Ricardo Piglia. Blanco nocturno (Barcelona: Anagrama, 2010). 299 páginas.
Con frecuencia, conforme avanzo en la lectura de un libro, no es nada extraño que me tope con frases, oraciones, incluso párrafos enteros, que por momentos cautivan y me obligan a releerlos. Hay autores cuya maestría literaria, tanto narrativa como estética, se extiende a lo largo de toda su obra; hay otros, en cambio, que solamente parecen destilar la excelencia en pequeñas dosis, las cuales esparcen en medio de tramas de narraciones más o menos logradas. Pese a la indudable brillantez de esas gotas de talento, a veces no son suficientes para iluminar el resto de la obra.
Blanco nocturno es la primera novela que leo de Ricardo Piglia, y por lo tanto no puedo compararla con obras suyas anteriores. Francamente, la novela cuenta con algunos pasajes en los cuales su prosa desprende cierto esplendor, pero la trama, al menos en la segunda parte, adolece de cierta prolijidad, y por momentos se hace latosa.
(Por cierto, permítaseme un pequeño inciso: ¿quién o quiénes le cambiaron el sentido a la palabra ‘prolijo’, y por qué? ¿Quién les dio venia para hacerlo? ¿Por qué se está empleando ‘prolijo’ – aquí en Australia se oye bastante, especialmente entre peruanos y colombianos – para decir justamente lo contrario de lo que significa la palabra? Para que no quepan dudas: ‘prolijo’, del DRAE: 1. adj. Largo, dilatado con exceso; 2. adj. Cuidadoso o esmerado; 3. adj. Impertinente, pesado, molesto. Yo la empleo aquí en los sentidos impares.)
La novela parte del asesinato de un portorriqueño, Tony Durán, con pasaporte norteamericano, en un pueblo de La Pampa argentina, un lugar cerrado, donde los rumores vuelan de boca en boca y la mala intención parece crecer como los hongos. El encargado del caso es el ya mayor comisario Croce. A estas alturas, Blanco nocturno tiene todos los visos de ser una novela policiaca. El narrador trata de enlazar los datos que Croce va recogiendo, ofreciendo sus paralelismos, intuiciones y deducciones. En un primer momento, Yoshio Dazai, el conserje japonés del turno de noche del hotel donde se alojaba Durán, es acusado del asesinato: un crimen pasional, dicen. Mas Croce no está convencido y prosigue con sus pesquisas. Algo huele a podrido en mitad de La Pampa, y el fiscal Cueto parece empecinado en que nadie descubra de dónde proceden esos malos olores, al precio que sea. Mientras tanto, al pueblo ha llegado Renzi, profesional del periodismo (‘confidencias personales y noticias falsas, ese era el género’) procedente de la capital, para cubrir la noticia; a Renzi inmediatamente le fascinan el ambiente lóbrego del pueblo y sus trifulcas intestinas.
Traicionado por su ayudante Saldías, Croce toma refugio en un manicomio. Allí acude Renzi, quien le promete convertirse en sus ojos y oídos en el exterior. Y ahí termina la primera parte (en mi opinión, mucho mejor que la segunda) de Blanco nocturno.
Mientras Piglia centra la trama en proponer un posicionamiento para que el lector reflexione sobre qué es verdad y qué es falso en el caso Durán, la novela puede cautivar. Abundan aquí párrafos de excelente prosa y fina ironía sobre la sociedad argentina de los años 70, sobre su literatura.
Me resultó mucho más aburrida la segunda parte, en ocasiones tediosa, e irrefutablemente repetitiva, como si Piglia no se hubiera tomado el tiempo de revisarla. La narración (el narrador) se obsesiona con un obseso, Luca Belladona, hijo de uno de los terratenientes del lugar, enfrentado a Cueto. Encerrado en su fábrica, Luca es un demente, un soñador, un inventor, un visionario ensimismado que trata por todos los medios de defender su propiedad de los ataques de los buitres especuladores inmobiliarios. La inclusión de extractos de las conversaciones de Renzi con Sofía, una de las dos hermanas gemelas de Luca, no siempre resulta efectiva, del mismo modo que el recurso a las notas a pie de página (que se atribuyen a muy distintas fuentes en una extraña polifonía que no termina de cuajar) llega a resultar un poco cansino.
La edición de Anagrama contiene algún que otro error tipográfico, pero resultan particularmente imperdonables los errores ortográficos de algunos vocablos ingleses que aparecen pésimamente transcritos: ‘clerigman’ (p. 226) o ‘Bleack House’ (p. 270, cita de la novela de Dickens). Es lamentable que el rigor editorial de antaño se esté perdiendo a marchas forzadas. La buena y sana costumbre de saber escribir se está perdiendo, parece que irremediablemente a juzgar por las cosas que uno puede encontrarse en muchos foros literarios y culturales de internet, y este es un mal que no afecta solamente al castellano.
Blanco nocturno ha sido galardonada con dos premios: el de la Crítica (que otorga la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Rómulo Gallegos (que otorga el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela), ambos en 2011. Es evidente que a los miembros de ambos jurados les debió entusiasmar.
La verdad es que esta novela ha sido muy bien recibida por la crítica, pero, a juzgar por mis paseos por blogs de lectores, no tanto por el público. Yo cada vez me fío menos de los primeros y más de los segundos. De los lectores sabes que son independientes y que no tienen ningún reparo en decir que tal o cual escritor de reconocidísimo prestigio ha escrito un soberano peñazo. De los críticos, sabes que se hacen y devuelven favores, y que jamás se arriesgarán a hacer una crítica "incómoda". Yo, después de las críticas de la obra de Menéndez Salmón o de Giralt Torrente y su "Tiempo de Vida", decidí no volver a fiarme jamás de la crítica española hablando de un autor español.
ResponderEliminarA Piglia yo tampoco lo he leído, y no me atrae demasiado.
Totalmente de acuerdo en lo que dices sobre la pérdida de rigor editorial. Lo único que podemos hacer, como lectores y blogueros, es no dejarles pasar una.
Un saludo.
En efecto, muchos de los comentarios que se ven en el ciberespacio no son excesivamente amables con Blanco nocturno. Yo, como tú, empiezo a fiarme muy poco de la opinión de los críticos 'profesionales' españoles, particularmente los de El País despiden un tufo un tanto turbio. Y si nos ponemos a hablar de la profesión periodística en general... no terminaríamos nunca.
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