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26 jul 2023

Reseña: El príncipe moderno, de Pablo Simón

Pablo Simón, El príncipe moderno: Democracia, política y poder (Barcelona: Penguin Random House, 2018). 265 páginas.

La derrota victoriosa que ha tenido lugar en las recientes elecciones generales en el estado español vienen en cierto modo a contradecir algunas de las consideraciones que Simón esboza en este libro. En concreto, en la página 155, el politólogo riojano afirmaba que «los partidos socialdemócratas están perdiendo la capacidad de encabezar ejecutivos, pues han empezado a dejar de ser el primer partido de su bloque (sea a la izquierda o sumando con el centro)». Quizás sea la excepción que confirma la regla o que, incluso en 2023, Spain is different.

Sea como sea, este ensayo de 2018 no ha envejecido en absoluto, a pesar de lo mucho que ha sucedido en la política estatal, autonómica, europea y global en apenas un lustro. En once capítulos, y de forma amena, muy inteligible y sin pecar de la condescendencia con que muchos otros autores sobre política tratan al lector, Simón esboza un análisis que cubre el inexorable avance de muchos cambios políticos globales. Ya no se trata solamente de que los sondeos engañen o que los resultados de los comicios no correspondan a lo que los «entendidos» pronostican. Recién superada una crisis sanitaria que dejó maltrecha a las sociedades por sus perniciosos efectos en las economías, ya nadie se atreve a lanzar predicciones sobre lo que puede ocurrir en los próximos meses en ninguna parte.

Simón cubre certeramente muchos aspectos de la política actual en las democracias occidentales y buena parte de las americanas. Los factores que siguen contribuyendo a las crisis políticas en muchos de esos países son sin duda variopintos: las derivaciones que la globalización económica tiene sobre el tejido social, el envejecimiento poblacional, las vacilaciones y rechazos con que las sociedades europeas acogen las (por otra parte, imparables) olas migratorias, los guiños al fascismo y el autoritarismo que hacen líderes políticos de todo tipo, especialmente desde el sector más conservador. Que surjan nuevas fuerzas políticas resulta cuando menos apetecible, dado el anquilosamiento palpable en tantas estructuras de poder.

Si hay algo por lo que Simón pasa de puntillas y que, ya en esta década, va a ser la cuestión más acuciante para líderes políticos de toda índole, es la crisis climática global. Es el llamado «elefante en la sala», ese descomunal catástrofe que, precisamente porque no hay ninguna autoridad política, ideológica ni económica que pueda realmente hacerle frente en solitario, vemos todos como un problema con el que no se puede lidiar de la noche a la mañana. Dentro del ciclo político que el modelo de democracia parlamentaria que Occidente ha instrumentalizado como el único realmente genuino, la catástrofe del clima es esa lata que un chico aburrido patea hacia adelante por el mero hecho de que ahí está la lata y él camina en esa dirección.

Imagen de RCraig09. Así, al rojo vivo, bien calentito para que vaya con los tiempos.
Un texto entretenido, bien presentado y sustentado, pero obviamente insuficiente, dados los males que nos aquejan. ¡Gracias por el regalo, Julie-Ann!

16 abr 2018

Reseña: Democracy and Its Crisis, de A. C. Grayling

A. C. Grayling, Democracy and Its Crisis (Londres: Oneworld Publications, 2017). 225 páginas.
Democracia. Qué bonito concepto, ¿no? El gobierno del pueblo, la soberanía popular. ¿Está en crisis? Pues, viendo lo que está pasando en muchos de los estados considerados inveteradas democracias, diríase que sí. El filósofo británico Grayling escribió este ensayo en reacción a lo que él considera prácticamente un golpe de estado: el Brexit. Razón no le falta, pero el ensayo que A.C. Grayling proporciona en Democracy and Its Crisis semeja en algunos momentos más una pataleta que un riguroso análisis.

El libro se compone de dos partes bien diferenciadas. En la primera hace un escueto estudio de la historia de la democracia como concepto y su evolución hasta nuestros días. Desde el rechazo de la democracia por parte de Platón (en tanto que éste la veía como el gobierno de la muchedumbre y una más que probable deriva hacia el caos) hasta los pensadores ya archiconocidos: Hobbes, Locke, Rousseau, de Tocqueville, Spinoza, John Stuart Mill et al. Un somero repaso a las ideas y razonamientos que sostienen el concepto de democracia representativa que se ha erigido en forma dominante de la civilización contemporánea sobre el planeta (hecho innegable: tienen lugar elecciones legislativas en una amplia mayoría de países – otra cosa, y bien diferente, es si esas elecciones son verdaderamente democráticas, limpias y transparentes).

Estatua de ministro franquista, demócrata de toda la vida. La calle es mía, la foto no. Fotografía de Iago Pillado..
En la segunda parte Grayling aborda los males que la aquejan y las posibles soluciones. Por ejemplo: “Hay otras razones más que las ya obvias por las que importa la defensa de los principios subyacentes de la democracia representativa, […] Una es que una importante parte del problema de la política es la política misma, y que debe reconfigurarse el lugar de lo político en la vida de un estado o de una comunidad nacional. La otra es la necesidad de que haya en las escuelas una educación cívica de carácter obligatorio, y que exista el voto obligatorio, con una matización respecto a que el voto comience a los dieciséis años de edad.” (p. 7, mi traducción) Si los más jóvenes pudiesen votar, otro gallo cantaría. Como arguye en muchas ocasiones mi esposa T., no tiene sentido que voten ancianos cuyo uso de la razón roza el cero absoluto mientras chicos y chicas de 16 y 17 años se ven privados del derecho a escoger a quienes van a regir sus vidas por unos cuantos años.

¿Qué problemas identifica Grayling? Pues no debiera costarnos muchos identificarlos: órganos legislativos que no exigen cuentas a sus ejecutivos (el caso del Reino Unido con el referéndum del Brexit es evidente); segundo, la carencia de la más elemental educación cívica y política del electorado (éste es un mal que aqueja al mundo entero, pese al riesgo de generalizar en demasía); y tercero, la manipulación y tergiversación de la información mediante poderosas herramientas tecnológicas (sí, señor Zuckerberg – eso es exactamente lo que ha pasado delante de sus narices, ¿y usted sin enterarse?)

 True, hard-working democrats getting ready for brekky. Como dice mi amigo Gustavo: ¡y que revienten los pobres! Fotografía: Pepe Madrid.
Así pues, ¿qué es lo que un orden verdaderamente democrático precisa? Dice Grayling: “… esencial para algo que merezca dicho nombre es la posibilidad de debate, la libertad de expresión y de reunión, y el debido proceso de ley que proteja al pueblo del arresto y el castigo arbitrarios, muy especialmente en relación con temas de opinión.” (p. 32, mi traducción) Tomen nota, MPuntoRajoy y cía.

Que no todas las estructuras e instituciones de los estados democráticos están cumpliendo su función cabalmente es algo que cae por su propio peso: de lo contrario, no habría desempleados, ni gente desamparada, ni pensionistas que malviven ni marginados de toda clase y condición. Es decir, no habría tanta desigualdad como innegablemente existe (y sigue creciendo): “Cuando crece la desigualdad, cuando la brecha entre las capas superior e inferior de la sociedad se vuelve palmariamente considerable, surgen los problemas. Esa es una enfática lección de la historia. Los demagogos capaces de atribuir la desigualdad a la inmigración o a las egoístas élites insensibles que controlan el gobierno, o ambas cosas, pueden así promover una oleada populista de la cual pueden sacar tajada. Pueden tratar de remodelar el orden político y económico según su patrón preferido, el cual con frecuencia no será, por supuesto, probablemente una mejora para el pueblo cuyo apoyo han explotado para conseguirlo.” (p. 116-7, mi traducción)

Con frecuencia se mira a los EE. UU. como gran modelo a seguir en la implantación de los ideales democráticos. Y, sin embargo, el reciente fenómeno de la elección del narcisista más inepto que haya visto el mundo en los últimos tiempos como presidente es motivo de inquietud para Grayling: “La disposición estadounidense a revisar el orden constitucional está tan limitada como lo está el fundamentalismo religioso en su planteamiento para revisar su visión de un texto sagrado.” (p. 112, mi traducción) Como en otros lugares, el texto constitucional se ha convertido en credo inviolable, y el sistema que se sustenta en él defiende su legitimidad con uñas y dientes, y no cede un ápice ante las demandas de reforma. Ay, cuán largo me lo fiais.

Grayling sugiere que el voto debiese ser obligatorio, y cita Australia como ejemplo. Aun con la obligatoriedad de presentarse en los colegios electorales el día de los comicios (que no es lo mismo que votar), el sistema australiano es manifiestamente imperfecto. Cuando se creó la Federación, los ‘padres’ de la Commonwealth australiana se aseguraron de que una minoría rica de terratenientes anglosajones tuviesen mayor peso del que les corresponde en las decisiones de gobierno. Las pruebas son evidentes: en 2016, el partido de los Nacionales (en coalición con la derecha Liberal desde siempre) obtuvo 10 escaños con el 4,6% de los votos, mientras que Los Verdes, que consiguen regularmente más de un 10%, solo consiguieron 1 escaño.

Como escribía ayer, el ciudadano o la ciudadana contemporánea se enfrenta a un inquietante dilema. ¿Qué es preferible: exigir el respeto de los gobiernos a su derecho a las libertades civiles, aunque el sistema político te deje en la ruina y poco a poco te mate de hambre, frío/calor o con la contaminación (o las cuatro cosas a la vez), o renunciar a ellas a cambio de un modelo de producción que te garantiza un crecimiento económico cercano al 10% anual?

Pero bueno, no hagas preguntas tan difíciles, haz el favor, que estamos a lunes.

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