En el primer capítulo de esta novelita
(que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta
el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros,
quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por
encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el
agujero y por eso acuden de noche a robársela.
Tras arrancarle la ropa con violencia
y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los
estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura
dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto
ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita
salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en
el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara
cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el
revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no
existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)
El párrafo anterior es una muestra del
tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada
en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que
incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente
desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando
de estructura, orden y lógica a la historia.
Son cuatro los personajes centrales de
esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de
pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín
(recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares
y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El
segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para
curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto
extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana,
que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el
Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su
marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado
y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.
El contexto es la Colombia de la
larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es
en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres
cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios
militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de
degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te
obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo
todo.
Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.
Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.
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