿y si los protagonistas de la brillante novela Questions of Travel, galardonada con el Premio Miles Franklin de 2012, de Michelle de Kretser, no se hubieran conocido?

Por otra parte, las memorias y los relatos objetivos de experiencias personales permiten a los lectores relacionarse con dichos textos de modos que la ficción nunca puede permitirnos. Hay una cierta crudeza en los textos autobiográficos, una afirmación franca y escueta de sentimientos no mediados, la cual no queda enmascarada por las palabras. Es esta poderosa declaración lo que les otorga un valor al que ninguna obra de ficción puede aproximarse. Su emoción, su veracidad, pueden extenderse mucho más allá de lo literario y tocar en nosotros un nervio muy diferente.

Sin duda alguna, el lector recordará las imágenes del tsunami que afectó a las costas orientales de Japón en 2011. Recordará también esa lengua negruzca del agua, que a la carrera penetraba en la tierra y devoraba y lo destruía todo a su paso. No es tan difícil establecer una conexión entre esas imágenes y las numerosas, terribles historias de dolor y desesperación personal que causó esa catástrofe. En mi caso, habiendo visto surgir entre mis pies esa lengua negruzca, mientras corría tratando de escapar de ella, en la isla de Samoa el 29 de septiembre de 2009, las imágenes japonesas de marzo de 2011 fueron un recordatorio intensamente desagradable del evento que se llevó la vida de mi hija Clea. Como en el caso de Sonali Deraniyagala, a pesar de su horror (‘Por más que me horrorizan, quiero ver la maldad de esa agua negra a medida que desmorona ciudades enteras a su paso. De manera que fue esto lo que nos atrapó, pensé’ [p. 202]), las imágenes televisivas me tuvieron paralizado.

Sonali perdió a su marido Steve, a sus dos hijos, Vikram y Malli, y a sus padres la mañana del 26 de diciembre de 2004. Nacida y criada en Sri Lanka, Deraniyagala estudió economía en Cambridge y en Oxford, se casó con un londinense del East End de alto nivel educativo y de muy amplias miras, y dio a luz a dos preciosos niños. La pareja siempre había acordado que Sri Lanka debía ser un segundo hogar para la familia, de modo que cada vez que podían, allí se desplazaban, y pasaban tiempo en Colombo o, como preferían ellos, en el Parque Nacional de Yala. Esa mañana planeaban marcharse, unas horas más tarde, del hotel en el que estaban alojados, pero el océano Índico los atrapó, como a tantísimos otros, aquel aciago día.

Wave narra su historia, o mejor dicho, sus dos historias, tan poderosamente interconectadas que no es posible disociarlas. Después de que el tsunami golpeara y volcara el jeep en el que intentaron escapar, de algún modo Sonali pudo agarrarse a una rama de árbol en medio de ese caos, repleto de escombros y restos flotantes, en que se convirtió la laguna cercana a la playa. Fue rescatada, y la llevaron a un hospital. Había perecido toda su familia, además de su amiga Orlantha, que se había alojado en el mismo hotel. A medida que pasaban los días se desvaneció toda pequeña esperanza que había de encontrar a miembros de la familia entre los heridos y desplazados.

No hay sentimentalidad alguna en su comedido relato de las horas posteriores a la catástrofe y los días que siguieron. La conmoción, el terror, el infinito vacío que el tsunami había abierto en su vida, nos son relatados con una franqueza sencilla, extraordinaria pero terrible: ‘¿Era de verdad, lo que había sucedido, toda esa agua? En mi mente arrasada no sabía distinguirlo. Y lo que yo quería era seguir en la irrealidad, seguir sin saberlo’ (p. 16).

Tampoco hay autocompasión alguna en las páginas que narran los meses y años posteriores. De cómo se encontraron finalmente los restos de sus dos padres, de los dos niños y de Steve: ‘A Steve y Malli los identificaron cuatro meses después de la ola’ (p. 47). O de cómo ella se retiró del mundo y quedó bajo la vigilancia constante de parientes y amigos: ‘A veces me obligaba a entrar en la cocina – quizás me pueda cortar las venas – pero alguien se acercaba sigilosamente por detrás. Además, habían escondido todos los cuchillos’ (p. 43-4). O de cómo cedió finalmente al alcohol (y a las pastillas) después de rehusarlas en un principio:

Tenía miedo de que oscureciera la verdad de lo que había sucedido. Tenía que estar alerta. … Entonces, de repente, cada noche terminaba emborrachándome. Media botella de vodka había caído a las seis de la tarde, me daba igual que me quemara el estómago. Luego vino, whisky, lo que fuera, lo que pudiera encontrar en la casa. Bebía de las botellas, sin darme tiempo a tomar un vaso. (p. 53)
Cuando finalmente se vio capaz de salir de la casa de sus parientes en Colombo, Sonali regresó a la casa de sus padres, ese hogar lejos del hogar, ahora vacío, en la que sus hijos habían pasado muchos momentos felices. El vacío la rodea, y también la ha ocupado a ella, de modo que busca a su familia allí, tratando de obtener algún sentido de sí misma: ‘en esta quietud, tan estéril en medio del olor a barniz y pintura, iba a la caza de vestigios de nosotros’ (p. 66). Cuando su hermano decide alquilarla, comienza a acosar a la familia holandesa que ya se había mudado a la casa. El dolor, lógicamente, se había apoderado de su mente desesperada: ‘es la casa, lo que me aferra a mis hijos. Me dice que eran de verdad. Tengo que acurrucarme dentro, de vez en cuando. Pero mi hermano no podía comprender nada de eso’ (p. 77).

Regresó a la playa de Yala, a los restos del hotel, buscando de forma obsesiva algo que en el fondo sabía que nunca iba a encontrar, y sin embargo, sentía su atracción. ‘Polvo, escombros, vidrios rotos. Eso era el hotel. Había quedado apisonado. Ya no quedaba ninguna pared en pie, era como si las hubieran cercenado a ras de suelo’ (p. 70).

Deraniyagala volvió a Londres en 2006. Llevaba casi dos años fuera del país. Pero le costó casi dos años más volver a atravesar el umbral de la puerta de su casa, volver a entrar en su vida anterior, la que tenía sentido. Allí ve el trozo de pirita que Vikram había comprado en el Museo de Ciencias el fin de semana, antes de salir rumbo a Sri Lanka:

No puedo fijar la vista en ninguna de las cosas que hay en este cuarto de juegos, pero el oro de tontos, eso sí puedo verlo. Y sus dos mochilas rojas, del colegio, colgadas como siempre del pomo de la puerta. Tomo la roca y la aprieto con fuerza en el interior de la palma de mi mano. Pero las mochilas no puedo tocarlas, cada una de ellas es un escalpelo. (p. 95)
La vida que antes era la suya en esa casa, la vida que solía apuntalar su ser, se ha desvanecido. Pero el pasado sigue presente:

Cuando me echo en la cama, nuestra cama, la fuerza de su ausencia me asalta. No se han cambiado las sábanas desde que Steve y yo dormimos aquí por última vez. No he sido capaz de obligarme a cambiarlas, y por eso me paso la noche estornudando. […] En la almohada de Steve, esa almohada que su cabeza no ha tocado en casi cuatro años, hay una pestaña. (p. 105)
Hay algo de bueno y de tranquilizador en saber que sus amigos acudieron en su ayuda y le prestaron su apoyo, sin condiciones. Por conversaciones que he tenido con otros padres cuyos hijos han muerto, parece que no es inusual que esos padres en duelo se encuentren rodeados de un muro de silencio. El dolor en carne viva puede resultar algo extremadamente difícil de negociar.

Sería una injusticia para Sonali considerar que este relato asombrosamente sincero y directo sea algo con lo que busque incomodar al lector. Sonali no busca turbar, porque nadie podría estar más desquiciada que ella. Se necesita ser muy valiente para escribir lo que ella ha escrito, y de la manera tan directa que lo hace. Mas no olvidemos que también se necesita ser un lector valiente. Wave nos recuerda los horrores personales que hay detrás de las tragedias masivas, pero debería pasar a la historia como un valeroso tributo a su esposo, Steve, y a sus dos hijos, Vik y Malli.

Como lector, no puedo sino agradecer la forma en que Sonali logra darles vida a sus hijos y a su esposo a través de sus palabras. A pesar de su dolor, de su desesperación ineludible, Wave traza su viaje, un viaje increíblemente doloroso, desde un estado muy cercano a la locura a una especie de normalidad; ese es un viaje con el que los padres que sufren ese dolor podrán sin duda identificarse.

Como sociedad deberíamos saber aceptar a los que sufren una pérdida personal. Perpetuar el malentendido (¿quizás sea un mito?) de que ‘El dolor es un estado aterrador, y en su manifestación extrema es como el sol: es imposible mirarlo directamente’, tal como hace Teju Cole en su reseña de Wave, no supone un gran apoyo para los que sufren ese dolor. Puede que la imagen que emplea Cole suene apta, y hasta puede que sea hermosa; pero el duelo no deja de ser un sentimiento humano, y como tal es algo natural. ¿Por qué debiera aterrarle a nadie?


Esta reseña apareció inicialmente en lengua inglesa en el número 1, volumen 6 (noviembre 2013) de la revista Transnational Literature. Puedes encontrarla (en inglés, en PDF) aquí.

10 jun 2013

Reseña: Behind the Beautiful Forevers, de Katherine Boo

Katherine Boo, Behind the Beautiful Forevers (Brunswick: Scribe, 2012). 256 páginas.

En la extensa nota de la autora que sigue a este impresionante libro, Katherine Boo hace la siguiente reflexión: “En lugares donde las prioridades gubernamentales y los imperativos de los mercados crean un mundo tan antojadizo que ayudar a un vecino significa poner en riesgo tu capacidad para alimentar a la familia, y a veces incluso tu propia libertad, la idea de la comunidad pobre que se proporciona apoyo de forma recíproca queda demolida. Los pobres se echan unos a otros la culpa por las decisiones que toman los gobiernos y los mercados, y nosotros, los que no somos pobres, estamos dispuestos a echarles la culpa a los pobres con la misma dureza.”

Behind the Beautiful Forevers, el primer libro de Katherine Boo, es un reportaje basado en las vivencias de la autora a lo largo de varios años en diferentes barrios bajos o colonias míseras de la gran ciudad india de Mumbai, y especialmente en un barrio (actualmente demolido) llamado Annawadi. No se trata pues de una obra de ficción, y en parte radica en esa característica su enorme impacto.

La crónica se inicia in medias res: “Se echaba la noche, la mujer con una sola pierna estaba gravemente quemada, y la policía de Mumbai venía en busca de Abdul y su familia. En la choza de la villa miseria adyacente al aeropuerto, los padres de Abdul alcanzaron una decisión con una poco acostumbrada economía de palabras. El padre, un hombre enfermo, esperaría en el exterior de la casucha de techo de lata llena de desperdicios desparramados en la que residía la familia. Se marcharía sin hacer ruido cuando lo arrestasen. Abdul, que era la fuente de ingresos de la familia, era el que tenía que huir.”

La historia se centra en ese barrio, Annawadi, y principalmente en tres familias distintas, dos musulmanas y una hindú. El joven Abdul (de quien nadie sabe a ciencia cierta su edad) se dedica a la compraventa de basura para reciclaje; la vecina, una mujer tullida llamada Fátima o La Coja, les tiene inquina porque han logrado cierta estabilidad económica, y malvive vendiendo su cuerpo, para deshonra del marido, un hombre enfermo y anciano.
Una vista de Mumbai
La tercera familia es la de Asha, una mujer madura y ambiciosa que constantemente busca hacer chanchullos con políticos menores, oficiales de policía y pequeños delincuentes. Su mayor ambición es entrar en política y convertirse en jefa oficiosa del barrio. Su hija Manju ejerce de maestra mientras trata de completar su educación y llegar a ser la primera residente del barrio en obtener un título universitario.

En la cama del hospital, del que saldrá en un ataúd, Fátima acusa a Abdul, a su padre y a su hermana mayor de haberle propinado una paliza y de haberle incitado a su autoinmolación. La narración sigue el proceso judicial – con elementos verdaderamente esperpénticos, ríete tú del caso Gürtel.

Boo nos hace acompañar a numerosos personajes del mísero poblado a la sombra del aeropuerto y de los lujosos hoteles de cinco estrellas cercanos. Behind the Beautiful Forevers tiene un planteamiento totalmente diferente de la ficción de Aravind Adiga en The White Tiger; el título de este turbador relato hace referencia a las vallas publicitarias que ocultan la miseria y las improvisadas viviendas a las miradas de los turistas que llegan a Mumbai. Son enormes vallas que anuncian baldosas de estilo italiano (podrían ser de Porcelanosa o de Pamesa, por ejemplo), y que vanidosamente prometen belleza permanente: BEAUTIFUL FOREVER.
Viviendas SIN protección oficial
Boo se ausenta de la historia, paradójicamente a través de una voz narradora omnisciente, lo que convierte esta crónica, al menos formalmente, en una novela. Y lo hace sin fisuras. La moraleja viene a ser que la pobreza reduce la posibilidad de alcanzar no solo una felicidad – mayormente basada en los estándares occidentales – sino también una cualidad moral, pues la miseria les obliga a moverse dentro de un sistema tan corrompido que para sobrevivir en él es necesario corromperse.

La única pega que le puedo poner a Katherine Boo es el uso equivocado de la palabra traductor. En la nota posterior al relato, la autora agradece la ayuda de tres traductores en sus entrevistas con los habitantes de los barrios bajos (que obviamente no dominan el inglés). Se debe tratar, obviamente, de intérpretes.


La autora de Behind the Beautiful Forevers recibió el Premio Pulitzer hace varios años. Es una periodista consumada, habitual en una de mis revistas favoritas, The New Yorker, y a lo largo de todo el relato demuestra tener un estupendo ojo para capturar detalles y extraer conclusiones sin explicitarlas. El mundo de la corrupción en la India queda expuesto con una naturalidad sorprendente. Quizá debería alguien invitarla a que se pasara unos meses en mi muy maltrecho País Valencià, a ver qué descubría.

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