Pablo Ramos, El origen de la tristeza (Barcelona: Malpaso, 2014). 168 páginas.
Tres episodios en
la vida de un muchacho, Gabriel, que ronda los doce años y vive en las afueras
del gran Buenos Aires, allí “donde el terraplén del ferrocarril Roca se eleva
separándolo de las torres Güemes. Y muere bien abajo: contra el arroyo Sarandí,
[…] y del otro lado los primeros ranchos de la enorme villa Mariel” (p. 65),
componen esta nouvelle del argentino
Pablo Ramos. Es el barrio del Viaducto, que hace frontera con las villas, ese
territorio bastante comprometido donde la ley no termina de imponer su
autoridad.
Como para darse un baño, vamos. El arroyo Sarandí. Fotografía tomada de villacorina.blogspot.com |
Gabriel, o
Gavilán, como le llaman sus amigos, es uno de “los Pibes [que] parábamos en la
esquina de Magán y Rivadavia”. Quién no se ha pasado miles de horas en esa esquina
que se constituye como centro del universo de la temprana adolescencia,
escenario de trifulcas, desafíos y discusiones bizantinas, paradero de unos
jóvenes que ni tienen otro lugar dónde acudir ni cuentan con los recursos para
mejorar la oferta de entretención fuera del horario escolar. Todos tuvimos alguna
esquina.
En el primer
capítulo, ‘El regalo’, Gabriel acompaña a su amigo Rolando al cementerio para
aprender de este hombre alcoholizado cómo manejar el ‘negocio’ del cuidado de
tumbas y mausoleos. Su primera excursión nocturna termina bastante mal. Tras
otra visita al cementerio y otro incidente, a Rolando lo apresan y Gabriel tendrá
que esconderse durante algún tiempo, pero consigue un pequeño botín, algo que
tiene pensado en regalarle a su mamá por su cumpleaños y que desgraciadamente le
dejará un malísimo recuerdo.
La segunda parte
lleva por título ‘El incendio del arroyo’. La pandilla de los Pibes escapa del
barrio cuando el arroyo, una corriente de pura podredumbre y polución tóxica, se
prende. Aprovechando el desbarajuste que trae la presencia de bomberos y policía,
los Pibes invaden una especie de bodega ilegal donde un tipo vende vino. Tras
beberse unas cuantas botellas, hacen acopio de damajuanas llenas y emprenden el
regreso al barrio cuando ya es noche cerrada. El periplo de retorno está lleno
de peripecias y anécdotas, incluida la pérdida del vino, pero el desenlace
final es también desesperanzador.
El capítulo
final, ‘El estaño de los peces’, es también un relato de amargura. La sempiterna
crisis económica argentina se lleva por delante el taller del padre de Gabriel.
Sin un sostén económico, la familia se quiebra, y Gabriel lleva a cabo una acción
cruel y absurda que es en realidad una reacción muy instintiva, hasta cierto
punto lógica cuando a un joven le quitan todo lo que podría haberle
proporcionado unos visos de la esquiva felicidad.
El mayor acierto
de El origen de la tristeza es la voz
clara y segura del joven narrador. Con la narración autobiográfica de Gabriel, Ramos
construye un personaje que es más que verosímil: se hace de carne y hueso ante nuestros
ojos, nos permite acompañarle por el cementerio o mientras vadea el arroyo
fétido, elimina toda posible distancia entre sus vivencias y nosotros, y nos
expresa sus sentimientos con humor ácido. El libro rezuma amargura: los
problemas de la sociedad porteña (en realidad los problemas de cualquier
comunidad que vive en las periferias de las grandes urbes globales, al borde de
un bienestar que se puede ver, pero nunca disfrutar) quedan expuestos a través de
los ojos de este Gavilán de doce años, que busca su escapismo en el vino dulzón
y barato y en la masturbación. De Gabriel no se puede decir que pierde la
inocencia, puesto que eso es algo que en realidad nunca ha llegado a poseer
verdaderamente.
Destacar también
la excelente edición de Malpaso, a pesar de alguna errata, que siempre se las
arreglan para meterse. El origen de la tristeza
ha sido llevada también al cine, y puede verse este tráiler en Youtube.