Subhash Jaireth, To Silence (Sydney: Puncher & Wattman, 2011). 111 páginas.
Tres autobiografías
ficcionalizadas en forma de breves monólogos. Tres personajes históricos, de
cuyas vidas existen algunos datos, pero a los que sin embargo Jaireth manipula
con soltura y un gusto exquisito. Y un vocablo cuyo significado puede ser maleable,
como lo es el silencio.
To Silence es un libro único en varios sentidos. No es un
compendio exhaustivo de las vidas de los tres personajes. Muy al contrario: los
detalles pueden ser oscuros o carecer de importancia. Lo que les une, no obstante,
es la cercanía de la muerte. El primero es un poeta místico de la India del
siglo XV, de nombre Kabir; le sigue María Chejova, hermana de Antón Chejov; el
tercero – sin discordia en este caso – es el filósofo y astrólogo renacentista
Tommaso Campanella. En sus narraciones, que Jaireth con amplia lucidez sitúa en
un tiempo anterior a la llegada de la muerte misma, pasan de las mundanas
preocupaciones de su presente a la rememoración de un pasado, que por lo
general será un proceso doloroso.
Kabir encara sus
últimos días presionado por su hijo, que quiere ganar dinero con su obra. Pero
Kabir ya no puede recordar con absoluta precisión las letras de sus poemas y
canciones, y cuando su hijo contrata a un escriba para que transcriba su obra
para la posteridad, cae en la cuenta de que la palabra escrita nunca podrá
capturar la alegría ni el brío del arte oral. ¿No será mejor, pues, dejar como
legado un estruendoso silencio?
Una María Chejova
envejecida comienza su monólogo celebrando con circunspección la muerte del
tirano Stalin. La presencia de un niño de cuatro años en la casa altera sus días.
Pero son las fotografías que le enseña al niño las que la llevan a la reflexión,
al recuerdo, al dolor. Sus recuerdos nos hablan del silencio de su hermano
cuando ella le pidió su parecer acerca de un pretendiente que quiso casarse con
ella, y al que rechazó. Pero es otro silencio mucho más perceptible y evidente el
que la atormenta: el silencio colectivo del siglo XX ante la barbarie y las
atrocidades (un silencio que en ocasiones parece haberse, si no perpetuado, sí
trasplantado a esta segunda década del siglo XXI). ¿Estamos siendo, como admite
haber sido María Chejova, testigos mudos de la historia?
El tercer
monólogo, el de Campanella, es el que en cierto modo menos me satisfizo de los
tres. Quizás el motivo radique en que soy reacio a aceptar la creencia en un
dios todopoderoso, y mucho menos el dios monoteísta hecho a imagen y semejanza
de la figura patriarcal que tanto daño ha causado a lo largo de los siglos. Y
es que Campanella atribuye todo a la gracia de su dios. El silencio que Campanella
arrastra como una losa en sus últimos años de vida tiene un doble filo: por un
lado el del amor (homosexual) prohibido y el pecado que éste conlleva en la religión
que profesa; por otro, el silencio respecto a un execrable crimen que presenció
en su juventud y frente al que no reaccionó.
El tono común a
los tres monólogos es pues confesional, pero también meditativo. Los personajes nos hablan con una
exquisita cercanía. La intimidad de sus palabras fascina tanto como una auténtica
narración autobiográfica: Jaireth consigue llevarnos a la choza donde Kabir
pasa sus últimos días, o a la casa museo de Chejov donde su hermana llora en la
intimidad de su silencio. El silencio como reconciliación con el pasado y con
el mundo, pero también el silencio como lamento y rendición de cuentas. ¿Qué es
el tiempo sino el silencio que todo lo cubre con su manto? Para Jaireth el
tiempo cronológico no importa como artificio narrativo: del siglo XV en India
pasamos a la Rusia del XIX y XX, para terminar en el XVII en Roma.
Subhash Jaireth
(de quien ya reseñé
su novela After Love) escribe con
una gentileza inusual en nuestros días. Aun siendo narraciones, estos tres
monólogos son el resultado de un perspicaz injerto de diferentes géneros, y la
poesía está también presente:
“The wings the words span isn’t limitless; often they fail to fly and it
would be prudent to remain cognisant of their failure; if they cause
infliction, the cure for it resides in close proximity to them, and the cure,
my dear friend, is silence.
Yes, just silence.” (p. 107-8)
“Las palabras no son de una envergadura ilimitada; a menudo no logran echar
el vuelo, y es cuestión de ser prudente y seguir siendo conocedor de su
fracaso; si ocasionan una pena, su cura radica en la cercanía a ellas, y la
cura, amigo mío, es el silencio.
Sí, solamente el silencio.”
Un libro extraordinario
por su sencillez y delicadeza. Todos terminaremos, todo termina, de alguna
manera, más pronto o más tarde, en el silencio. Bienvenido sea.