El subtítulo de este libro del filósofo
británico nos propone la «defensa de los intereses
comunes de la Humanidad en el espacio», mientras que la ilustración de la
portada, un montaje impagable, muestra en mitad de un paisaje lunar un cartel
que reza: «FOR SALE». Pero solamente quien es propietario de algo tiene derecho
a venderlo, ¿no?
La
pregunta que plantea Grayling podría parecernos prematura (no lo es) e incluso
capciosa: nada ni nadie vive en la Luna. Y sin embargo, ha comenzado una
carrera en la que no solamente participan diversos estados. También hay grandes
corporaciones mineras que contemplan la explotación de nuestro único satélite
natural y los recursos que contiene y la posibilidad de emplear la Luna como la
base potencial para reenviar naves espaciales a Marte y a otras partes más
lejanas del sistema solar. Será ciencia ficción, claro, pero solamente hasta
que deje de serlo.
De
hecho, Grayling no especula mucho sobre lo que pudiera ocurrir a finales de
este siglo o el siguiente. En lugar de eso, el autor retrocede en la Historia y
analiza los precedentes de que disponemos para razonar sobre la gran
cuestión: ¿De quién es la Luna? Grayling acude
a los tratados internacionales que regulan zonas terrestres que, al menos en
teoría, no pertenecen a nadie porque nadie puede vivir en ellas: la Antártida,
los océanos y los fondos marinos. Los antecedentes no son como para confiarse.
Hay tratados, sí, pero tienen bastantes limitaciones,
no todos los países los han ratificado y su vigencia tiene fecha de caducidad (ojo,
es el caso del de la Antártida). Además, en el caso de la pesca en aguas
internacionales, son numerosos los países que se pasan los tratados por la faja.
No contento con mostrarnos la triste realidad
en torno a esos convenios internacionales, Grayling indaga en una verdad
histórica que debiera causar vergüenza en los países occidentales. Se trata del
proceso histórico que conocemos como repartición o la “carrera por África”, la
descarada apropiación por parte de los europeos del territorio africano, en un periodo
que va desde finales del siglo XIX hasta los inicios de la I Guerra Mundial. En
esa carrera participaron Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Portugal,
Bélgica y España. Las consecuencias de esa voraz rapiña las conocemos de sobra
y seguimos siendo testigos de que lo acontecido entonces tiene conexión directa
con los fenómenos migratorios de la primera mitad del siglo XXI. Políticos
fascistas, racistas y xenófobos podrán negarlo todo lo que quieran, mas es una
verdad incontestable.
Grayling, en definitiva, alerta de los más que probables conflictos
que acarreará la inevitable explotación comercial de la Luna: «[…]
tratar el espacio como una terra nullius sin regulación alguna de la explotación
comercial constituye un método inequívoco para causar problemas tanto en el
espacio como en la Tierra, pues tenemos – habrá que repetirlo una y otra vez –
amplias pruebas de lo que normalmente provocan las carreras incontrolables por adquirir
ventajas y beneficios. Por razones de prudencia, ya que no por otras, asegurarnos
de que el espacio no se convierta en motivo de perturbación de la paz en el sentido
militar del término exige asegurarnos de que se preserve también en
dicho ámbito la paz comercial. Eso parecería ser de sentido común» (p.
112, mi traducción).
Si en nuestra época hay algo
demostradamente incompatible con el sentido común, ese algo se llama
capitalismo neoliberal. Grayling insiste en el hecho de que la Luna no tiene
propietario. Lo que urge es un «reconocimiento de que, si bien nadie es dueño
de la Luna, no obstante, porque es parte de la ‘herencia común de la humanidad’,
todos somos responsables de ella» (p. 112)
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En mi opinión, sería mejor dejarla tranquila otros mil millones de años. La lluna, setembre de 2022. Fotografía de Dinkun Chen. |
La próxima luna llena, aquí en la tierra de los Ngunnawal, se producirá el martes 7 de octubre de 2025, a las 2:47 de la tarde.
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