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1 oct 2025

Reseña: Who Owns the Moon? de A.C. Grayling

A.C. Grayling, Who Owns the Moon? In Defence of Humanity's Common Interests in Space (Londres: Oneworld, 2024). 196 páginas.

El subtítulo de este libro del filósofo británico nos propone la «defensa de los intereses comunes de la Humanidad en el espacio», mientras que la ilustración de la portada, un montaje impagable, muestra en mitad de un paisaje lunar un cartel que reza: «FOR SALE». Pero solamente quien es propietario de algo tiene derecho a venderlo, ¿no?

La pregunta que plantea Grayling podría parecernos prematura (no lo es) e incluso capciosa: nada ni nadie vive en la Luna. Y sin embargo, ha comenzado una carrera en la que no solamente participan diversos estados. También hay grandes corporaciones mineras que contemplan la explotación de nuestro único satélite natural y los recursos que contiene y la posibilidad de emplear la Luna como la base potencial para reenviar naves espaciales a Marte y a otras partes más lejanas del sistema solar. Será ciencia ficción, claro, pero solamente hasta que deje de serlo.

De hecho, Grayling no especula mucho sobre lo que pudiera ocurrir a finales de este siglo o el siguiente. En lugar de eso, el autor retrocede en la Historia y analiza los precedentes de que disponemos para razonar sobre la gran cuestión: ¿De quién es la Luna? Grayling acude a los tratados internacionales que regulan zonas terrestres que, al menos en teoría, no pertenecen a nadie porque nadie puede vivir en ellas: la Antártida, los océanos y los fondos marinos. Los antecedentes no son como para confiarse. Hay tratados, sí, pero tienen bastantes limitaciones, no todos los países los han ratificado y su vigencia tiene fecha de caducidad (ojo, es el caso del de la Antártida). Además, en el caso de la pesca en aguas internacionales, son numerosos los países que se pasan los tratados por la faja.

No contento con mostrarnos la triste realidad en torno a esos convenios internacionales, Grayling indaga en una verdad histórica que debiera causar vergüenza en los países occidentales. Se trata del proceso histórico que conocemos como repartición o la “carrera por África”, la descarada apropiación por parte de los europeos del territorio africano, en un periodo que va desde finales del siglo XIX hasta los inicios de la I Guerra Mundial. En esa carrera participaron Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Portugal, Bélgica y España. Las consecuencias de esa voraz rapiña las conocemos de sobra y seguimos siendo testigos de que lo acontecido entonces tiene conexión directa con los fenómenos migratorios de la primera mitad del siglo XXI. Políticos fascistas, racistas y xenófobos podrán negarlo todo lo que quieran, mas es una verdad incontestable.

Grayling, en definitiva, alerta de los más que probables conflictos que acarreará la inevitable explotación comercial de la Luna: «[…] tratar el espacio como una terra nullius sin regulación alguna de la explotación comercial constituye un método inequívoco para causar problemas tanto en el espacio como en la Tierra, pues tenemos – habrá que repetirlo una y otra vez – amplias pruebas de lo que normalmente provocan las carreras incontrolables por adquirir ventajas y beneficios. Por razones de prudencia, ya que no por otras, asegurarnos de que el espacio no se convierta en motivo de perturbación de la paz en el sentido militar del término exige asegurarnos de que se preserve también en dicho ámbito la paz comercial. Eso parecería ser de sentido común» (p. 112, mi traducción).

Si en nuestra época hay algo demostradamente incompatible con el sentido común, ese algo se llama capitalismo neoliberal. Grayling insiste en el hecho de que la Luna no tiene propietario. Lo que urge es un «reconocimiento de que, si bien nadie es dueño de la Luna, no obstante, porque es parte de la ‘herencia común de la humanidad’, todos somos responsables de ella» (p. 112)

En mi opinión, sería mejor dejarla tranquila otros mil millones de años. La lluna, setembre de 2022. Fotografía de Dinkun Chen.
El autor no ofrece ninguna solución. No es ni su competencia ni su misión hacerlo. Con carácter meramente informativo, el libro agrega tres apéndices: los tres tratados antes mencionados (el Tratado de las Naciones Unidas sobre el espacio ultraterrestre de 1967, el Tratado Antártico de 1961 y algunos extractos de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982).

La próxima luna llena, aquí en la tierra de los Ngunnawal, se producirá el martes 7 de octubre de 2025, a las 2:47 de la tarde.

16 abr 2018

Reseña: Democracy and Its Crisis, de A.C. Grayling

A. C. Grayling, Democracy and Its Crisis (Londres: Oneworld Publications, 2017). 225 páginas.

Democracia. Qué bonito concepto, ¿no? El gobierno del pueblo, la soberanía popular. ¿Está en crisis? Pues, viendo lo que está pasando en muchos de los estados considerados inveteradas democracias, diríase que sí. El filósofo británico Grayling escribió este ensayo en reacción a lo que él considera prácticamente un golpe de estado: el Brexit. Razón no le falta, pero el ensayo que A.C. Grayling proporciona en Democracy and Its Crisis semeja en algunos momentos más una pataleta que un riguroso análisis.

El libro se compone de dos partes bien diferenciadas. En la primera hace un escueto estudio de la historia de la democracia como concepto y su evolución hasta nuestros días. Desde el rechazo de la democracia por parte de Platón (en tanto que éste la veía como el gobierno de la muchedumbre y una más que probable deriva hacia el caos) hasta los pensadores ya archiconocidos: Hobbes, Locke, Rousseau, de Tocqueville, Spinoza, John Stuart Mill et al. Un somero repaso a las ideas y razonamientos que sostienen el concepto de democracia representativa que se ha erigido en forma dominante de la civilización contemporánea sobre el planeta (hecho innegable: tienen lugar elecciones legislativas en una amplia mayoría de países – otra cosa, y bien diferente, es si esas elecciones son verdaderamente democráticas, limpias y transparentes).

Estatua de ministro franquista, demócrata de toda la vida. La calle es mía, la foto no. Fotografía de Iago Pillado..
En la segunda parte Grayling aborda los males que la aquejan y las posibles soluciones. Por ejemplo: “Hay otras razones más que las ya obvias por las que importa la defensa de los principios subyacentes de la democracia representativa, […] Una es que una importante parte del problema de la política es la política misma, y que debe reconfigurarse el lugar de lo político en la vida de un estado o de una comunidad nacional. La otra es la necesidad de que haya en las escuelas una educación cívica de carácter obligatorio, y que exista el voto obligatorio, con una matización respecto a que el voto comience a los dieciséis años de edad.” (p. 7, mi traducción) Si los más jóvenes pudiesen votar, otro gallo cantaría. Como arguye en muchas ocasiones mi esposa T., no tiene sentido que voten ancianos cuyo uso de la razón roza el cero absoluto mientras chicos y chicas de 16 y 17 años se ven privados del derecho a escoger a quienes van a regir sus vidas por unos cuantos años.

¿Qué problemas identifica Grayling? Pues no debiera costarnos muchos identificarlos: órganos legislativos que no exigen cuentas a sus ejecutivos (el caso del Reino Unido con el referéndum del Brexit es evidente); segundo, la carencia de la más elemental educación cívica y política del electorado (éste es un mal que aqueja al mundo entero, pese al riesgo de generalizar en demasía); y tercero, la manipulación y tergiversación de la información mediante poderosas herramientas tecnológicas (sí, señor Zuckerberg – eso es exactamente lo que ha pasado delante de sus narices, ¿y usted sin enterarse?)

 True, hard-working democrats getting ready for brekky. Como dice mi amigo Gustavo: ¡y que revienten los pobres! Fotografía: Pepe Madrid.
Así pues, ¿qué es lo que un orden verdaderamente democrático precisa? Dice Grayling: “… esencial para algo que merezca dicho nombre es la posibilidad de debate, la libertad de expresión y de reunión, y el debido proceso de ley que proteja al pueblo del arresto y el castigo arbitrarios, muy especialmente en relación con temas de opinión.” (p. 32, mi traducción) Tomen nota, MPuntoRajoy y cía.

Que no todas las estructuras e instituciones de los estados democráticos están cumpliendo su función cabalmente es algo que cae por su propio peso: de lo contrario, no habría desempleados, ni gente desamparada, ni pensionistas que malviven ni marginados de toda clase y condición. Es decir, no habría tanta desigualdad como innegablemente existe (y sigue creciendo): “Cuando crece la desigualdad, cuando la brecha entre las capas superior e inferior de la sociedad se vuelve palmariamente considerable, surgen los problemas. Esa es una enfática lección de la historia. Los demagogos capaces de atribuir la desigualdad a la inmigración o a las egoístas élites insensibles que controlan el gobierno, o ambas cosas, pueden así promover una oleada populista de la cual pueden sacar tajada. Pueden tratar de remodelar el orden político y económico según su patrón preferido, el cual con frecuencia no será, por supuesto, probablemente una mejora para el pueblo cuyo apoyo han explotado para conseguirlo.” (p. 116-7, mi traducción)

Con frecuencia se mira a los EE. UU. como gran modelo a seguir en la implantación de los ideales democráticos. Y, sin embargo, el reciente fenómeno de la elección del narcisista más inepto que haya visto el mundo en los últimos tiempos como presidente es motivo de inquietud para Grayling: “La disposición estadounidense a revisar el orden constitucional está tan limitada como lo está el fundamentalismo religioso en su planteamiento para revisar su visión de un texto sagrado.” (p. 112, mi traducción) Como en otros lugares, el texto constitucional se ha convertido en credo inviolable, y el sistema que se sustenta en él defiende su legitimidad con uñas y dientes, y no cede un ápice ante las demandas de reforma. Ay, cuán largo me lo fiais.

Grayling sugiere que el voto debiese ser obligatorio, y cita Australia como ejemplo. Aun con la obligatoriedad de presentarse en los colegios electorales el día de los comicios (que no es lo mismo que votar), el sistema australiano es manifiestamente imperfecto. Cuando se creó la Federación, los ‘padres’ de la Commonwealth australiana se aseguraron de que una minoría rica de terratenientes anglosajones tuviesen mayor peso del que les corresponde en las decisiones de gobierno. Las pruebas son evidentes: en 2016, el partido de los Nacionales (en coalición con la derecha Liberal desde siempre) obtuvo 10 escaños con el 4,6% de los votos, mientras que Los Verdes, que consiguen regularmente más de un 10%, solo consiguieron 1 escaño.

Como escribía ayer, el ciudadano o la ciudadana contemporánea se enfrenta a un inquietante dilema. ¿Qué es preferible: exigir el respeto de los gobiernos a su derecho a las libertades civiles, aunque el sistema político te deje en la ruina y poco a poco te mate de hambre, frío/calor o con la contaminación (o las cuatro cosas a la vez), o renunciar a ellas a cambio de un modelo de producción que te garantiza un crecimiento económico cercano al 10% anual?

Pero bueno, no hagas preguntas tan difíciles, haz el favor, que estamos a lunes.

5 jul 2014

Reseña: Friendship, de A.C. Grayling

A.C. Grayling, Friendship (New Haven: Yale University Press, 2013. 229 páginas.

¿Quién no recuerda las miradas de complicidad de padres o hermanos cuando uno se presentaba en casa a media tarde en compañía de una ‘amiga’? ¿Y las risitas que provocaba en ese público medroso y recatado de los años 70 cuando Kiko Ledgard repetía la presentación de una pareja de concursantes del ‘Un, dos, tres’ por parte de la azafata de rigor como “amigos y residentes en…” pero añadía la palabra “sólo” en lo que era en realidad una pregunta capciosa y entrometida? Como todos sabemos, la palabra 'amigo/a' puede estar cargada de significados que distan mucho de la definición que nos da el diccionario.

Friendship es un estudio de la amistad desde una base filosófica e histórica. En una época en la que cualquiera que abra una cuenta en Facebook contará de inmediato con numerosísimos amigos (por cierto, no te molestes en buscarme en Facebook: no estoy), uno podría tener la impresión de que el concepto de amistad está más bien devaluado. De hecho, resulta altamente significativo que, al menos en la lengua inglesa, ‘friend’ se ha convertido en verbo, y sus opuestos, ‘defriend’ o ‘unfriend’, forman ya parte del vocabulario habitual. ¿Realmente se puede eliminar una amistad con un clic del ratón?

Grayling divide este volumen, el primero de una nueva serie que Yale University Press dedica a los ‘Vicios y Virtudes’ humanos, en tres partes: Ideas, Leyendas y Experiencias. En la primera realiza un preciso aunque no exhaustivo repaso al significado de la amistad en la cultura occidental, desde Platón y Aristóteles a autores del siglo XIX y XX, incidiendo en los valores y propósitos que los seres humanos hemos visto en la amistad desde el principio de los tiempos. La taxonomía que Grayling resume para el lector nos presenta con cuatro conceptos que ya los antiguos griegos discernían: ‘phila’, ‘eros’, ‘agape’ y ‘storge’.

La segunda sección examina los ejemplos míticos, literarios e históricos de amistades imperecederas, como los casos de Aquiles y Patroclo, o Hamlet y Horacio, entre muchos otros. En los capítulos que componen la tercera parte Grayling trata de producir una síntesis, refinando y categorizando términos y nociones de la amistad en tanto que responsabilidad ética, o el peliagudo asunto de si es posible (por supuesto que no es per se imposible, pero aún así, es necesario debatirlo) la amistad entre personas de distinto sexo, o qué es lo que puede llegar a constituir una mala (o nociva) amistad.

El hecho de que Grayling en cierto modo adapte su esquema ensayístico alrededor de la historia de una idea hace de Friendship una especie de tour en un archipiélago. Al lector se le lleva de isla en isla sin que sepa en ningún momento cuál es la meta final. Lo cual – como sucede con todo viaje que no sea un mero, frívolo itinerario turístico – a fin de cuentas importa poco, pues lo que cuenta no es el destino sino el viaje en sí mismo. Y como en todo viaje, uno puede quedarse prendado de detalles llamativos, como éste:

La idea de que el amor de uno por los demás debiera ser universal y no debiera distinguir a una persona más que a otra sería, no simplemente inaceptable sino también insostenible, exactamente igual que la enseñanza del Evangelio que nos dice que, si queremos realmente seguir a Cristo debemos deshacernos de todo nuestro dinero y posesiones y, como los lirios del campo, no hacer plan alguno para el porvenir. Al más coherente y honrado de los epígonos se le considera un fanático por hacer lo que las escrituras de las principales religiones le dicen; si todos fueran fanáticos, la vida humana sería intolerable, pero en todo caso tampoco duraría (quizás, por fortuna) mucho tiempo.” (p. 74, mi traducción)
Quizás uno de los aspectos de esta relación tan intrínsecamente humana que más fácil resulta obviar hoy en día es, como apunta Greyling, el hecho de que adoptar o asumir una amistad también implica cosas que pueden resultar negativas. Son muchas e innegables las bondades de una relación de amistad, pero “la amistad tiene también sus aspectos negativos y sus peligros. Uno de ellos es que, cuando hacemos amigos, nos comprometemos con el dolor. Lo mismo cabe decir para el amor. Inevitablemente, uno de los dos…va a quedar privado del otro – a causa de la muerte, del divorcio, del distanciamiento que el tiempo conlleva a medida que la gente y las circunstancias cambian.” (p. 179, mi traducción)


Friendship es un ensayo de lectura muy asequible, pensado obviamente para el gran público, no para académicos. Sin ser superficial o frívolo en su tratamiento de cuestiones de honda raíz filosófica, por fortuna Grayling nunca abandona la posición de que la sencillez es la apuesta más segura a la hora de abordar ideas y debatirlas.

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