La migración es una cuestión que, tras mis casi 30 años como emigrante, continúa
despertando mi interés, tanto en un ámbito sociopolítico como en el literario. La
identidad del migrante en el país de destino la marcan numerosísimos factores,
naturalmente. En los Estados Unidos de América, donde los migrantes ya son
objeto de caza y captura por parte de un régimen que no esconde sus verdaderas
intenciones, la literatura producida por migrantes o descendientes de migrantes
goza de una excelente salud, a pesar de (o quizás precisamente a causa de) la
represión reinante.
En el telón de fondo lingüístico pareciera estar teniendo lugar un forcejeo
entre la ‘vieja América’ anglosajona y el futuro, entre el inglés y la lengua
castellana, escenario que parecía intuir entre líneas el gran Carlos Fuentes en un artículo de 1998 (ojo, casi 30
años): «en el siglo por venir, nada se ganará con oponer el castellano y el inglés
en los Estados Unidos. Como parte y cabeza de una economía global, los Estados
Unidos deberían renunciar a su actual condición, oscilante entre la estupidez y
la arrogancia, de ser el idiota monolingüe del universo» (EL PAÍS, 18 de junio de 1998). «Cosas veredes», don Carlos. No solo no han
renunciado, sino que le han regalado al idiota monolingüe las riendas del
poder.
En la época en que apareció el artículo, me
gustaba compartir ese texto con mis mejores estudiantes de lengua castellana y apreciar
las reacciones que producía entre australianos angloparlantes que querían
mejorar sus destrezas lingüísticas en castellano. En cierto modo, muchos razonaban
que la convivencia de las dos lenguas era en el largo plazo era lógica. La
convivencia se da y se seguirá dando. A todo periodo de oscuridad le sigue uno
de iluminación.
Monkey Boy es una
autoficción que se disfruta por muchas razones. Por su elástica prosa y su constante
y excelente ritmo narrativo, por el coctel de humor, ironía, traumas y
vivencias que sirve Goldman, y quizás por la presencia de cadencias centroamericanas
en el inglés de Goldman, cadencias y ritmos que sospecho podrá detectar quien realice
un profundo análisis discursivo de la novela.
Goldman crea un alter ego llamado Francisco (Frankie) Goldberg. El personaje y
narrador, como el autor, es el hijo de un padre judío-americano de origen
ucranio y de una mujer guatemalteca que cuenta con algún antepasado de la vieja
Castilla y posiblemente alguno de origen africano. Hay muchas otras
coincidencias del narrador protagonista con la verdadera personalidad del
autor: creció en un barrio de las afueras de Boston, reside ahora en la ciudad
de México, y ha desarrollado su carrera profesional trabajando como periodista.
Como Goldman, Goldberg ha publicado libros, entre ellos un reportaje en torno
al asesinato de un obispo guatemalteco y las violaciones de derechos humanos en
el pequeño país centroamericano. Se puede, por lo tanto, leer como un guiño a
una posible autobiografía, que Goldman parece no querer escribir.
![]() |
Goldberg cuenta una vida en un viaje de cuatro
días —de jueves a domingo— durante los cuales visita a su anciana madre en la
residencia donde esta internada y a su hermana, a quien no ve con regularidad. Es
la presencia constante del padre, el recuerdo imborrable de la violencia tanto
física como psicológica y el menosprecio con los que trataba a Frankie, el hilo
conductor de buena parte de la narración. Incluso describe el momento en que,
ya con la fuerza de un adolescente harto de las constantes humillaciones, se
rebela y le devuelve los golpes de una vez, derribándolo en el jardín de la
casa. Nunca más volvería a ponerle un dedo encima.
No todos los recuerdos son tan negativos o
traumáticos. Con el paso de las páginas, la novela se convierte en un
entrañable homenaje a la madre, cuya memoria se ha ido deteriorando con el paso
de los años. Es la experiencia migrante de la madre la que Goldman quiere transmitir:
el tira y afloja que se produce entre el lugar de origen y el país de adopción.
Monkey Boy es una
novela de la que realmente uno disfruta. Goldman adopta una estrategia que da
muchos dividendos y que un lector atento agradece. Renuncia al uso de las
comillas para expresar el estilo directo y con frecuencia te obliga a que
deduzcas quién es el que habla. En la novela, el tiempo avanza y retrocede
conforme los recuerdos de Frankie lo hacen necesario, pero en ningún momento se
rompe la lógica narrativa.
En la antesala de la vejez, Goldberg/Goldman se
pregunta si ha perdido el tren de la ‘normalidad’: pareja, hijos, hogar
estable, etc. Quizás la cuestión no sea esa. Para alguien que es fruto de
tantas ricas identidades, la normalidad quizás estribe en interiorizar todas
esas vetas culturales, raciales y políticas y hacer de ellas un manifiesto
existencial.
Monkey Boy la publicó en 2022 en castellano la editorial Almadía, con traducción a cargo de Daniel Saldaña París.