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17 nov 2023

Reseña: Los Living, de Martín Caparrós

Martín Caparrós, Los Living (Barcelona: Anagrama, 2011). 430 páginas.

Ay la Argentina, ese lugar en el mundo que este mismo fin de semana tiene una cita ineludible en las urnas que bien pudiera cambiar su destino de forma brutal e incluso permanente. Ya en 1993, en un situación que para mí no terminaba de tener sentido, los argentinos se ofrecían a comprarme dólares cuando el cambio de divisas oficial era uno por uno. Hoy es un país en el que la moneda estadounidense tiene distintos valores en pesos según sea el mercado en el que uno se mueve. Así de loco es el asunto, mientras que uno de los dos candidatos propone la dolarización de la economía. Suerte para todos.

En Los Living, Caparrós elabora una especie de novela picaresca argentina de principios de siglo. El antihéroe protagonista es Nito, quien a modo de premonición nace el día de la muerte del General Perón («Cuando yo nací y murió Perón, muchos sufrieron porque lo idolatraban y lo necesitaban —o, por lo menos, estaban convencidos de que lo necesitaban.» (p. 15) Y casi cincuenta años después —toda una vida, che— diríase que todavía hay quienes creen que lo necesitan.

El General y Evita, figuras fundamentales de la historia argentina del siglo pasado.  Fotografía de Ramón Belozo.

Nito crece con la Argentina y las vicisitudes del país del último cuarto de siglo. Su niñez es una serie de vivencias que Caparrós narra con clarísima intención satírica en primera persona, al tiempo que intercala con retazos de una conversación a tres bandas que, a medida que avanza la novela, se revela como mucho más que el diálogo de besugos que en un principio parece ser.

La guerra de las Malvinas, la represión militar, el menemismo. Todos son elementos que dibujan el telón de fondo de la vida de Nito. La absurda muerte de su padre cuando apenas era una criatura va a marcar sus primeros años de manera decisiva. Víctima del bullying en la escuela, Nito aprende a la fuerza a valerse por sí mismo: descubre que la ingenuidad simulada puede servirle para abrirse camino en la vida.

Si de algo peca Caparrós en la elaboración del relato es la reiteración de ideas. El relato de Nito visita las mismas obsesiones con excesiva frecuencia. La irrupción del inefable clérigo brasileño Trafálgar en la novela sirve (quizás con demasiadas páginas) para enlazar la infancia y adolescencia de Nito con el proyecto ideado con el Pitu Carpanta, los living, el embalsamiento de los muertos como invitación a que los argentino puedan ‘convivir’ con los seres queridos ya finados no solamente de recuerdos, si se quiere, pasando por la maquinación para la que el brasileño recluta a Nito. El propósito de todo es, lógicamente, engañar y quitarle el dinero a los crédulos.

El primer lugar adonde mi buen amigo Salama me llevó en Buenos Aires fue al cementerio de Recoleta, al mausoleo de Evita. Y no es que hubiera momia alguna que contemplar, como es el caso de Uncle Ho en Hanói. El concepto que significaba su figura seguía siendo entonces (hablo de 1993) absolutamente central para la vida social y política argentina.

Atención, Sr. Pérez Reverte: hete aquí un amigo. Fotografía de Martín Caparrós a cargo de Esther Vargas.   
Los Living es una sátira a ratos extravagante aunque constantemente provocadora. Está regada con mucho humor negro y te regala una abundante crítica de la religión, del arte y de la sociedad porteña, con un epílogo que el autor agrega al final para dotar a la novela de un desenlace, que claramente se hacía necesario. Un libro muy entretenido.

16 oct 2022

Pola Oloixarac's Dark Constellations: A Review

Pola Oloixarac, Dark Constellations (New York: Soho Press, 2019). 202 pages. Translated by Roy Kesey.

Remember Donald Rumsfeld’s words to the press twenty years ago, in 2002? ‘[…] as we know, there are known knowns; there are things we know we know. We also know there are known unknowns; that is to say, we know there are some things we do not know. But there are also unknown unknowns – the ones we don't know we don't know.’ These latter ones are the scary ones, I guess. The Incas contemplated dark constellations in the night skies, where the dark spaces (the unknowns) were the object of interest rather than the bright, visible known points, the stars.

Argentine Pola Oloixarac weaves three stories into an unusual, weird and at times a little clumsy volume. The first part is set in the late 19th century: explorer Niklas Bruun ventures into caves on some Atlantic island. While in search for some hallucinogenic stuff that would allegedly erase whatever it is that separates one species from others, he and his group become the more-than-willing prisoners of a tribe whose women profusely engage in sexual intercourse with the visitors.

The second part has an enough promising start – it is truly hilarious and Oloixarac proves she does have the skill. An Argentine student travels to Brazil and gets pregnant. Her son is Cassio, who will become a notorious hacker and will eventually be hired by a big corporation with less than clearly defined aims and purposes. Governments and corporations seem engaged in a race to discover the way they would be able to capture our DNA either by means of real samples or using strange, ever-present instruments that resemble facial-recognition devices called Bionoses. Everyone, be careful where you fart! Your DNA might be collected and used against your will.

The final part brings in Piera, an Argentine biologist. It is set in just a couple of years’ time. She teams up with Cassio in an obscure plot to develop viruses and plant them across the whole world via the web.

The author seems to focus strongly on big issues, no doubt: where are we heading as Humanity? And what might be the consequences of blending the human and the technological in the context of a world where all of our data has fast become merchandise for sale? Scary, yes. The unknown unknowns!

Whatever might be uniting the goal of Bruun’s travels and Cassio and Piera’s heavily marijuana-induced plans to, well, do something that I found mind-boggling and pretty obscure, I may have missed. If Dark Constellations is intended to terrify us about where evolution is taking us, perhaps a little less vagueness and darkness would help. Lots of references to computer developments and popular culture of the 90s and later do not help us much to follow the scanty plot the book offers.

22 dic 2018

Reseña: Fuera de lugar, de Martín Kohan

Martín Kohan, Fuera de lugar (Barcelona: Anagrama, 2016). 222 páginas.
Además de la idea de encontrarse desubicado, la expresión ‘fuera de lugar’ puede denotar un comportamiento o conducta inapropiada. Esta novela del argentino Kohan (la segunda suya que leo, tras la bastante buena Bahía Blanca hace más de cinco años) tiene más de novela negra que novela de denuncia social, pese a que la primera parte de las seis que la componen introduce al lector a un grupo criminal que se dedica a fotografiar a niños desnudos. El grupo lo integran personajes variopintos, como un vendedor, un cura, el dueño de una hostería, un par de señoras y el fotógrafo.


Buen dominio de la perspectiva en la narración: Martín Kohan. Fotografía de Antonio Nava / Secretaria de Cultura 
Lo realmente curioso es cómo consigue Kohan inmiscuirte en la (prácticamente nula) moralidad de los personajes que forman la banda criminal. Para ellos, el verdadero criminal es el que mira la imagen, el que la compra, no quien la produce. Trivializan sus actividades, y solamente atañen importancia a los réditos que ciertas ‘novedosas’ composiciones podrán reportarles en el mercado de destino, la Europa del Este tras la caída del Muro, adonde exportan su producto a través del puerto de Valparaíso.

Tras la primera parte, la más extensa (‘Precordillera’), viene ‘Litoral’, que traslada al lector a la hostería de Santiago Correa en las orillas de un río, el Paraná o el Uruguay. La difusión de las fotografías por medios digitales está colocando a la banda al borde del colapso, y Santiago Correa (el único adulto que aparece en las fotos) se obsesiona buscándose en internet. Su esposa Elena descubre qué le ocupa las noches cuando se supone que debería estar durmiendo.

El río Paraná. Fotografía de Argenz.
La tercera parte, ‘Conurbano’ se inicia de manera tajante: “Al muerto lo encontraron un jueves”. El difunto es Alfredo Cardozo, quien hacia el final de la primera parte había prestado a su sobrino Guido, intelectualmente discapacitado, para una de las sesiones fotográficas de la banda. Entra en escena ahora Marcelo, el hermano mayor de Guido, que no puede explicarse el suicidio de su tío. Marcelo comenzará a indagar en la vida oculta de su tío.

Marcelo descubre que su tío había pagado todas sus deudas, y eso que tenía muchas y abultadas. ¿Cómo lo hizo, y por qué? Entre sus papeles, Marcelo encuentra tres almanaques de la hostería junto al río, y allí dirige sus pesquisas. No consigue descubrir nada, pero tanto le gusta el lugar que convence a la tía Nelly para que acuda allí junto con Guido. El momento más poderoso tiene lugar cuando Guido reacciona de forma inusual al reconocer a Correa, lo cual extraña a Marcelo y Nelly. Pero Elena y su esposo consiguen tranquilizarlos, y convence a Marcelo de que le sirva de enlace en su negocio de exportación de mermeladas.

¿Qué oculta Elena tras sus negocios de venta de conservas en provincias? ¿Hasta qué punto actúa ella de manera independiente? Con una rauda narración en sus dos últimas partes, Fuera de lugar se precipita velozmente hacia un brutal desenlace. Muchos de los enigmas no quedan explícitamente resueltos, de manera que es el lector quien habrá de contestárselos.

Una intrigante trama, bien trabajada, con un lenguaje que es, a veces, muy escueto y directo: cuando el autor lo juzga necesario (algo que el lector agradece). Un buen libro, construido sobre diferentes líneas argumentales, a partir de una intriga que versa de lo amoral y provocativo.

16 sept 2018

Reseña: El manual de Dímir, de Ricardo Steiner

Ricardo Adrián Steiner, El manual de Dímir (Buenos Aires: Contemporánea, 2009). 83 páginas.

Esta es una breve recopilación de cuentos del género detectivesco, que adopta como título el del primero. Están precedidos por una ‘Nota aclaratoria’ a cargo de Luisa Anastasio, un prólogo que destaca algunas de las virtudes (que las hay) en estos cuatro relatos.

Steiner se deleita en plasmar paradojas y aparentes contradicciones: ‘El manual de Dímir’ presenta a un asesino-autor, Dímir, obsesionado en la preparación de un manual para acabar con su enemigo, Fulson. El manual explora las diversas posibilidades para llevar a cabo la ejecución. El desenlace aporta un cambio radical de punto de vista narrativo: de pronto es Fulson quien nos está contando la historia. El final no es únicamente sorprendente; se trata de una ingeniosa solución de corte metaliterario.

Por nada del mundo llevaría tamaño peso a la espalda. Una Underwood. Fotografía tomada de Wikipedia.
El segundo cuento es ‘Buscando a Nelson’. El narrador es un viejo amigo de Nelson, escritor “medio encorvado, como si con los años el peso de la máquina de escribir se le hubiera subido a la espalda.” (p. 34) Aficionado a la ginebra a palo seco, Nelson se presenta en un bar con un último relato, ‘El caso de Carmen’, el definitivo, y le reta al narrador a encontrarlo a él, Nelson, en ese relato. Afanándose por encontrarlo, el narrador se devana los sesos infructuosamente, leyendo y releyendo el relato sin encontrar pista alguna. ¿Qué sorpresa le tenía preparada Nelson? ¿Cómo concluye esta trama? ¿Fue Nelson mucho más avieso que el narrador?

En el tercer cuento, ‘La extraña muerte de Aníbal’, Steiner utiliza diestramente el recurso de comenzar el relato del crimen por el desenlace, la muerte de Aníbal, y retroceder en el tiempo hasta revelar la causa de la muerte de Aníbal, enlace sindical de una empresa dedicado a rescindir contratos de manera amigable, y el victimario, quien lo narra todo en primera persona.

El cuento que cierra el volumen lleva por título ‘El quinto cadáver’, y es el más previsible de los cuatro. El narrador, un portentoso investigador que se ha labrado una excelente reputación y que vive de esos laureles recibe la llamada de Lorni, jefe de la brigada y excompañero del narrador que investiga una serie de crímenes que apuntan sin duda a un asesino en serie. ¿Sabrá descubrir a tiempo el narrador quién es el asesino?

Con apenas 80 páginas, El manual de Dímir no deja de ser una breve pieza de entretenimiento, carece de pretensión alguna por dejar una huella de grandes presunciones literarias. Gracias nuevamente al Turco Anad por facilitarme la lectura de este libro y otro posterior del autor, La hora difícil.

16 dic 2017

Reseña: La hora difícil, de Ricardo Steiner

Ricardo Steiner, La hora difícil (Lobos: Cien kilómetros, 2011). 82 páginas.
Esta brevísima colección de cuentos del argentino Steiner parece quedarse en bien poco. Son tan solo seis relatos, muy cortos todos ellos, pero se tratan de relatos intensos, impregnados de una inquietante visión del mundo. En el que abre el librito y que le da el título, Martín rememora las circunstancias vitales que rodearon su relación con su amigo Orlando y el fatal resultado final de esa relación. Dice Martín en el día en que entierran a Orlando: “Todas las horas son la misma hora, menos hoy. Hoy es la hora difícil.” El relato termina con una entrada en el diario de Martín (o una nota mental que se hace a sí mismo) en la que se apremia a comprar una droga en la farmacia que disolverá en la comida de sus hijos y esposa antes de abrir la manija del gas al máximo.

‘El patíbulo’ es un brevísimo relato (tres páginas) en el que un condenado a muerte confiesa sus terrores. No es el miedo a la muerte (simbolizado en el Muro frente al cual los guardias del pelotón de fusilamiento realizan el Pase de los penados) sino el terror a la condena, a la ausencia de posibilidades de evitar el paso inexorable de un tiempo sin esperanza.

"El campo se extendía frente a nosotros sin miedo a perderse, la llanura desigual parecía cubrirlo todo.", de 'Las manos de un hombre' (p. 44-5). Fotografía de Mushii (2007)
A este le sigue ‘Las manos de un hombre’, que cuenta la historia de Tenorio, cuyas “manos acusaban el doble de los años que el hombre llevaba encima” como consecuencia de “una vida difícil”. La historia la narra el compañero de faenas de Tenorio tras la muerte de éste: ambos habían partido a caballo cruzando el campo abierto, el inmenso vacío de La Pampa, rumbo a una estancia donde debían trabajar. Pero por alguna razón desconocida, al llegar al lugar donde debía estar la estancia, el lugar se ha desvanecido. Desorientados y desesperados por la caída de la noche, Tenorio y el narrador se separarán, con terribles resultados.

El cuarto relato lleva por título ‘Donde el azar la olvidó’. Con un planteamiento estructural bastante similar al anterior, el narrador nos avisa de que cuando sube al auto con su amigo Cécil, tiene el presentimiento de que se van a matar. Esa idea queda pronto contradicha por la noción de que su amigo sabe maniobrar con pericia. “La idea de que nos matábamos se fue muriendo con los kilómetros; el día se iba muriendo con los kilómetros; nosotros nos íbamos muriendo con lo [sic] kilómetros…” (p. 56). La predestinación es evidente: tras detenerse en una suerte de venta en mitad de ninguna parte para comer algo, al salir del comedor se encuentran que el auto ha desaparecido. Sorprendidos, deciden esperar al tren para regresar a la ciudad. La narración regresa entonces a un punto anterior, al momento del presentimiento y las dos ideas contradictorias que vuelven a coexistir.

Los dos últimos cuentos de este volumen no ligan con los anteriores. ‘Ecuaciones’, el último del libro, es una detallista disquisición en torno a las probabilidades y las coincidencias. El que le precede, ‘Mi nombre, mi lugar’, sitúa a una mujer en septiembre de 1939 en el puerto de Vigo, a bordo de un buque camino de Buenos Aires, camino de una nueva vida, rumbo a la posibilidad de reconstruirse.

Steiner no esconde su inspiración ni sus espejos literarios: La hora difícil contiene en sus epígrafes citas de Rulfo, Cortázar, Borges y Asturias, entre otros. La veleidad de la muerte, el misterio del azar y los misterios cotidianos que con frecuencia nos laceran la vida irreparablemente son los temas que preocupan a Steiner.

Mi agradecimiento al ‘turco’ Anad por prestarme este librito.

30 abr 2016

Reseña: El origen de la tristeza, de Pablo Ramos

Pablo Ramos, El origen de la tristeza (Barcelona: Malpaso, 2014). 168 páginas.
Tres episodios en la vida de un muchacho, Gabriel, que ronda los doce años y vive en las afueras del gran Buenos Aires, allí “donde el terraplén del ferrocarril Roca se eleva separándolo de las torres Güemes. Y muere bien abajo: contra el arroyo Sarandí, […] y del otro lado los primeros ranchos de la enorme villa Mariel” (p. 65), componen esta nouvelle del argentino Pablo Ramos. Es el barrio del Viaducto, que hace frontera con las villas, ese territorio bastante comprometido donde la ley no termina de imponer su autoridad.

Como para darse un baño, vamos. El arroyo Sarandí. Fotografía tomada de villacorina.blogspot.com
Gabriel, o Gavilán, como le llaman sus amigos, es uno de “los Pibes [que] parábamos en la esquina de Magán y Rivadavia”. Quién no se ha pasado miles de horas en esa esquina que se constituye como centro del universo de la temprana adolescencia, escenario de trifulcas, desafíos y discusiones bizantinas, paradero de unos jóvenes que ni tienen otro lugar dónde acudir ni cuentan con los recursos para mejorar la oferta de entretención fuera del horario escolar. Todos tuvimos alguna esquina.

En el primer capítulo, ‘El regalo’, Gabriel acompaña a su amigo Rolando al cementerio para aprender de este hombre alcoholizado cómo manejar el ‘negocio’ del cuidado de tumbas y mausoleos. Su primera excursión nocturna termina bastante mal. Tras otra visita al cementerio y otro incidente, a Rolando lo apresan y Gabriel tendrá que esconderse durante algún tiempo, pero consigue un pequeño botín, algo que tiene pensado en regalarle a su mamá por su cumpleaños y que desgraciadamente le dejará un malísimo recuerdo.

La segunda parte lleva por título ‘El incendio del arroyo’. La pandilla de los Pibes escapa del barrio cuando el arroyo, una corriente de pura podredumbre y polución tóxica, se prende. Aprovechando el desbarajuste que trae la presencia de bomberos y policía, los Pibes invaden una especie de bodega ilegal donde un tipo vende vino. Tras beberse unas cuantas botellas, hacen acopio de damajuanas llenas y emprenden el regreso al barrio cuando ya es noche cerrada. El periplo de retorno está lleno de peripecias y anécdotas, incluida la pérdida del vino, pero el desenlace final es también desesperanzador.

El capítulo final, ‘El estaño de los peces’, es también un relato de amargura. La sempiterna crisis económica argentina se lleva por delante el taller del padre de Gabriel. Sin un sostén económico, la familia se quiebra, y Gabriel lleva a cabo una acción cruel y absurda que es en realidad una reacción muy instintiva, hasta cierto punto lógica cuando a un joven le quitan todo lo que podría haberle proporcionado unos visos de la esquiva felicidad.

El mayor acierto de El origen de la tristeza es la voz clara y segura del joven narrador. Con la narración autobiográfica de Gabriel, Ramos construye un personaje que es más que verosímil: se hace de carne y hueso ante nuestros ojos, nos permite acompañarle por el cementerio o mientras vadea el arroyo fétido, elimina toda posible distancia entre sus vivencias y nosotros, y nos expresa sus sentimientos con humor ácido. El libro rezuma amargura: los problemas de la sociedad porteña (en realidad los problemas de cualquier comunidad que vive en las periferias de las grandes urbes globales, al borde de un bienestar que se puede ver, pero nunca disfrutar) quedan expuestos a través de los ojos de este Gavilán de doce años, que busca su escapismo en el vino dulzón y barato y en la masturbación. De Gabriel no se puede decir que pierde la inocencia, puesto que eso es algo que en realidad nunca ha llegado a poseer verdaderamente.

Destacar también la excelente edición de Malpaso, a pesar de alguna errata, que siempre se las arreglan para meterse. El origen de la tristeza ha sido llevada también al cine, y puede verse este tráiler en Youtube.


8 oct 2015

Reseña: Lejos de dónde, de Edgardo Cozarinsky

Edgardo Cozarinsky, Lejos de dónde (Buenos Aires: Tusquets, 2009). 167 páginas.

Son varios los personajes de esta novela del argentino Cozarinsky que nos recuerdan la máxima de que la historia la escriben los vencedores. Pero también los perdedores, los que logran salir con vida, pueden tener alguna chance de rescribir su propia historia. Será en todo caso una ficción o una falsificación, pero para quien huye, siempre le valdrá vivir una ficción como vía de escape.

La novela de Cozarinsky se sitúa al principio en la Alemania nazi de finales de la guerra. La inminencia de la llegada de los soviéticos por el frente este desata el pánico de muchos, entre ellos la administrativa vienesa Therese Feldkirch. Pertrechada de una capa en la que esconde los dientes de oro de muchos de los judíos a los que han asesinado en Auschwitz, la mujer escapa y poco a poco logra alejarse de la escena de sus crímenes hasta llegar a Génova. Con el pasaporte de una judía muerta que guarda cierto parecido con ella consigue cruzar el Atlántico y radicarse en Buenos Aires. Conseguir empleo en un restaurante bávaro y alojamiento en una inmunda pensión son precisamente la clase de coartadas que necesita para no llamar demasiado la atención.

Una noche a la salida del trabajo tres desalmados la emboscan y la violan. No se trata de un caso de justicia poética, desde luego: aun así, de esa violación nacerá su hijo Federico, que asume el (falso) apellido judío de su madre, Fischbein.

Federico crecerá atento a los misterios y secretos de su madre. Para ella, él es objeto de devoción y posiblemente la única persona con la que pudiera compartir sus secretos. Pero es todavía muy joven. A Therese Feldkirch/Taube Fischbein la mata un coche en un accidente a la salida del restaurante. La narración da un salto de casi dos décadas y nos sitúa ante un Federico inmerso en la guerrilla urbana contra los milicos. Tras preparar un atentado, huye a Brasil y de allí a Europa.

Lejos de dónde está dividida en cinco partes. La última le sirve a Cozarinsky para de alguna manera cerrar el círculo, y parece sugerir un encuentro aleatorio entre los dos hijos de la prófuga vienesa: la hija a la que se vio obligada a abandonar durante el conflicto bélico de los años 40 y el muchacho argentino de ojos oscuros que casi en nada se parecía a ella.
Cozarinsky realiza una magnífica (a mi modo de ver) panorámica de la Argentina de posguerra, elidiendo los nombres de los personajes históricos que dominaron la historia del país, pero describiendo momentos significativos a través de la mirada de la vienesa prófuga: las concurridas manifestaciones de apoyo al caudillo Perón y a una hermosa mujer que lo acompaña en sus proclamas desde un balcón de ese edificio de color rosado por el que pasa casi a diario.


El autor trata de ser ecuánime con los dos personajes principales, madre e hijo. Y lo consigue, en gran medida gracias a una prosa concisa, parca en detalles y abundante en sombras y episodios no narrados o solamente bosquejados. Cerrar el círculo de una ficción, la de la prófuga colaboradora del régimen nazi que será madre de un joven judío (que no lo es), con la huida de ese hijo a Europa y el encuentro fortuito con su media hermana es de una riquísima (y verosímil) ironía.

Este es un buen ejercicio literario, breve pero rico en matices metaliterarios e históricos, al igual que otra de las obra de Cozarinsky que he tenido ocasión de leer y reseñar, Dinero para fantasmas.

11 dic 2014

Reseña: Dinero para fantasmas, de Edgardo Cozarinsky

Edgardo Cozarinsky, Dinero para fantasmas (Buenos Aires: Tusquets, 2012). 134 páginas.

Un relato que nos es presentado en forma de diario y situado dentro de otro relato, un sutil encaje de historias, escenarios y perspectivas configura esta nouvelle del argentino Cozarinsky. Martín es estudiante de cinematografía (otra de las vertientes creativas del autor argentino) en la capital bonaerense. Mientras busca posibles escenarios donde filmar un cortometraje para sus obligaciones académicas cree reconocer a un viejo cineasta que escribe solo sentado a la mesa de uno de los tropecientos cafés de Buenos Aires. Cuando, ya convencido de que el viejo es Andrés Oribe, regresa al local, el dueño de éste le entrega los cuadernos que el viejo Oribe ha dejado para él tras su última visita. Oribe no va vuelto desde entonces a pisar el café.

Martín y su compañera de estudios Elisa se enfrascan en la lectura de los cuadernos de Oribe, que se inician con el relato de cómo Oribe conoció a Celeste, una jovencita de provincias (de la hermosa Catamarca) llegada a la capital para buscarse la vida en el cine. Tras acompañarla una noche en su auto, Celeste desaparece, y Oribe trata de encontrarla adentrándose en los barrios marginales. Allí conoce a Ignacio, quien había sido compañero sentimental de la joven, y por él averigua que Celeste se ha ido a Alemania a perseguir su sueño cinematográfico.

Cuando Oribe acude a Berlín invitado por académicos alemanes, Ignacio le ruega que la encuentre. Es justamente tras el pase de la película en la que había participado Celeste que ésta vuelve a presentarse en la vida de Oribe. Pero la vida de la muchacha ha cambiado tanto como la ciudad que Oribe había visitado muchos años antes, cuando un muro (tanto físico como ideológico) separaba en dos Berlín. Celeste es ahora una pieza de ostentación, una joya dotada de bolsos de piel y teléfono celular que exhibe un millonario ruso con negocios de dudosa moralidad. Oribe la acompaña por las calles de Berlín mientras una limusina los sigue a velocidad de transeúnte. Celeste le explica a Oribe el porqué de su huida y transformación: “Sé que vos me vas a entender. Mirame bien. ¿Qué era yo en Buenos Aires? Una negrita del interior, una cabecita negra…Para Yuri soy una belleza exótica. Como lo oís, así me lo dijo cuando me conoció. Me enseñó a estar orgullosa del color de mi piel, de mis ojos, de mi pelo. A no sentirme inferior a nadie. A mirar a la gente sin miedo.” (p. 67)

Por alguna razón no totalmente explicitada, el relato de Celeste sacude a Oribe en algo muy recóndito de su ser. En el aeropuerto duda de si quiere regresar a Argentina. Lo hace, pero al llegar toma la determinación de desaparecer. Acude a su departamento y se lleva lo mínimo sin que nadie le vea. Luego viaja a ver a su padre, internado en una residencia geriátrica. La conversación (por decirlo de alguna manera) que Oribe mantiene con su padre enfermo es una de las secuencias más conmovedoras de Dinero para fantasmas. Después se instala en un hotel de mala muerte y deja pasar los días, hasta que una tarde encuentra en recepción una citación. La policía le pide que acuda a una comisaría. ¿Cómo han dado con él? ¿De qué quieren hablarle?

Martín y Elisa terminan de leer sus cuadernos y se embarcan en la filmación del corto, inspirado por el relato de oribe sobre Celeste e Ignacio. Martín recibe un premio por el film, y gracias a eso también son invitados a un festival en Salta. Allí Elisa cree descubrir algo que revolucionaría totalmente la idea que Martín (y Oribe) tenían de Celeste. Un sorprendente final (que no desenlace).

El tema central de Dinero para fantasmas es nuestra identidad y los titánicos esfuerzos que entraña toda huida de ella. Oribe busca evaporarse pero, cuando ya cree haberlo conseguido, aparece en la recepción del hotelucho una orden policial para que se presente a declarar qué es lo que sabe de Ignacio y del viaje que éste hizo a Alemania, con un final aparentemente trágico. ¿Pero realmente fue ese el final?, se pregunta Elisa. ¿Vale la pena compartir lo que ella ha descubierto?

El título del libro hace referencia a la costumbre muy extendida en toda Asia de quemar billetes falsos en una ofrenda a los difuntos. Es Elisa la que al final de la historia quema un billete (auténtico) de dos pesos en el cuarto de baño del hotel mientras Martín duerme, y lo hace con el fin de alejar el pasado (a Oribe, pero también a los fantasmas de Celeste e Ignacio) de su presente, de su juventud. “«Somos jóvenes. […] El pasado no puede alcanzarnos.»

Si fuera tan fácil como quemar un billete, celebrar un ritual para que el pasado nunca nos hostigue…

24 nov 2014

Reseña: El oficinista, de Guillermo Saccomanno

Guillermo Saccomanno, El oficinista (Barcelona: Seix Barral, 2010). 199 páginas.

Un hombre sin nombre. Un hombre gris que ocupa un puesto de trabajo gris. Un hombre amedrentado por todo lo que le rodea: amedrentado por su mujer, una obesa despótica; amilanado por su jefe y por la compañía para la que trabaja, donde se producen despidos extemporáneos y sin motivo aparente; acobardado por el régimen político del país en el que vive, un régimen dictatorial en el que la única posible expresión de disidencia se lleva a cabo por medio de la violencia; asustado por el clima de terror e inseguridad que se respira en una ciudad sin nombre, en la que nos sobrecoge el frío y sobre la que cae una eterna llovizna ácida. El escenario que traza Saccomanno podría ser distópico si no fuera porque uno puede reconocer ciertas características de esa ciudad en la actual Buenos Aires.

El oficinista es en gran medida atemporal pero al mismo tiempo, sospecho, muy actual. Lo más llamativo, a mi parecer, es cómo retrata Saccomanno la enorme brecha social que ha deshumanizado a la sociedad occidental. Ninguno de los personajes de esta novela tiene nombre. Ni los personajes principales (el oficinista, su compañero, la secretaria y el jefe) ni los secundarios: el único de sus hijos por el que el oficinista siente algo de cariño es, sencillamente, el viejito. Por las noches, las calles militarizadas son un vasto espacio de sombras y miedos: jaurías de perros clonados, patotas de jóvenes borrachos y drogados, hordas de mendigos y desharrapados sin hogar. Elementos reales y elementos ficticios se mezclan en un escenario que se intuye muy próximo a una catástrofe quizás definitiva.

Saccomanno renuncia al estilismo en favor de una expresión vertical, cortante, directa. Frases cortas, a veces muy cortas, en las que la elisión es el recurso más frecuente: “La mañana, finalmente. Por la ventana suben los motores de unos camiones militares, bocinazos, colectivos, sirenas, autos. El raspado de un fósforo que prende una hornalla. El hervor de una cafetera. El ruido de la tostadora. Un bostezo. Un carraspeo. Una canilla. Unas pantuflas. Las voces de la cría que emerge de su letargo. Después gritos, discusiones, insultos, lamentos.” (p. 49)

Quizás lo único que se podría calificar como un poco decepcionante (y esto, siendo muy, muy severos) de El oficinista es la trama misma. No porque el desenlace sea un tanto previsible (que lo es), sino porque la línea argumental es para mi gusto algo floja. Hombre de mediana edad en puesto de trabajo mediocre con serios problemas domésticos se enamora de una joven, la secretaria, que le ofrece sexo una noche después del trabajo. Angustiado porque ella no parece sentir la misma atracción ni la misma necesidad perentoria de verlo a él todas las noches, dedica horas extra a espiarla, hasta que descubre que la secretaria sale del trabajo en el automóvil del jefe.

El oficinista experimenta una especie de revelación. Aguijoneado por la presencia acuciante y constante del “otro” – la conciencia de su mediocridad que le espeta una y otra vez que es un don nadie – se entrega a quimeras y proyectos irrealizables: eliminar a toda su familia (pese a la pena que le daría matar al viejito), robarse una ingente suma de dineros de la empresa y huir con la secretaria al extranjero.

Saccomanno apila episodios escuetos uno tras otro que no hacen sino aumentar la sensación de mediocridad y trivialidad en la vida del personaje central. Tras delatar al compañero de trabajo siente remordimientos, pero su búsqueda de la expiación deviene en una patética aventura por los barrios bajos de la ciudad. Especialmente llamativo me resultó el de su entrada en una iglesia en mitad del servicio religioso, sus ropas manchadas de sangre. El sacerdote brasileño le conmina a confesarse en público, pero el oficinista no soporta la presión brutal del clérigo y huye aterrado sin poder vaciar su conciencia.

Galardonada con el Premio Biblioteca Breve de 2010, El oficinista es un acertado retrato de la mediocridad en la que vive la inmensa mayoría del tejido social de la sociedad occidental contemporánea. Donde la cobardía nunca deja de reprimir los sueños porque el miedo es más fuerte y atenaza. Su protagonista anónimo es una atinada imagen del individuo temeroso que predomina entre las clases medias, quien interioriza (y reprime) su rebeldía a través de un "otro", que le recrimina su insignificancia, y quien solamente muestra sus aspiraciones por lograr un cambio sustancial a través de sueños inalcanzables. Un interesante relato breve que se lee, como suele decirse, en un suspiro.

25 oct 2012

Reseña: El comienzo de la primavera, de Patricio Pron


Patricio Pron, El comienzo de la primavera (Barcelona, Mondadori, 2008). 247 páginas.

En la página 185 de El comienzo de la primavera, el narrador omnisciente apunta que “Si Dios es un narrador, pensó Martínez, seguramente es uno pésimo, ya que mezcla los datos, desordena encadenamientos de hechos que de otra manera resultarían comprensibles a primera vista. Un maniático jugador de crucigramas, se dijo”.

Para todo aquel que aspire a ordenar lo que entienda como realidad (tan caótica como es, que nadie lo dude) y otorgarle visos de verdad, esta novela del argentino Patricio Pron no es nada recomendable. Si ese Ser Supremo (o lo que sea, cada cual que crea en lo que quiera – allá cada cual) es un aficionado a los juegos y cruza los datos de forma aleatoria, podríamos decir que tratar de darle sentido al caos es un tarea fútil. Que lo es. Por suerte, Pron no es ese pésimo narrador, ni mucho menos.

Martínez es un traductor argentino que se ha emperrado en hablar con un oscuro filósofo alemán llamado Hollenbach, autor en su juventud académica de una obra titulada Betrachtungen der Ungewissheit (Reflexiones sobre la incertidumbre), y que Martínez quiere traducir al castellano. Toma clases de alemán en Buenos Aires que devienen en una relación sexual con su profesora, y a pesar de recibir tres cartas de Hollenbach que buscan disuadirlo, Martínez se sube a un avión y acude a Alemania. Pero cuando llega a Heidelberg, Hollenbach parece haber desaparecido de la faz de la tierra. Su paradero es un enigma, y las pistas que personas que dicen haber conocido al filósofo son, en el mejor de los casos, vagas, y en el peor, falsas. ¿Quién le está tomando el pelo a Martínez?

Dejando de lado el (supuestamente) laberintico argumento en clave detectivesco de esta novela, con sus indudables guiños a Roberto Bolaño, Pron deleita a mi parecer al lector con una novela de la cual podría argüirse que el tema es la estructura. O dicho con otras palabras: la estructura narrativa se erige por encima del conjunto, se superpone a todos los demás elementos temáticos (la concepción de la Historia como una suma de discontinuidades en vez de una serie continua de eventos, o el asunto de la mentalidad culpable en la sociedad alemana de fines de siglo, entre otros), lima sus aristas y suaviza ángulos inverosímiles hasta integrar todo lo anterior en una narración extraordinaria, singular y cautivadora.

Contraponiéndose al periplo del joven argentino, que viaja de ciudad en ciudad y va de encuentro en encuentro con personajes a cada cual más enigmático y displicente (el relato de las dos incursiones ilícitas en el edificio de la Facultad de Filosofia en Heidelberg y de sus dos encuentros con el alcohólico Hausmeister es fascinante), hay otro eje argumental situado en el pasado, antes de la Segunda Guerra Mundial, una especie de espejo narrativo que Pron utiliza con maestría, haciendo avanzar las dos tramas – es decir, las dos historias – hacia un punto de conexión final. Es una arriesgada estrategia narrativa, pero da unos muy buenos resultados.

Habrá lectores a los que la propuesta de Pron no les satisfaga un ápice. Habrá quien ponga objeciones a su estilo de largas oraciones interrumpidas a veces por aparentemente ilógicos paréntesis, o la interposición de eventos secundarios en mitad de la narración de algún episodio clave. Nunca llueve a gusto de todos.

El pasado es resbaladizo, como ese lago helado que describe la mujer de Hollenbach; cuando en él se abre un agujero, se nos revela la inmundicia que hay debajo de esa superficie, ese espejo que no nos permite ver lo que hay detrás. El lago se deshiela y se vuelve a helar año tras año: lo que viene a confirmar y a reforzar esa extraña idea, la discontinuidad de la historia/Historia.

6 oct 2012

Reseña: Oscura monótona sangre, de Sergio Olguín


Sergio Olguín, Oscura monótona sangre (Barcelona: Tusquets Editores, 2010). 184 páginas.

Que el dinero no da la felicidad es algo tan evidente que cae por su propio peso. Sin embargo, los que ostentan posiciones de poder y tienen muchos ceros detrás de la primera cifra de su saldo en la cuenta corriente pueden permitirse a veces crear un mundo aparte, e incluso darle ciertos visos de realidad a cualquier fantasía que alberguen, hasta el punto de vender su alma en pos de la consecución de ese sueño que se resiste a hacerse realidad. Está claro, no obstante, que hay un precio muy alto a pagar: la degradación moral que conlleva esa actitud de no detenerse ante nada les pasará factura, antes o después.

El dibujo bastante esquemático que presenta Olguín de la ciudad de Buenos Aires en Oscura monótona sangre no debe confundirnos. Es una ciudad donde hay una encarnizada lucha de clases, y Olguín transmite bien la tensión que se palpa en las calles (“Al pasar la cancha de Huracán, el paisaje comienza a cambiar: descampados del lado sur, galpones que parecen abandonados a mano norte. … [los automovilistas] disminuyen la velocidad unos metros antes para intentar no pararse del todo o dejan una distancia considerable entre auto y auto para poder arrancar de improviso. Tienen miedo de que alguien se acerque y les robe.”)

Julio Andrada es un empresario de origen muy humilde, que heredó un negocio a partir del cual hizo una gran fortuna y escaló muchos peldaños en la escala social. Olguín nos dice que “hacía ya como treinta años que había tomado por última vez un colectivo y jamás se había subido a un tren de superficie o subterráneo.”Andrada tiene todo a lo que podría haber aspirado cuando era un joven operario que laburaba muchas horas en la fábrica; pero la naturaleza humana es débil e inconformista, y quien tiene mucho dinero se acostumbra a conseguir siempre lo que quiere, sin que le importen las consecuencias para los demás. Pero su realidad le aburre, no le satisface.

Sabiendo que un billete de cien pesos compra varias veces el cuerpo de una adolescente que hace la calle, Andrada se sube a su coche de recio motor alemán y conduce hasta las inmediaciones de la villa 21, una villa miseria más de las que decoran el paisaje conurbano del gran Buenos Aires. A la ventanilla se acerca Daiana, de quince años, que sube al coche y se gana su platita para comprarse paco. Pero eso no le basta a Andrada, que a los pocos días añora a Daiana. De modo que vuelve a la avenida a buscarla, y al no encontrarla, contrata a la Luli. Ella le intenta robar, pero Andrada la persigue y recupera su billetera. Al volver al auto, se encuentra con otro joven ladronzuelo en el coche. En la pelea, lo mata con el extintor de fuegos.

Andrada se ha metido en una espiral obsesiva e insiste en seguir adelante, cueste lo que cueste. Olguín utiliza los estereotipos humanos para crear personajes que podrían sin duda alguna reconocerse entre la abundante fauna humana bonaerense: Atilio, el conserje y confidente; Arizmendi, policía federal retirado que hará cualquier trabajito que le paguen; Florencia, la hija de papi rico, y un tanto caprichosa. Es un mundo verosímil, el de Andrada. Oscura monótona sangre no va más allá de la crónica de unos sucesos: ni explora sus causas ni busca convertirse en juicio moral de los actos de Andrada.

La trama plantea una versión apenas remozada del ya manido tema del viejo enamorado de una niña. La obsesión de Andrada por tener a Daiana para sí solo raya lo ridículo: en realidad, lo que Andrada quiere es el cuerpo de la chica. Y como tiene el dinero para comprarlo, se encasqueta en esa idea y la lleva hasta sus últimas consecuencias. La voz omnisciente del narrador nos dice de Andrada que “su hija, su mujer y Daiana formaban parte de su mismo universo. Él lo veía ahora claro y no le importaba lo que pensaran los demás. Él podía hacer convivir esa escena familiar con su boca besando el sexo de la chica sobre una grúa.” Lo que salva esta novela de Olguín es su ritmo narrativo, rápido y certero, que ciertamente atrapa al lector y le lleva por las calles de Buenos Aires, en pos de la siguiente temeridad o estupidez de Andrada.

No quiero dar a conocer el final, pero sí diré que me decepcionó un poco. En aras de proseguir con el hilo argumental a un ritmo cada vez más acelerado – que la novela se aproxime a su desenlace no debiera implicar que el narrador pierda de vista el control de su trama – Oscura monótona sangre parece en la última parte (de las cinco que componen la novela) un caballo desbocado. Es cierto, no obstante, que es Andrada el que avanza ciegamente hacia el final, ya anunciado en el primer capítulo.

Por último, dado que Oscura monótona sangre le valió a Olguín el Premio Tusquets Editores de Novela del año 2009, al libro no le habría nada mal que esos mismos editores le pusieran un poco de empeño a su trabajo. Aparte de algunos errores de edición (“pero el whisky habían hecho su efecto”, p. 100), cabe preguntarse si frases como “alerta meteorológico” o “aplicar para” son ejemplos de un correcto castellano. Que yo sepa, no lo son.

18 may 2012

Reseña: La mala espera, de Marcelo Luján


Marcelo Luján, La mala espera (Madrid: EDAF, 2009). 227 páginas.

“Alguien tendrá que explicar alguna vez qué aspecto tiene la venganza, qué ropa usa y cómo respira. Por lo pronto, eso que yo vi ahí parado, en silencio, con el pelo recogido y los brazos como sogas a un costado del cuerpo, con un vaquero gastado y los dedos bajo las mangas de un pulóver azul, será mi eterna imagen del desquite, del resarcimiento final”.

Esto nos cuenta el Nene (Rubén) hacia el final de La mala espera, la primera novela del argentino Marcelo Luján, quien con ella se llevó el Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe de 2009. Entre este momento de clarividencia única y el inicio de la trama, al Nene le van a ocurrir muchísimas cosas, pocas de ellas buenas.

Rubén es un tipo bastante inocente, digamos que un argentino más de los muchos que se marcharon a fines del siglo pasado de su añorado Buenos Aires para buscarse la vida en España. El Nene llega a Madrid con muchas ambiciones (“me como el mundo”), pero al poco tiempo irá descubriendo que muchas de las decisiones que ha de tomar le vienen dadas: los naipes están marcados. Pero ¿quién los ha marcado, y por qué?

Hábilmente narrada en primera persona, la voz del Nene destila resonancias porteñas que se mezclan con lo más castizo de la central ciudad que sigue siendo capital del estado español. La trama avanza a golpes y a saltos, mientras la voz del narrador nos lleva de vuelta a Buenos Aires para rememorar quién es Rubén y qué tipo de vida dejó allá.

Al cabo de unos pocos meses de malvivir en Madrid, Rubén se muda a la casa de un matrimonio  conocido, el Pipo y su mujer francesa. Buscando comerse el mundo, el Nene empieza a recibir encargos de trabajo para una “agencia”, en la que una colombiana, llamada Angie, y otro argentino, Fangio, parecen marcar los ritmos y delimitar territorios. Para entonces Rubén ya se ha establecido en un piso céntrico propiedad de otro argentino, Nicolás, chico de familia acomodada y seguidor incondicional del Valencia C.F.

La mayoría de los trabajitos que realiza el Nene son de vigilancia: esperar y observar, observar y esperar. Pero cuando Angie le calienta las ideas (y no solamente las ideas) y le ofrece una suculenta tajada de un ingreso de varios kilos de cocaína vía Lisboa desde Santo Domingo, las cosas empiezan a torcerse.

Siguiendo un encargo (órdenes de Fangio) Rubén acude a un puticlub del que no saldrá por su propio pie. La narración de la brutal golpiza que recibe y su consiguiente oscilación entre la vida y la muerte en un hospital es de lo más conseguido que tiene la novela. Cuando finalmente recobra la consciencia (el bazo jamás lo va a recuperar), le viene también la conciencia de haber sido objeto de una trampa, de que lo han ofrendado como sacrificio. Entonces tiene que averiguar quién o quiénes querían quitárselo del medio, y luego (quizás) regresar a su vida en Buenos Aires.

Cimentada en un buen ritmo narrativo, La mala espera abunda en curiosos pormenores, en sensaciones y recuerdos, y nos advierte (por si hace falta hacerlo) de que el libre albedrío y el hampa son mutuamente excluyentes. La trama sostiene perfectamente hasta el final el misterio de una venganza cultivada y guardada durante muchos años, y su contundente desenlace no decepcionará a nadie. Para quien disfrute del género de la novela negra, pienso que La mala espera será una lectura satisfactoria.

Solamente una protesta como lector y comprador de libros. ¿Es realmente tan difícil para las editoriales producir libros que no contengan erratas? ¿Por qué no se puede hacer a los libros una revisión a conciencia del texto para evitar cosas horripilantes como “conciente” (p. 126)? ¿O es acaso esto reflejo, indicio y síntoma (lo digo porque las páginas webs de los diarios españoles están también plagadas de errores ortográficos y de redacción) de un mal ampliamente extendido entre la industria editorial española? Yo compro mis libros, y quiero comenzar a exigir corrección. Quiero el producto por el que pago, no un burdo sucedáneo dispuesto como sea por el becario de turno. 

8 jul 2011

Reseña: Blanco nocturno, de Ricardo Piglia


Ricardo Piglia. Blanco nocturno (Barcelona: Anagrama, 2010). 299 páginas.

Con frecuencia, conforme avanzo en la lectura de un libro, no es nada extraño que me tope con frases, oraciones, incluso párrafos enteros, que por momentos cautivan y me obligan a releerlos. Hay autores cuya maestría literaria, tanto narrativa como estética, se extiende a lo largo de toda su obra; hay otros, en cambio, que solamente parecen destilar la excelencia en pequeñas dosis, las cuales esparcen en medio de tramas de narraciones más o menos logradas. Pese a la indudable brillantez de esas gotas de talento, a veces no son suficientes para iluminar el resto de la obra.

Blanco nocturno es la primera novela que leo de Ricardo Piglia, y por lo tanto no puedo compararla con obras suyas anteriores. Francamente, la novela cuenta con algunos pasajes en los cuales su prosa desprende cierto esplendor, pero la trama, al menos en la segunda parte, adolece de cierta prolijidad, y por momentos se hace latosa.

(Por cierto, permítaseme un pequeño inciso: ¿quién o quiénes le cambiaron el sentido a la palabra ‘prolijo’, y por qué? ¿Quién les dio venia para hacerlo? ¿Por qué se está empleando ‘prolijo’ – aquí en Australia se oye bastante, especialmente entre peruanos y colombianos – para decir justamente lo contrario de lo que significa la palabra? Para que no quepan dudas: ‘prolijo’, del DRAE: 1. adj. Largo, dilatado con exceso; 2. adj. Cuidadoso o esmerado; 3. adj. Impertinente, pesado, molesto. Yo la empleo aquí en los sentidos impares.)

La novela parte del asesinato de un portorriqueño,  Tony Durán, con pasaporte norteamericano, en un pueblo de La Pampa argentina, un lugar cerrado, donde los rumores vuelan de boca en boca y la mala intención parece crecer como los hongos. El encargado del caso es el ya mayor comisario Croce. A estas alturas, Blanco nocturno tiene todos los visos de ser una novela policiaca. El narrador trata de enlazar los datos que Croce va recogiendo, ofreciendo sus paralelismos, intuiciones y deducciones. En un primer momento, Yoshio Dazai, el conserje japonés del turno de noche del hotel donde se alojaba Durán, es acusado del asesinato: un crimen pasional, dicen. Mas Croce no está convencido y prosigue con sus pesquisas. Algo huele a podrido en mitad de La Pampa, y el fiscal Cueto parece empecinado en que nadie descubra de dónde proceden esos malos olores, al precio que sea. Mientras tanto, al pueblo ha llegado Renzi, profesional del periodismo (‘confidencias personales y noticias falsas, ese era el género’) procedente de la capital, para cubrir la noticia; a Renzi inmediatamente le fascinan el ambiente lóbrego del pueblo y sus trifulcas intestinas.

Traicionado por su ayudante Saldías, Croce toma refugio en un manicomio.  Allí acude Renzi, quien le promete convertirse en sus ojos y oídos en el exterior. Y ahí termina la primera parte (en mi opinión, mucho mejor que la segunda) de Blanco nocturno.

Mientras Piglia centra la trama en proponer un posicionamiento para que el lector reflexione sobre qué es verdad y qué es falso en el caso Durán, la novela puede cautivar. Abundan aquí párrafos de excelente prosa y fina ironía sobre la sociedad argentina de los años 70, sobre su literatura.

Me resultó mucho más aburrida la segunda parte, en ocasiones tediosa, e irrefutablemente repetitiva, como si Piglia no se hubiera tomado el tiempo de revisarla. La narración (el narrador) se obsesiona con un obseso, Luca Belladona, hijo de uno de los terratenientes del lugar, enfrentado a Cueto. Encerrado en su fábrica, Luca es un demente, un soñador, un inventor, un visionario ensimismado que trata por todos los medios de defender su propiedad de los ataques de los buitres especuladores inmobiliarios. La inclusión de extractos de las conversaciones de Renzi con Sofía, una de las dos hermanas gemelas de Luca, no siempre resulta efectiva, del mismo modo que el recurso a las notas a pie de página (que se atribuyen a muy distintas fuentes en una extraña polifonía que no termina de cuajar) llega a resultar un poco cansino.

La edición de Anagrama contiene algún que otro error tipográfico, pero resultan particularmente imperdonables los errores ortográficos de algunos vocablos ingleses que aparecen pésimamente transcritos: ‘clerigman’ (p. 226) o ‘Bleack House’ (p. 270, cita de la novela de Dickens). Es lamentable que el rigor editorial de antaño se esté perdiendo a marchas forzadas. La buena y sana costumbre de saber escribir se está perdiendo, parece que irremediablemente a juzgar por las cosas que uno puede encontrarse en muchos foros literarios y culturales de internet, y este es un mal que no afecta solamente al castellano.

Blanco nocturno ha sido galardonada con dos premios: el de la Crítica (que otorga la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Rómulo Gallegos (que otorga el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela), ambos en 2011. Es evidente que a los miembros de ambos jurados les debió entusiasmar.

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