Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos
que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis
económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado
de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer.
Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no
resultaba desagradable.
El hígado es el
órgano que da título a este cuarteto de nouvelles
de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras
humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el
cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una
obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation
Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el
Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero
regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con
la misma palabra: ‘cunt’.
Los personajes
son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las
novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación
forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el
camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se
gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el
extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es
más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.
La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado
irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una
de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña
su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En
el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida.
Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los
pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich
entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría
tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la
ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.
En el tercer
relato, Prometheus, Self retorna a
Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad
propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener
la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles
campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el
costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer
relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que
es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y
sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.
Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de
la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos
lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega
diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del
Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También
hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un
papel secundario en The Book of Dave.
Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación
la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter
Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.
"Birdy Num Num"
En busca de la
sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso
de Liver, solamente la historia de Joyce
Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las
otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a
temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el
alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por
supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.
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