Francisco Goldman, Say Her Name (Detroit: Thorndike Press, 2013). 602 páginas.
El único regalo
que recibí las Navidades pasadas es un CD con cuatro canciones cuya música ha
compuesto mi admirada Faye Bendrups; la letra de esas cuatro canciones procede de cuatro poemas de Lalomanu. Una de esas canciones es
el poema que cierra el libro, ‘Epilogue’ y uno de los versos de ese poema dice “you’ll
be skipping in our hearts, Clea”. Me resulta reconfortante que Francisco
Goldman escriba lo siguiente en su libro de homenaje: “Say her name. It will
always be her name. Not even death can steal it. Same alive as dead, always.
Aura Estrada.” (p. 476) [“Di su nombre. Siempre será su nombre. Ni siquiera la
muerte puede robarlo. Lo mismo viva que muerta, siempre. Aura Estrada.” (mi
traducción)]
Aura Estrada fue
la esposa del escritor estadounidense durante dos años. Se habían conocido dos
años antes en un evento literario neoyorquino que Goldman narra en Say Her Name con sutil ironía y mucho humor.
Aura era otra de las muchas jóvenes latinoamericanas que se hallan en los
Estados Unidos estudiando e investigando, compaginando la elaboración de una
tesis doctoral con trabajos mal pagados (cuando no ilegales). Aura había comenzado
ya a demostrar un cierto talento literario cuando la fatalidad quiso que una
ola la estampara contra el fondo del océano en la playa de Mazunte. El impacto
le fracturó la espina dorsal y murió al día siguiente en un hospital de la
ciudad de México.
Playa de Mazunte. Fotografía de Wikipedia. |
Una de las
interrogantes que el lector de Say Her
Name deberá preguntarse y responderse (no hacerlo, seamos francos, diría muy
poco en su favor) es en qué medida resulta convincente la aseveración que hace
Goldman de que su libro es una novela (véase la
entrevista que concedió a Paris
Review). Yo personalmente he optado por clasificarla como no ficción. Una
cosa es jugar con ciertos aspectos secundarios que ayudan a sostener una trama,
y otra, bien distinta, atribuirle a esta perceptiva, a ratos tremendamente íntima
narración, las características propias de una novela. Insisto: no lo parece, diría
yo, en al menos un porcentaje por encima del 51%.
En un principio
Goldman parece perseguir que su lector lea el libro como una confesión ficcionalizada
del viudo sobre el que recae la sospecha de negligencia. La culpa como losa que
no puede quitarse de encima. Pero conforme la narración avanza, Say Her Name pasa a convertirse en una admirable
historia de amor; son las vivencias compartidas con Aura, rememoradas por
Goldman, junto con los recuerdos borrosos de los largos meses de duelo, de
dolor, de soledad, lo que le otorgan a este libro una energía y una sinceridad
sobrecogedoras. Como el mismo Goldman señaló en la entrevista en Paris Review a la que he aludido antes,
es un libro sobre el amor, no sobre la muerte (“I hope more people read it as a
book about love than as a book about death”).
No se deben
comparar los duelos por pérdidas de seres queridos. Es un error en el que caen
demasiadas personas. O incluso situaciones mucho peores: un estúpido o estúpida
evaluador/a de manuscritos le sugirió a mi mujer que la muerte de su hija en
una catástrofe natural podría, para determinadas personas, entrañar un mismo
nivel de embestida emocional que la muerte de una mascota, digamos un perro o
un gato.
Say Her Name es el entrañable relato de cómo conoció Goldman a
Aura, como ella cambió su vida para mejor y para siempre. También es el relato franco
de un atónito Goldman ante la irracional reacción de la madre de Aura, Juanita,
que en última instancia se niega a entregarle a Francisco las cenizas de su
esposa y trata de instar por medio de sus abogados una investigación criminal,
acusando a Goldman de imprudencia temeraria y negligencia, prueba de que el
dolor desesperado puede instigar un odio ilimitado en personas con
inestabilidad emocional o mental.
No obstante todo
lo anterior, pienso que al lector de Say
Her Name le resultaría interesante contraponer (que no comparar) la lectura del libro de
Goldman con Wave, el
sobrecogedor relato de Sonali Deraniyagala que reseñé hace unos meses.
Faye repite el
nombre de mi hija en el estribillo de ‘Epilogue’, canción que no puedo escuchar
sin derramar lágrimas de amor por Clea, y de agradecimiento a una mujer que me
ha regalado lo más hermoso, lo más valioso, que nadie pudiera jamás regalar. Porque
siempre será su nombre: Clea.
Say Her Name la ha publicado la editorial Sexto Piso en
castellano, en traducción de Roberto Frías.