12 oct 2025

Reseña: Monkey Boy, de Francisco Goldman

Francisco Goldman, Monkey Boy (Londres: Grove Press, 2021). 323 páginas.

La migración es una cuestión que, tras mis casi 30 años como emigrante, continúa despertando mi interés, tanto en un ámbito sociopolítico como en el literario. La identidad del migrante en el país de destino la marcan numerosísimos factores, naturalmente. En los Estados Unidos de América, donde los migrantes ya son objeto de caza y captura por parte de un régimen que no esconde sus verdaderas intenciones, la literatura producida por migrantes o descendientes de migrantes goza de una excelente salud, a pesar de (o quizás precisamente a causa de) la represión reinante.

En el telón de fondo lingüístico pareciera estar teniendo lugar un forcejeo entre la ‘vieja América’ anglosajona y el futuro, entre el inglés y la lengua castellana, escenario que parecía intuir entre líneas el gran Carlos Fuentes en un artículo de 1998 (ojo, casi 30 años): «en el siglo por venir, nada se ganará con oponer el castellano y el inglés en los Estados Unidos. Como parte y cabeza de una economía global, los Estados Unidos deberían renunciar a su actual condición, oscilante entre la estupidez y la arrogancia, de ser el idiota monolingüe del universo» (EL PAÍS, 18 de junio de 1998). «Cosas veredes», don Carlos. No solo no han renunciado, sino que le han regalado al idiota monolingüe las riendas del poder.

En la época en que apareció el artículo, me gustaba compartir ese texto con mis mejores estudiantes de lengua castellana y apreciar las reacciones que producía entre australianos angloparlantes que querían mejorar sus destrezas lingüísticas en castellano. En cierto modo, muchos razonaban que la convivencia de las dos lenguas era en el largo plazo era lógica. La convivencia se da y se seguirá dando. A todo periodo de oscuridad le sigue uno de iluminación.

Monkey Boy es una autoficción que se disfruta por muchas razones. Por su elástica prosa y su constante y excelente ritmo narrativo, por el coctel de humor, ironía, traumas y vivencias que sirve Goldman, y quizás por la presencia de cadencias centroamericanas en el inglés de Goldman, cadencias y ritmos que sospecho podrá detectar quien realice un profundo análisis discursivo de la novela.

Goldman crea un alter ego llamado Francisco (Frankie) Goldberg. El personaje y narrador, como el autor, es el hijo de un padre judío-americano de origen ucranio y de una mujer guatemalteca que cuenta con algún antepasado de la vieja Castilla y posiblemente alguno de origen africano. Hay muchas otras coincidencias del narrador protagonista con la verdadera personalidad del autor: creció en un barrio de las afueras de Boston, reside ahora en la ciudad de México, y ha desarrollado su carrera profesional trabajando como periodista. Como Goldman, Goldberg ha publicado libros, entre ellos un reportaje en torno al asesinato de un obispo guatemalteco y las violaciones de derechos humanos en el pequeño país centroamericano. Se puede, por lo tanto, leer como un guiño a una posible autobiografía, que Goldman parece no querer escribir.

«…una verdad fundamental de la guerra de Guatemala siempre fue que quienes más riqueza y poder tenían que perder eran los más indiferentes respecto a saber cuántos habían sido masacrados: jóvenes madres, bebés, pueblos enteros, lo que fuera, no les importaba en absoluto. Hasta el día de hoy están seguros de que estaban en el lado correcto de la Historia, aunque lo único que puedan mostrar sean narcoestados fallidos con poblaciones que pasan hambre y de donde todo el mundo intenta largarse como carajo pueda, y ahora viene el siguiente narcopresidente, el General Cara de Culo, ‘a good boy’, según lo calificaba el embajador gringo en un artículo de periódico el otro día». (p. 63, mi traducción) El exgeneral Efraín Ríos Montt. Fotografía de Elena Hermosa / Trocaire.

Goldberg cuenta una vida en un viaje de cuatro días —de jueves a domingo— durante los cuales visita a su anciana madre en la residencia donde esta internada y a su hermana, a quien no ve con regularidad. Es la presencia constante del padre, el recuerdo imborrable de la violencia tanto física como psicológica y el menosprecio con los que trataba a Frankie, el hilo conductor de buena parte de la narración. Incluso describe el momento en que, ya con la fuerza de un adolescente harto de las constantes humillaciones, se rebela y le devuelve los golpes de una vez, derribándolo en el jardín de la casa. Nunca más volvería a ponerle un dedo encima.

No todos los recuerdos son tan negativos o traumáticos. Con el paso de las páginas, la novela se convierte en un entrañable homenaje a la madre, cuya memoria se ha ido deteriorando con el paso de los años. Es la experiencia migrante de la madre la que Goldman quiere transmitir: el tira y afloja que se produce entre el lugar de origen y el país de adopción.

Monkey Boy es una novela de la que realmente uno disfruta. Goldman adopta una estrategia que da muchos dividendos y que un lector atento agradece. Renuncia al uso de las comillas para expresar el estilo directo y con frecuencia te obliga a que deduzcas quién es el que habla. En la novela, el tiempo avanza y retrocede conforme los recuerdos de Frankie lo hacen necesario, pero en ningún momento se rompe la lógica narrativa.

En la antesala de la vejez, Goldberg/Goldman se pregunta si ha perdido el tren de la ‘normalidad’: pareja, hijos, hogar estable, etc. Quizás la cuestión no sea esa. Para alguien que es fruto de tantas ricas identidades, la normalidad quizás estribe en interiorizar todas esas vetas culturales, raciales y políticas y hacer de ellas un manifiesto existencial.

Monkey Boy la publicó en 2022 en castellano la editorial Almadía, con traducción a cargo de Daniel Saldaña París.

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