¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de
intenciones transgresoras? La errata de novienvre
es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular
dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en
Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.
La historia de novienvre está narrada
en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector
convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo
amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de
revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor.
Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña
oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.
En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las
evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a
diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil,
según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor.
Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del
resto: se llama Genaro.
La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de
Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos
roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su
infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni
singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de
aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte
final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el
descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa
traición por parte de un hombre del pueblo.
Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus
estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia
de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan
territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan
trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas.
Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa
a Santander.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza
vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha
tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y
poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y
mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del
mundo choca diametralmente con la realidad.
Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las
sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa
que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos
y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar
conclusiones.
Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de
títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación,
de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la
madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni
interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la
página, y estéticamente no aporta nada.
novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una
rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española
actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena
seguirle la pista a este escritor en los próximos años.
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