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16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

5 jul 2012

Reseña: El amanecer de un marido, de Héctor Abad Faciolince


Héctor Abad Faciolince, El amanecer de un marido (Barcelona: Seix Barral, 2010). 221 páginas.

El cuento parece haber sido durante mucho tiempo un género denostado, se le han impuesto etiquetas como ‘género menor’, y hay quien barrunta que solo escriben cuentos quienes son incapaces de escribir una novela. Estas disquisiciones personalmente no me parecen importantes, puesto que como lector puede satisfacerme tanto un buen cuento como una buena novela; pero la decepción que causa una novela mala o mediocre es mayor, desde un punto de vista meramente cuantitativo, que la que pueda provocar un cuento aburrido o poco ameno. Supongo que es la ventaja de la brevedad del cuento.

No es infrecuente que los volúmenes en los que se recogen cuentos de un mismo autor sobre material. Los criterios editoriales se rigen cada vez más por el potencial de ventas que por lo redondo y acabado que sea el producto, es decir, el libro. Algunas excepciones que me vienen a la memoria serían el reciente Contes russos de Francesc Serés, amén de los ya clásicos Doce cuentos peregrinos de García Márquez o los cuentos de Peter Carey en The Fat Man in History, por citar algunos ejemplos.

Esta colección, titulada El amanecer de un marido, de Héctor Abad Faciolince, es un volumen de cuentos muy desiguales. Algunos son cuentos bien estructurados, mientras que otros semejan más un cajón de sastre. Hay cuentos en los que prima la ficción por encima de la realidad o las vivencias del autor, y otros que son en realidad monólogos interiores de un narrador demasiado transparente, tan autorreferencial que deja de ser cuento para convertirse casi en crónica autobiográfica.

Los primeros cuentos de El amanecer de un marido ofrecen diferentes perspectivas acerca de un tema muy frecuente en la literatura de fines del siglo pasado y la primera década del XXI: el fracaso y obsolescencia del matrimonio como institución social. ‘La fiebre en Tolú’ cuenta las visiones (quizás alucinadas por la fiebre) de un hombre cuya mujer disfruta de unas vacaciones en la playa mientras él, postrado por la fiebre, se obsesiona con su posible infidelidad. En ‘En medio del camino de la vida’, es en cambio una mujer de mediana edad la que nos confiesa su decisión de abandonar a su marido, para permitirle a él “quemar sus últimos cartuchos”. El siguiente cuento, ‘Memorial de agravios’, es uno de los más ambiciosos en esta colección: un hombre, marido infiel y desafecto encuentra al llegar a casa a su mujer muerta, suicidada, y una larga carta de despedida, llena de recriminaciones y acusaciones. La carta, literariamente hablando, no es todo lo efectiva que cabría desear – puede ser que Abad Faciolince busque reflejar tanto la realidad en la ficción que ésta quede un poquito coja.

‘Alguien oculta algo’ insiste en el tema de la infidelidad conyugal: un profesor de periodismo descubre que su esposa le está engañando, y ofuscado por ello, casi pierde los papeles durante la conferencia que debía dar durante su visita a una universidad venezolana. ‘Balada del viejo pendejo’ es otro monólogo en el que un hombre mayor, tras descubrir por casualidad que su mujer lo aborrece hasta la médula, decide desaparecer:

“Estoy en mi derecho. Tengo toda una vida por delante, puedo vivir ochenta, como mi propio padre. Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año y nadie es tan joven que no se pueda morir mañana mismo, eso leí hace tiempos. Y si me muero antes no me importa. No importa, nada importa. Que nadie me conozca para que nadie me odie. Voy a ser invisible a ver cómo me joden. Se acabó. No me van a joder, nadie me va a joder. Ya veremos qué pasa, ya veremos, este viejo pendejo se va para la porra y allá nadie lo encuentra.”

“I'm entitled to this. I’ve got all my life ahead of me, I may live up to 80, like my father. No one’s too old to live a year longer, and no one’s too young to die even tomorrow, I read that a while ago. And if I die before, I don’t care. It doesn’t matter, nothing matters. Where no one knows me, so no one can hate me. I’ll become invisible, and we’ll see how anyone can fuck me up. It’s over, red rover. They’re not gunna fuck me up, no one’s gunna fuck me up. We’ll see what happens, we’ll see, this old bugger’s gunna get lost, and no one will find him there.”

En algunos de los relatos de El amanecer de un marido falla una de las principales características de un buen cuento: la tensión narrativa que se necesita para atrapar al lector y conducirlo hacia el desenlace. Así, ‘El verbo divino’ me pareció un cuento tremendamente flojo, tanto en su concepción (a un profesor universitario homosexual le da un berrinche con diarrea incluida cuando descubre que un antiguo amor, compañero de facultad, va a casarse con una mujer) como en su estructura y desenlace. En ‘Mantis religiosa’ un turista que vuelve a una ciudad italiana donde vivió hace muchos años (otra referencia autobiográfica de Abad Faciolince) persigue a una mujer sin saber que ha quedado atrapado por los encantos de una prostituta que se exhibe en las iglesias para atraer a sus clientes; sospecho que este relato habría ganado mucho con un punto de vista narrativo diferente, pero el autor optó por hacer que el narrador hable en primera persona.

En otros relatos, sin embargo, es el telón de fondo de la violencia en Colombia el rasgo más llamativo: ‘La guaca’ cuenta el hallazgo de un enorme botín en oro y dólares por parte de un hombre que adquiere la mansión de un narcotraficante acribillado allí junto con sus invitados a la fiesta de fin de año. ‘Novena’ trata de la desesperación de un hombre secuestrado por la guerrilla, con el trasfondo de los recuerdos de su niñez por Navidad. ‘Mientras tanto’ es un conmovedor y elocuente monólogo del periodista que se sabe objetivo de los asesinos, sicarios, paramilitares, narcos, estamentos militares y religiosos, y que espera el momento de su muerte: “Tarde o temprano vendrán a por mí.” Pese a su indudable valor como testimonio del miedo, dudo que ‘Mientras tanto’ debiera haberse incluido en este volumen, pues no encaja de ninguna manera con el resto.

De Abad Faciolince solamente había leído Traiciones de la memoria. Ya mencioné en esa reseña que uno se quedaba con la sensación de que los dos últimos relatos de ese volumen eran un pegote que no encajaba en el todo, y por ello el libro en su conjunto no terminó de convencerme. Tampoco El amanecer de un marido me ha convencido, y los elogios que recibió en su día (especialmente en Babelia) me parecen exagerados y gratuitos.

24 oct 2011

Reseña: Traiciones de la memoria, de Héctor Abad Faciolince

Héctor Abad Faciolince, Traiciones de la memoria (Madrid: Alfaguara, 2010). 265 páginas.

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Nos dice Abad Faciolince en el prólogo de este libro que “Cuando uno sufre de esa forma tan peculiar de la brutalidad que es la mala memoria, el pasado tiene una consistencia casi tan irreal como el futuro.” En una época en la que proliferan los libros que indagan y rebuscan en los límites entre la realidad y la ficción, que escudriñan los surcos abiertos en ese terreno resbaladizo e incierto del recuerdo y la memoria, cabría preguntarse si realmente la mala memoria es una “forma peculiar de la brutalidad”. Personalmente, “brutalidad” me parece una elección léxica un tanto peculiar (una pizca dramatizada) para referirse a la memoria, sea mala o buena.


Que la memoria nos traiciona es un hecho innegable. Cuántas veces hemos ido a buscar algo que creíamos (¡lo juraríamos!) saber dónde estaba, y luego lo habíamos extraviado, e incluso habremos buscado a quien culpar de nuestra mala memoria… Del mismo modo, creo que todos podríamos mencionar algún suceso que según nuestra memoria acaeció de cierto modo, pero que tal como lo narran otros testigos (nuestros familiares, por ejemplo), sucedió de otra manera bien distinta.


Traiciones de la memoria es un volumen muy desigual. Compuesto de tres relatos (‘Un poema en el bolsillo’, ‘Un camino equivocado’ y ‘Ex futuros’), da la sensación de que tanto el segundo como el tercero son añadidos quizá superfluos al primero, el único de los tres que realmente da la talla y captura desde el primer instante el interés del lector.


El padre de Abad fue asesinado en 1987 por un sicario en una calle de Medellín; en el bolsillo del cadáver de su padre, todavía caliente, su hijo encontró un poema, un soneto. Tomando este dato, Abad escribe una crónica, fascinante a ratos, del proceso de investigación de por qué su padre llevaba un soneto de Jorge Luis Borges en el bolsillo, y que le llevó a descubrir que un conjunto de cinco poemas atribuidos apócrifamente a Borges sí eran del gran autor argentino.


Se trata de una crónica en la que Abad disemina las pistas que fue encontrando (de forma gráfica, pues el libro incluye numerosas fotos, reproducciones de artículos y de otros documentos), pruebas, recuerdos y casualidades, siempre impulsado por la persistencia y la intuición de que los poemas de Borges eran auténticos. Pese a la aparentemente irrefutable conclusión a la que llegaron los mayores especialistas en Borges de que los poemas eran burdas imitaciones, Abad no desistió de su empeño hasta lograr los indicios y pruebas que demostraban que fue Borges el que compuso el poema que llevaba su padre en el bolsillo el día que lo asesinaron.


Desgraciadamente, no todo en Traiciones de la memoria resulta tan fascinante. El segundo relato, ‘Un camino equivocado’, una narración deslavazada y sin un claro tema que lo concrete, cuenta los primeros meses de su huida a Italia tras la muerte de su padre y las amenazas recibidas. No cabe ninguna duda de que el exilio es una experiencia dura: toda emigración lo es. No cabe ninguna duda de que los comienzos en una tierra extraña suelen ser ásperos: lo son. Las reflexiones que Abad hace en torno a sus vivencias en Turín traslucen en ocasiones una fina película de quejido: la anécdota de que por su acento colombiano no consiguiera trabajo como profesor de castellano es poco creíble, o ridícula.


De ser totalmente cierta (cabe también la posibilidad de que la memoria le haya traicionado, ¿no?), solamente me cabe decir que para su desgracia, Abad aterrizó en el esperpéntico inframundo de la enseñanza del castellano. Le doy el ejemplo de una de las más prestigiosas universidades australianas: ¿Y si le dijera yo a Abad Faciolince que por estos pagos es quizás - ¿otra traición de la memoria? - el acento de las zetas y las ces, que él tuvo que ‘adoptar’ para poder captar alumnos de clases particulares en Turín, contra el que se ejerce la discriminación que él denuncia? Claro que, al menos, a algunos nos queda el consuelo de que el haber aprendido el idioma con ese acento te asegura saber sin vacilación alguna cómo se escriben palabras como “piscina” o “conciso”, por poner solamente un par de ejemplos.


El tercer relato, ‘Ex futuros’, es el más corto de los tres, y busca ser una reflexión sobre el papel de la literatura tanto para el lector como el escritor. Defrauda un poco porque Abad no lo concibió como corolario al primero. Falta cierta conectividad entre los tres relatos del volumen: tras terminar ‘Un poema en el bolsillo’, el lector quizás se espere que los dos otros relatos tengan, si no una continuidad temática, al menos una conexión mejor definida. No es ese el caso.


Una cosa curiosa es la inclusión a doble página de un mapa eurocéntrico del mundo al final del primer relato; en él, el autor refleja por medio de flechas los numerosos viajes realizados en el transcurso de su búsqueda. En mi opinión, este mapa pudiera verse como un detalle un tanto pretencioso: en la página de la izquierda (y creo que no hace falta aclarar a qué parte del mundo me refiero) apenas aparecen flechas.

21 may 2011

Reseña: La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo




Fernando Vallejo, La puta de Babilonia (México y Bogotá: Planeta, 2007). 317 páginas.

Vaya un libro ha escrito Vallejo. Antes que nada, se debe sin embargo hacer una advertencia: el que sea creyente (sea de la religión que sea), mejor que no lea a Vallejo, pues va a sentirse muy ofendido.

Uno puede no estar de acuerdo con el lenguaje empleado, tan lleno de colorido e insultos ('el alcahueta Wojtyla', 'la verborrea mierdosa [d]el representante del Unigénito', etc., etc.). El colorido es gratuito, pero el humor se agradece. O uno puede sencillamente relajarse y leer esta larga diatriba, repleta de acusaciones fundamentadas en datos históricos y racionales.

El título del libro hace referencia al epíteto que los albigenses, un pueblo de ascetas quemados y masacrados por la Iglesia cristiana, le dio en su momento a la institución. En el libro Vallejo reproduce fragmentos de documentos antiquísimos, y rescata de las hogueras inquisitoriales a muchas víctimas de la intolerancia de la fe, no solamente la cristiana (católica, ortodoxa, protestante, anglicana, en fin, todas sus denominaciones), sino también la musulmana y la judía. Al fin y al cabo todas tienen un origen común y todas han participado a lo largo de los siglos en comportamientos idénticos: guerras, exterminios, destrucción, oscurantismo, barbarie.

Este es un texto divertido gracias a la voz de Vallejo; es un libro de una contundencia inusual. Su objetividad se basa en gran parte en la virulencia de sus acusaciones, fundamentadas en datos históricos y fehacientes, pero también en la rotundidad de sus conclusiones. Veamos algunos ejemplos: ‘es obvia la cerrazón mental bimilenaria de los cristianos que creen oír la palabra de Dios en esa sarta de necedades y contradicciones que son los evangelios’ (p. 134); ‘el año pasado [2006] los diez países más poderosos con la Puta fueron, en orden de dadivosidad: Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia, España, Irlanda, Canadá, Corea, México y Austria” (p.215); nos dice que el peor enemigo de la Biblia es la Biblia misma, lo cual puede llevarnos a importantes conclusiones.

Vallejo indudablemente disfruta con su ataque, que no deja títere con cabeza. Menciona uno a uno los delitos y crímenes en que ha incurrido la Iglesia desde su fundación hasta ayer mismo: su probada hipocresía, sus mentiras, sus contradicciones, sus genocidios, sus persecuciones inmisericordes, sus incoherencias. Y lo hace en un tono de burla cuando es necesario, mas aferrándose a datos y pruebas en todo momento.

Vallejo no se corta en sus críticas con otros grandes personajes históricos como Tomás de Aquino, Lutero o Mahoma. Todas las religiones son ‘fanatismos monstruosos’. Pero los dardos los apunta con mayor frecuencia a la iglesia católica: 'Quemar víctimas en estado de indefensión ha sido en todo caso la gran especialidad de la Puta desde que se montó al poder en el 313 y lo que había sido hasta entonces una religión de necios se convirtió en una empresa de asesinos' (pp. 277-8).

La única pega que le he encontrado al libro no tiene nada que ver con el autor, sino con la editorial. Al ejemplar de La puta de Babilonia que adquirí el año pasado (por correo) le falta la página 67. ¡Está en blanco! Ya es malo de por sí que en algunas páginas la calidad de la impresión sea un tanto deficiente, pero es que no hay nada peor que quedarse a mitad de oración cuando estás leyendo un libro, y tener que seguir dos páginas más adelante, con el hilo narrativo totalmente partido. No me cabe la menor duda de que Planeta sabía que algunas copias eran defectuosas, y engañan al lector vendiéndole un libro incompleto.

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