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28 dic 2024

Reseña: Juice, de Tim Winton

Tim Winton, Juice (Australia: Hamish Hamilton, 2024). 513 páginas.

En lo que representa una aparente desviación en ya larga su trayectoria literaria, el australiano Tim Winton nos ha regalado en 2024 una inquietante novela que se puede describir como distópica, situada en un lejano futuro en el que los humanos que sobrevivieron a diferentes épocas (entre ellas, una conocida como el Terror) han de sobrevivir a veranos infernales viviendo bajo tierra. La vida, tal como la conocemos ahora, ha cambiado irremediablemente: la producción de alimentos ha de realizarse en sótanos. Existen todavía pequeñas comunidades dentro de Asociaciones en las que el trueque ha renacido, pero la idea del estado como sistema político ha dejado de existir.

Juice comienza in medias res: el narrador y una niña pequeña que lo acompaña parecen estar huyendo de algo o alguien en un vehículo que se alimenta de energía solar. Tienen que cruzar una gran extensión de tierra calcinada por incendios. El paisaje es absolutamente desolador y aterrador. Han de protegerse del sol y de la ceniza que flota en el aire. En su huida hacia adelante llegan a un viejo campamento minero donde un hombre solo armado con una ballesta los captura y los obliga a bajar a un pozo en el que ha construido una celda.

Presionado por la sospecha de que el cazador lo mate en cualquier momento y se quede con la niña, el narrador sin nombre empieza a contar la historia de su vida. Huérfano de padre, el chico aprendió de su madre a sobrevivir cultivando verduras, obteniendo miel y huevos, aprovechando la tecnología para lograr agua dulce en un lugar remoto de la costa de Australia Occidental. Hasta que un buen día descubre que el mundo en el que vive no fue siempre un lugar desértico, infernal e infértil, sino que hubo un tiempo, antes del Terror, las numerosas guerras y la muerte masiva de personas a causa de las condiciones que acarrea la catástrofe climática global.

Vista del cañón Charles Knife en el Paque Nacional Cape Range, cerca de Exmouth, Australia Occidental. Fotografía de Joshua Tagicakibau.

Cuando averigua que durante muchas generaciones se supo lo que estaba ocurriendo y que hubo quienes se beneficiaron económicamente del desastre, no es de extrañar una reacción normal en la juventud: rebelión. Entran en contacto con él personas que pertenecen a una organización secreta que se hace llamar el Servicio. La misión del Servicio es ajusticiar (curiosamente, utilizan la palabra acquit, i.e., absolver o exonerar) a los descendientes de los directores y propietarios de las corporaciones que causaron el desastre. Los nombres de esas grandes empresas contaminantes forman parte de una especie de himno que los miembros de los escuadrones de la venganza cantan para darse ánimos antes de completar una misión.

De manera que el narrador ha llevado una doble vida durante años. En la comunidad donde vive finalmente conoce a Sun, veterinaria llegada de la ciudad en esa región. Se casan y tienen una hija, pero él continúa plegado a las exigencias del Servicio, viajando en numerosas ocasiones a diversas partes del mundo a cumplir sus misiones de venganza. Finalmente la situación se hace insostenible para Sun, que desaparece de su vida para siempre, con la hija de ambos.

En su narración, el fugitivo abarca todo el tiempo que la especie humana ha estado en el planeta: habla de 60 000 años de señales de comunicación humana en el interior de cuevas, de restos de hogares y conchas, de vestigios de la presencia humana en el paisaje.

Un destino. Vista satelital de la Península del Cabo Noroeste, con el Parque Nacional de Cape Range y el extenso arrecife Ningaloo, visible en azul junto a la costa. Por la descripción que hace Winton en Juice, este es el lugar donde crece el protagonista.

La palabra juice es parte del código léxico de la novela, y es de hecho una palabra favorita de Winton. Ya la empleaba en Dirt Music para referirse al combustible, pero en esta novela es clave. Representa la energía que precisa cualquier instrumento o vehículo para funcionar; también es la fuerza moral que empuja al protagonista a seguir adelante en un mundo tan hostil como el que le ha tocado vivir.

Juice me ha hecho recordar otra novela reciente, Ministry for the Future, de Kim Stanley Robinson, en la que propone una agencia supranacional con las herramientas necesarias para hacer cumplir ciertos objetivos. En Winton, sin embargo, la motivación es un castigo vengativo en contra de los herederos de quienes causaron una catástrofe que no es accidental.

Otro elemento cardinal en el contexto distópico que describe Juice es la aparición de unos seres, similares a los androides (sims, es decir, simulacra), poseedores de una brújula moral que los empuja a lograr la libertad. Para el narrador protagonista, únicamente la cooperación con esa suerte de criatura híbrida redundaría en la supervivencia de los humanos.

Una novela que captura al lector y que derrama importantes ideas en medio de muy variadas referencias intertextuales (Shakespeare aparece con frecuencia), contada por una voz narradora con ecos del Jaxie de The Shepherd’s Hut, esa voz lacónica habitual que tan bien identifica a los personajes masculinos de Winton.

Así comienza Juice:

«De modo que conduzco hasta el alba y únicamente me detengo cuando la llanura se ennegrece y entre nosotros y el horizonte no hay otra cosa que escoria y cenizas.
Paro el vehículo. Bajo la pantalla lateral. Afortunadamente, el aire del sur está quieto esta mañana, y ese es el único golpe de suerte que hemos tenido durante días. Sé lo que el viento hace con un viejo terreno calcinado. En mitad de un vendaval, las cenizas te llenan los pulmones en cuestión de minutos. He visto a camaradas que se ahogaban estando de pie. He trepado las hozadas que formaban sus cadáveres.
Me tapo bien la nariz y la boca con la bufanda. Me cuelgo las gafas al cuello. Abro la puerta de golpe y desciendo. Pruebo la superficie lo más delicadamente que puedo. Me llega hasta los tobillos. En el peor de los casos, hasta la espinilla. No se oye ningún sonido aquí, excepto el zumbido de los motores de nuestro vehículo.
Quédate ahí, le digo.
Sé que está despierta, pero la niña, desplomada en un rincón de la cabina, no se mueve. Me muevo con cautela hacia atrás para inspeccionar el remolque. Está todo asegurado todavía, como debe ser (la máquina de hacer agua, el agua, los contenedores y los cacharros), si bien los recientes días a la carrera han causado un desbarajuste en las verduras. Las hojas comestibles las ha quemado el viento, pero en general las pérdidas son asumibles. Abro el tanque y lleno la cantimplora. Entonces, con las gafas puestas, oteo los aledaños hacia el oeste. Ninguna columna de humo, ningún movimiento. No hay riesgos.
Trato de limpiar el polvo de las películas y los paneles con el dedo, pero es inútil. En apenas un par de minutos todas las superficies de generación quedarán otra vez forradas de ceniza. Solamente necesito que las turbinas dispersen un poco de jugo para que podamos llegar al otro lado.
De vuelta en la cabina, les meto un buen porrazo a las botas con los tacones contra el escalón y entro. No se ha movido, y no termino de entender por qué eso me alivia y me irrita a la vez.
Estamos bien, le digo. Vamos a lograrlo.
Ella contempla el ancho y el largo de la tierra chamuscada.
Este lugar, le digo. Hubo un tiempo que todo eran árboles. Una vez lo pasé volando. Cuando era joven.
La niña parpadea, inescrutable.
Era interminable. Árboles por debajo nuestro durante horas. Y cómo olía… De verdad, te apetecía comerte el aire.
Ella mantiene su silencio.
¿Has volado alguna vez?
Nada.
Se que has estado en alta mar. Pero me preguntaba si habías estado alguna vez en una aeronave.
Ella se mueve un poco e inclina la cabeza contra la pantalla lateral.
Es algo alucinante, de verdad.
No ofrece señal alguna de estar interesada. Se recuesta y deja una mancha de pasta solar en el cristal.
Pero una vez solamente, le digo, me hubiera gustado volar por el placer de hacerlo, y no porque estuviera de camino a algún lugar horrible.
Aparece el sol. Derretido. Despatarrado en los bordes. Licuándose ante nosotros como un dirigible en llamas. Hasta que se levanta. Se libera de todas las comparaciones para luego convertirse en su esencia inconfundible. Algo tranquilizador. Y terrible.
Hablo demasiado, proclamo. ¿Y tú? Nunca dices ni pío. Hubo un tiempo que yo nunca decía lo suficiente. Eso me decían.
La niña no me regala nada.
Sé que me oyes. Que me sigues el idioma.
Ella restriega el cristal y lo que consigue es untarlo con más grasa en lugar de quitarla. 
Escúchame, le digo. Esos hombres de antes, los perdimos de vista. No viene nadie a por nosotros. Tenemos que cruzar esta ceniza esta misma mañana. No va a ser grato. Pero al otro lado de esto, habrá tierra lozana. Nos moveremos y seguiremos acampando de la misma manera que lo hacíamos antes. ¿Vale? Hasta que nos agenciemos un emplazamiento. Habrá algún sitio. Nos irá bien. 
La niña aleja la cabeza más todavía. Y cuando agarro la bufanda y le descuajo una larga tira, ella se vuelve al oír el sonido. El resto de la tela me la pongo por encima de la nariz y la boca y la amarro alrededor del ala del sombrero. Y aunque ella se encoja asustada, no se me resiste cuando hago lo mismo para ella. Le queda todavía un poco de sangre reseca en la frente, en el lugar donde se golpeó contra el salpicadero. Por encima de la máscara, sus pálidos ojos azules parecen más luminosos.
Ya está, le digo. Al menos corta el hedor un poquito. Una día limpiaremos a fondo esta cabina. Y créeme que tú no te limitarás a mirar. Bueno. ¿Estás lista? Aquí tienes, agua. Comeremos cuando lleguemos al otro lado.
Levanto la pantalla lateral y pongo el camión en marcha. Nos movemos lo bastante rápido como para ir avanzando, pero lo bastante despacio para evitar levantar una ventisca de cenizas.
Seguimos adelante, hora tras hora, cruzando una tierra tan negra como el cielo nocturno, atravesando un firmamento caído salpicado de erupciones de cenizas blancas y manchurrones de un tizne lechoso.
El vehículo se tambalea y bambolea pero sigue adelante hasta que entra en marcha la batería de reserva. Y entonces, a medida que el sol del mediodía perfora las tinieblas, empiezo a ver colores nuevos: marrones, plateados, verduzcos y grises. El subidón de alivio que me da es casi enloquecedor.
Tan pronto llegamos a terreno solido dejo que la niña se baje para ir al privado. Parece que la libertad le dé energías. Aunque cuando termina, se resiste a que le meta prisas por volver al vehículo tan pronto. En ningún caso la maltrato, pero si la acorralo. Y le hablo con firmeza. Porque estoy cansado y sigo sin valer para este tipo de cosas. Y porque es verdad que tengo poner cierta distancia entre nosotros y la tierra incinerada. De manera que cuando finalmente nos ponemos en marcha, el estado de ánimo en la cabina está por los suelos, y me da mucha pena, pero enseguida tengo razones para alegrarme porque cuando las baterías se agotan llega de pronto una fuerte ráfaga de viento llega del sur y el vehículo se estremece sobre sus ejes.
Salgo de la cabina de un salto. La niña se baja. Le señalo, detrás nuestro, las columnas de suciedad en la distancia que se alzan en el cielo.
Fíjate, le digo. Nos podría haber tocado estar en medio de todo eso. Pero ya hemos salido y estamos de este lado contra el viento, ¿lo ves? Y eso no es que nos hayamos librado por los pelos. Es porque somos listos.
Extiendo la sombrilla con la manivela y coloco el juego de paneles.
La niña observa cómo las nubes de cenizas serpentean rumbo al norte. Conforme el viento gana en fuerza, las nubes se encrespan unas contra otras. Después me sigue hasta el remolque. Mira cómo reparto el puré. Me acepta el pote y la cuchara. En cuclillas y dándole la espalda al viento, se aparta las faldillas de tela del sombrero y come. Con avidez.
No podemos limitarnos a tener suerte, le digo. Tú y yo, tenemos que ser muy vivos.
Ya ha empezado a limpiar la sartencita con la lengua. Agarro la suya y le paso la mía, y mientras sigue comiendo, desanudo mi petate y lo extiendo al lado del vehículo. Luego bajo la colchoneta que he improvisado para ella. Lo desenrollo y lo pongo al lado del mío. No demasiado cerca, para que no se preocupe, pero lo bastante para poder vigilarla.
No hemos quedado sin fuerzas, le digo. Tanto la máquina como nosotras las criaturas. Venga, a dormir.
Se zampa el resto del puré, limpia mi sartencita con la lengua, también la cuchara. Se levanta, deja las dos cosas en la parte trasera del remolque y regresa; se sienta en su petate cruzando las piernas. Mira hacia el este, y el viento agita la coletilla de pelo que tiene.
Como quieras, le digo.
Y entonces me quedo dormido. Como un tronco.»

21 mar 2022

Reseña: The Ministry for the Future, de Kim Stanley Robinson

Kim Stanley Robinson, The Ministry for the Future (Londres: Orbit, 2020). 563 páginas.
Hace apenas una semana que, en una controvertida decisión judicial, la Corte Federal australiana anuló una sentencia anterior por la que se asignaba al Gobierno la obligación de proteger a las generaciones futuras de los efectos del cambio climático en sus vidas. Me pregunto si los magistrados que votaron en contra del grupo de jóvenes mujeres que reclamaban ese derecho a tener un futuro han leído este libro del estadounidense Robinson.

El Ministerio del Futuro al que se refiere esta novela sería una agencia internacional, fruto del Acuerdo de París, encargada de defender a todos los seres vivos en esta década y en las próximas. Es necesario poner el énfasis en la idea de que se trata de todos los seres vivos, no únicamente las personas.

El primer capítulo narra cómo uno de los protagonistas, Frank May, sobrevive a una catastrófica ola de calor en el norte de India, con un recuento de víctimas mortales cercano a los veinte millones de personas. Después del terrible episodio (en modo alguno inverosímil), la creación de este brazo ejecutivo de carácter supranacional buscaría financiar los medios y mecanismos necesarios para ralentizar el calentamiento del planeta. La protagonista principal es Mary Murphy, directora del Ministerio, que debe enfrentarse a quienes detentan el verdadero poder, el económico: los líderes de los bancos de reserva de las principales fuerzas económicas mundiales, a quienes ha de convencer de la necesidad de un viraje económico que favorezca la eliminación de las emisiones de carbono y abandone los combustibles fósiles.

Robinson plantea en su narrativa conflictos, actos y problemas sociales que serían perfectamente posibles en años venideros: actos de activismo terrorista con fines medioambientalistas, huelgas masivas de carácter multinacional, migraciones de millones de personas por causas climáticas, asesinatos selectivos de multimillonarios insolidarios… entre muchos otros.

"[...] Matan a los buenos, pensó Mary con amargura, a los líderes, a los tenaces, y después retan a los más débiles a tomar el relevo y continuar la tarea. Pocos lo harían. Los homicidas se impondrían. Siempre fue así como sucedieron las cosas. Eso explicaba el mundo en el que vivían; los asesinos estaban dispuestos a matar para salirse con la suya. En un combate entre la gente malvada, los sociópatas, enfermos, heridos, enojados y jodidos y el resto de la gente, no únicamente los buenos y los valientes sino también los corrientes y los débiles, los corderitos que solamente deseaban salir adelante, ganaban siempre esos cabrones. Los pocos que copaban el poder y lo ejercían como torturadores, felices de arrancarles la felicidad a la mayoría. Claro que todos tenían sus motivos. Los asesinos siempre pensaban que estaban defendiendo su raza o su nación o a sus niños o sus valores. Miraban a través del espejo y arrojaban su fealdad contra los otros, para no verla en ellos mismos. ¡Siempre los otros!". (Mi traducción) Fotografía facilitada por el Kremlin a través de Wikicommons.

En el Ministerio se dan cuenta rápidamente de lo difícil, si no imposible, de su misión. ¿Sería necesario que el Ministerio contara con un brazo armado clandestino que practique una guerra sucia contra los bastiones del neoliberalismo? ¿Es ética una lucha soterrada contra quienes anteponen su codicia al bienestar de la población mundial (o incluso a la supervivencia de la vida humana en la Tierra)?

Robinson crea una narración de ciencia ficción muy plausible. En cierto modo rebosa optimismo, siempre sobre la base de los conocimientos científicos, geopolíticos y económicos que posee. Todas las hipótesis que formula la novela conducirían a una solución creíble de regeneración. Es como si Robinson antepusiera su fe en la resiliencia humana a la patente realidad de una crisis cada vez más extendida, más profunda e irreversible.

Con el objeto de hacer más creíble la trasformación de Mary en alguien más pragmática que guiada por el bien ante los dilemas éticos, Robinson une a Frank May y Mary Murphy en Zúrich: Frank sigue a Mary una noche y la retiene en su casa hasta que reconozca que el enfoque burocrático adoptado por el Ministerio del Futuro, que se adhiere a la legalidad, nunca va a ser suficiente y que otro tipo de medidas son necesarias para salvarnos.

Capítulo 2º

Soy un dios y no soy un dios. En cualquier caso, vosotros sois mis criaturas. Os mantengo con vida. 

En mi interior poseo un calor insoportable; y sin embargo, mi exterior es incluso más caluroso. Arderéis si os toco, aunque dé vueltas por el cielo. Cada vez que exhalo mis lentas bocanadas, os congeláis y luego os quemáis, os congeláis y luego os quemáis.

Algún día os devoraré. Por ahora, os doy de comer. Cuidado con mi mirada. Nunca jamás me miréis a los ojos. (Mi traducción)

El formato es asimismo novedoso: The Ministry for the Future mezcla las historias de Mary y Frank con informes de científicos, voces que nos hablan en nombre de elementos químicos o de estrellas, de animales o conceptos abstractos. Es ciencia ficción con propósitos esperanzadores: Robinson quiere pensar que un post-capitalista será no solamente posible sino también beneficioso para el mundo en que vivimos. Es harto difícil creer en ello, dadas las circunstancias en las que estamos viviendo en los últimos años.

También disponible en castellano: El Ministerio del Futuro, publicado por Minotauro en 2021, con traducción a cargo de Simon Saito.

19 jul 2020

Reseña: Rain, de Mary M. Talbot y Bryan Talbot

Mary M. Talbot and Bryan Talbot. Rain (Londres: Jonathan Cape, 2019). 157 páginas.

Las primeras cuatro páginas de este relato gráfico nos trasladan a la selva amazónica en la primera década del siglo XIX, citando a Alexander von Humboldt, quien ya observaba entonces que las consecuencias de la deforestación estaban alterando el sistema climático y el régimen de lluvias, a la vez que provocaba la erosión del terreno y graves inundaciones en torno a los ríos. Más de dos siglos después, el problema no solamente se ha agravado. Como señalaba Scranton en We’re Doomed. Now What?, hemos excedido los márgenes de explotación racional y sostenible de los recursos que alberga el planeta. Lo que nos sobrevenga de ahora en adelante es una incógnita.

Si von Humboldt pudiese ahora en 2020 hablar...
Mitch y Cath son las dos protagonistas de esta novela gráfica. La primera vive en el norte de Inglaterra, en un pueblo de Yorkshire, y su vida gira en torno a ideales medioambientalistas como la comida orgánica, y participa en grupos de protección de los páramos locales. Cath, por su parte, vive en Londres y desconoce en gran medida algunos de los temas que preocupan a su pareja.

Un paseo por los campos de las hermanas Brontë.
Buena parte de la historia se centra en los activistas locales y en sus acciones de vigilancia y protección de la fauna y flora. Los cambios producidos en el páramo y su entorno por un empresario y terrateniente local con el fin de sacar las máximas ganancias posibles de la masacre anual de urogallos son uno de los hilos narrativos. También lo es la participación de Mitch y Cath en protestas contra el fracking y las decisiones políticas del gobierno de Su Majestad.

Las protestas son necesarias, sí; pero en las urnas, ¿por qué se sigue votando a quienes no tienen voluntad de buscar soluciones urgentes?
La pega principal que se le puede poner al libro es que, pese a sus excelentes intenciones e ineludible mensaje, la historia personal de las dos mujeres no termina de cuajar dentro de su estructura total. Porque, de pasajes meramente didácticos, o incluso técnicos, sobre los efectos nocivos de pesticidas o de las repercusiones de prácticas contrarias al sentido común y al medio ambiente, pasamos a escenas domésticas sin mucha lógica narrativa. Que el libro tiene un ánimo pedagógico es innegable. Lograr que el mensaje llegue al lector de manera creíble a través de retazos de la historia de la relación personal de dos mujeres no es sin embargo tan fácil ni efectivo.

Son dibujos detallados, muy expresivos. El contraste entre páginas en tonos grises o simplemente en blanco y negro y páginas repletas de colorido sirve para remarcar decididamente la belleza de lo natural frente a lo urbano. A veces el paso del tiempo se representa por medio de una planta o un paisaje, como queriendo recalcar que aunque no lo percibamos en el día a día, la flora nos recuerda que las estaciones avanzan una tras otra.

Merry Christmas? I don't think so....
El relato de Mitch y Cath alcanza su punto culminante con la riada que impacta al pueblo. Este episodio está efectivamente basado en hechos reales: las inundaciones de los días de Navidad y San Esteban en 2015 que tantos daños causaron en el norte de Inglaterra y Escocia. Rain es un valioso intento de concienciar al lector de la terrible realidad a la que estamos abocados, sea por las lluvias torrenciales, sea por incendios forestales como los que padecimos en esta parte del mundo donde vivo. Pese a sus buenas intenciones, sin embargo, como novela gráfica no acaba de funcionar.

5 nov 2019

Reseña: The Uninhabitable Earth, de David Wallace-Wells

David Wallace-Wells, The Uninhabitable Earth (Penguin, 2019). 310 páginas.
Habitualmente siento la necesidad de comentar cumplidamente los libros que leo, sean del género que sean (ficción, no ficción, poesía, etc.). Con este libro, que lleva por subtítulo A Story of the Future [Una historia del futuro] voy a hacer una excepción. Solamente voy a decir que la hipótesis o predicción que desarrolla el autor es devastadora, pavorosa y lamentablemente imparable. Hace unos meses, mientras cenábamos con mi amigo Will, le sugería que, por desgracia, pienso que ya hemos cruzado una línea, que hemos sobrepasado un punto del cual no hay retorno. Y que todos y cada uno de nosotros hemos contribuido nuestro granito de arena a que ello haya ocurrido.

Un dato como aperitivo: “La escala de la transformación sigue siendo extraordinaria, incluso para quienes fuimos criados en mitad de ella y subestimamos todos sus arrogantes valores. El 22% de la masa terráquea fue alterado por los seres humanos entre 1992 y 2015. El 96% de los mamíferos, según su peso total, son humanos y su ganado; solamente el 4% son animales salvajes.” (p. 154)

El libro está dividido en dos partes ('Cascades' y 'Elements of Chaos'), pero en mi opinión ambas forman parte de un todo. Además, cuenta con una extensa sección de notas que, sorprendentemente, no están marcadas en el texto.

De manera que voy simplemente a citar algunas de las muchas frases y numerosos párrafos que me han llamado la atención, por alguna u otra razón; e invito a quien las lea a dejar sus impresiones debajo en forma de comentario. Se mire como se mire, la premisa que postula Wallace-Wells es, no ya preocupante, sino espantosa; y es algo que semana tras semana, mes tras mes, se confirma.

“Ya hemos rebasado el estado de condiciones medioambientales que, en un primer lugar, permitieron al animal humano evolucionar, en una apuesta incierta y no planeada respecto a exactamente qué puede tolerar dicho animal. El sistema climático que nos creó y que dio lugar a todo lo que ahora conocemos como cultura y civilización humanas está ya, como si se tratase de un padre, muerto.” (p. 18)

“La creencia de que se podría gobernar, o gestionar, el clima de forma verosímil por parte de una institución o un instrumento humano disponible en un breve tiempo es otro ingenuo engaño.” (p. 25)

“Desde que comencé a escribir sobre el calentamiento, a menudo me han preguntado si veo alguna razón para el optimismo. Y el hecho es que soy optimista. Dada la posibilidad de que los seres humanos podrían dar lugar a un clima que sea hasta seis o incluso ocho grados más caluroso a lo largo de los próximos siglos – que harían inhabitables grandes extensiones del planeta conforme a las definiciones que empleamos en la actualidad – un desorden así de degradado cuenta para mí como un futuro alentador.” (p. 31)

“El mapa de nuestro nuevo mundo lo dibujarán en parte procesos naturales que siguen siendo misteriosos, aunque decididamente lo hará más la mano humana.” (p. 140)

“Pensamos en el cambio climático como algo lento, pero en realidad es desconcertantemente rápido. Pensamos que los cambios tecnológicos necesarios para evitarlo van a llegar rápidamente, pero por desgracia son engañosamente lentos – especialmente cuando lo juzgamos por lo pronto que nos van a hacer falta.” (p. 179)

“Observando el futuro desde el promontorio del presente, cuando el planeta se ha calentado ya en un grado, el mundo de un calentamiento de dos grados semeja una pesadilla […]. Mas un modo en que podríamos conseguir abrirnos camino sin un desmoronamiento colectivo hacia la desesperanza es, aunque parezca perverso, normalizar el sufrimiento climático a la misma velocidad que lo aceleremos, tal como hemos hecho con tantísimo dolor humano a lo largo de los siglos…” (p. 216)

¿Nuestro gran fracaso colectivo?
“La sensación de que somos especiales en el cosmos no es garantía alguna de que seamos unos buenos administradores. Pero sí nos ayuda a centrar nuestra atención en lo que le estamos haciendo a este planeta tan especial. […] Solamente hace falta observar las opciones que hemos escogido, de forma colectiva; y, de forma colectiva, en estos mismos momentos estamos escogiendo destruirlo.” (p. 225)

Todas las citas que figuran arriba son, como es habitual en este blog, mi propia traducción del inglés. Como decía más arriba, somos unos cuantos los que estamos persuadidos de que es ya demasiado tarde. Quisiera estar equivocado, por supuesto.

El libro se ha publicado en castellano este mismo año, bajo el título de El planeta inhóspito, en Debate. La traducción corre a cargo de Marcos Pérez.

4 oct 2019

Reseña: The Rising Tide, de Tom Bamforth

Tom Bamforth, The Rising Tide: Among the Islands and Atolls of the Pacific Ocean (Melbourne: Hardie Grant, 2019). 262 páginas.
El Océano Pacífico representa la tercera parte de la superficie del planeta, y cerca del 46% del agua que forma los océanos y mares de los que tanto depende la vida. Son cifras nada desdeñables. Pero el Pacífico es hogar de millones de personas, esparcidas en remotos archipiélagos y atolones, y grupos poblacionales que enfrentan en los próximos años (me resisto a hablar de décadas: el daño es ya evidente e inmediato) el reto de buscar un nuevo hogar.

La subida del nivel de las aguas como consecuencia del derretimiento de casquetes polares y glaciares es solamente uno de los problemas que afectan a las naciones del Pacífico. El autor de The Rising Tide [La marea creciente], el australiano Tom Bamforth, utiliza su amplísima experiencia laboral de años en un sector profesional que engloba la ayuda humanitaria y la respuesta y reconstrucción tras los periódicos desastres que han tenido lugar en estos países para presentar un reportaje muy personal, unas veces cargado de ironía, pero en otras más enfocado en su propia vivencia que en la construcción de un relato que transfiera al lector al lugar.

Hay una durísima competencia entre los países desarrollados por demostrar su generosidad en el Pacífico: Ayuda japonesa en acción. Obras de reconstrucción del puente de Vaisigano en Apia (Samoa), septiembre de 2019. 
Los hechos y fenómenos a los que hace referencia Bamforth van desde 2008 hasta este mismo año que muy pronto se nos acabará. Los lugares son muchos: Vanuatu, Fiyi, Tonga, Palau, Nueva Caledonia, islas Marshall, islas Cook, Papúa Nueva Guinea, islas Salomón, la región autónoma de Bougainville y Kiribati.

El libro incluye algunas reflexiones muy acertadas sobre temas de impactante actualidad. En una isla del archipiélago de Vanuatu, tras preguntar a los locales sobre los efectos del cambio climático, Bamforth nos relata las confesiones que escucha de los lugareños después de uno de los ciclones que tantos destrozos causaron en el país:

“Los impactos eran inicialmente muy lentos. Los patrones tradicionales de agricultura y ganadería resultaron alterados, y las temporadas de cosecha y sembrado tenían lugar más tarde. Los patrones climatológicos de El Niño y La Niña, que ocurren de forma natural, ya habían exacerbado las dos estaciones, la seca y la lluviosa, convirtiendo dichas estaciones en temporadas más extremas e impredecibles. Las cosechas de taro y coco estaban viéndose afectadas por los niveles crecientes del agua del mar, puesto que el agua salada gradualmente se iba colando en las tierras de cultivo. Y luego, los ciclones, cuya fuerza e impredecibilidad habían sorprendido a propios y extraños. Además, la temporada de ciclones parecía haberse alargado.

Los isleños no podían predecir qué les aguardaba en el futuro. Mucha gente ya había dejado la isla y emigrado a las ciudades para encontrar empleo y escapar de la cada vez mayor inestabilidad de la vida tradicional. Pero también la había cambiado el dinero que encontraba su camino de regreso a la isla. Ahora había edificios nuevos, menos seguros pero más caros, más comida rápida y menos cultivos autóctonos, además de altísimos índices de diabetes y enfermedades coronarias. A modo de protesta silenciosa, a las lonas impermeables entregadas por las agencias de ayuda y engalanados en uno de sus lados con canguros rojos (para asegurarse de que nadie se equivoque respecto a quiénes debían mostrarle su gratitud los beneficiarios) les habían dado la vuelta, de manera que las casa de los isleños no estuviesen marcadas por donantes cada vez más firmes y enérgicos.” (p. 37, mi traducción)

Un cartel que ensalza la ayuda australiana en Honiara, Islas Salomón. En la esquina derecha inferior, el consabido cangurito. Fotografía de Yvonne Green / Ministerio de Asuntos Exteriores y Comercio de Australia.
Uno de los posibles defectos de este libro es que Bamforth únicamente menciona muy por encima los problemas políticos de los lugares que visita. En ocasiones, con una simple pincelada le basta para señalar cuestiones álgidas: “Para ellos [unos jóvenes marshaleses] Hawái era la ‘isla grande’, mientras que los Estados Unidos era (tal como lo era para los habitantes de Palau) sencillamente el ‘continente’. Me pregunté qué implicaba eso respecto a cómo se veían a sí mismos los marshaleses de manera coloquial. ¿Eran los isleños de las Marshals, por lo tanto, la ‘isla pequeña’ de Hawái, un atolón en dominio de la masa continental, una pequeña roca orbital atrapada por la fuerza estadounidense de la gravedad?” (p. 123, mi traducción)

Vista de la única carretera de la capital de las Islas Marshall, Majuro. Fotografía de Stefan Lins.  

Además de los temas más actuales como los derivados del calentamiento global, la contaminación por metales pesados y la radiación atómica como consecuencia de las innumerables pruebas realizadas en el siglo XX en el Pacífico (pronto habrá que añadir todo lo que suelten de Fukushima), Bamforth investiga en significativas cuestiones culturales, como la pérdida de las lenguas indígenas de los pueblos oceánicos. No solo se pierden los medios tradicionales de producir alimentos y otras tradiciones culturales; también se están perdiendo las lenguas en que se transmitían esas tradiciones.

Quizás en pocos años comerse un filete de pez espada como éste (Hotel Amanaki de Apia, Samoa) será raro. ¿Cuándo será demasiado peligroso consumir pescado del Pacífico? 
Con todo, The Rising Tide (el título hace referencia a una bastante desafortunada frase de la excanciller australiana) no deja de ser una buena aportación al conocimiento de lo que pasa en el Pacífico. Aparte de algunas erratas, que las hay, se debiera corregir en posteriores ediciones un significativo error en la página 72, en el capítulo dedicado a Tonga. Bamforth cita el 1 de octubre de 2009 como la fecha del tsunami cuyas olas alcanzaron hasta quince metros y que se cobró más de ciento cuarenta vidas en Samoa, Samoa Americana y Tonga. La fecha correcta fue el 29 de septiembre. Puedo dar fe de ello.

9 feb 2019

Reseña: We're Doomed. Now What?, de Roy Scranton

Roy Scranton, We're Doomed, Now What? (Nueva York: Soho, 2018). 348 páginas.
El pasado mes aquí en Canberra ha sido el enero más caluroso desde 1939, año en que comenzaron a tomarse mediciones. Para los que niegan que el cambio climático es un hecho (conozco a personas así: incluso algún miembro de mi familia niega la realidad), ampararse en lugares comunes como “es verano, es normal que haga calor” resulta una respuesta fácil y simplona. Cuando año tras año la temperatura media gana unas décimas, negar el calentamiento global viene a ser algo similar a decir que la Tierra es plana.

Imagen de SkepticalScience, modificada por Gregor Hagedorn. 
Atrapados como estamos en un sistema económico que impulsa el consumismo como estímulo de la creación de empleo, a uno le queda claro que la humanidad se ha subido a un tren al que aparentemente no se le puede activar ningún sistema de frenado, y que acelera su marcha en dirección a un precipicio. Pasado un cierto punto (por ahora indefinido), nadie sabe ya qué habrá. Como decía mi yo ‘sabio’ hace décadas: “El futuro es incierto”. Sí, muy incierto; pero sin duda será negativo. Y caliente.

Esta colección de ensayos, escritos por Scranton entre 2010 y 2018, cuenta con dos principales ejes temáticos: uno es la guerra, especialmente la de Iraq, y el otro es la catástrofe a la que el cambio climático nos aboca. Scranton se incorporó al ejército estadounidense poco después de los sucesos de septiembre de 2001 y la subsiguiente declaración de guerra contra el país donde una vez estuvo la cuna de la civilización: Mesopotamia.

Soldados norteamericanos en el río Tigris. “No importa cuál era nuestra intención, Lo que importa fue lo que hicimos.” (p. 202). Fotografía de Spc Gul A. Alisan. 
El título dice bien a las claras la postura que tiene el autor: el planeta parece abocado a cambios ecosistémicos irreparables, con cada vez más frecuentes eventos catastróficos de naturaleza meteorológica que darán lugar a oleadas de ingentes desplazamientos humanos. ¿No es acaso el repugnante muro que exige construir el narcisista Trump una línea de contención para las próximas tres o cuatro décadas? El Muro no lo quieren construir para detener a 25.000-30.000 centroamericanos que en 2019 buscan una vida mejor; el Muro lo quiere erigir la derecha más conservadora y racista de los EE.UU. para lo que ocurrirá en quince o veinte años. Al menos, ésa es mi teoría.

Scranton divide el libro en cuatro partes claramente definidas. La primera lleva por título ‘Climate & Change’. Comprende seis artículos en torno al tema del cambio climático y sus consecuencias ya evidentes y palpables, por ejemplo en el norte de Canadá. El tono predominante en todo el libro es pesimista (o descarnadamente realista, si se prefiere). Una muestra: “Vivimos hoy en un mundo en el cual la humanidad se ha llevado un golpe bajo, quizás más bajo que nunca. Agentes involuntarios de nuestro propio deceso, incapaces de controlar las inmensas tecnologías que tan arrogantemente creíamos nuestras, incapaces de ejercer la voluntad colectiva racional necesaria para salvar nuestra civilización de la destrucción, nos hallamos reducidos a algo menos que humanos, sin ni siquiera el torpe instinto de supervivencia que vemos en las plantas.” (p. 24, mi traducción)

Según Scranton, la humanidad en su conjunto ha sobrepasado el límite después del cual no habrá enmienda posible; el dato más revelador es la sobrepoblación del planeta: “No existe un mecanismo para unir a la especie humana en su totalidad y hacer que se mueva en una única dirección. Somos más de siete mil millones, y nos dividimos en más de doscientas naciones, miles de estados, territorios, condados, regiones subnacionales y municipios más pequeños, y una inimaginable multitud de corporaciones, organizaciones comunitarias, vecindarios, sectas religiosas, identidades étnicas, clanes, tribus, clubes y familias, cada uno de los cuales se enfrenta a sus propios conflictos internos, a la desunión, a la discordia, hasta el alma humana individual en conflicto consigo misma, desgarrada entre el miedo y el deseo, entre el difícil sacrificio y la fácil crueldad, todos nosotros improvisando día tras día, un momento tras otro, tomando decisiones basadas en nuestras mejores presunciones, corazonadas, quimeras reconfortantes y demasiados pocos datos.” (p. 48-9, mi traducción)

Las dos secciones centrales del libro tratan de la guerra de Iraq y de la justificación que suele hacerse en los Estados Unidos de las políticas gubernamentales de intervención militar exterior, a veces con pretextos nimios o tergiversados, cuando no falseados, y con consecuencias devastadoras para las poblaciones civiles donde dichas intervenciones tienen lugar. Para el lector puede resultar paradójico que Scranton haya alterado sus puntos de vista tan diametralmente, desde alistarse tras el 11 de setiembre hasta denunciar tan crudamente el sistema económico y político que alienta la guerra y acelera el desastre ecológico global. Concedámosle al menos el mérito de haberlo hecho.

De especial interés resultan los vínculos (para nada tenues) que Scranton establece entre la guerra y los fenómenos globales que nos conducen al mayor cambio geopolítico que la humanidad va a contemplar desde el comienzo de la Historia.

La última sección, la más breve, la comprenden dos ensayos, uno de índole más bien filosófica y otro, con un carácter muy afectivo, en torno a la posición ética personal que propone Scranton, y que lleva por título ‘Raising a Daughter in a Doomed World’ [Criar a una hija en un mundo sentenciado]. Una versión abreviada de éste puede leerse en la Red, publicado por el New York Times el 16 de julio del año pasado.

We’re Doomed. Now What? apunta a algunas tesis ético-políticas que, en el actual contexto internacional, les parecerán, a algunos, peligrosas, a otros, simplemente utópicas y a otros, lógicas. Sea como sea, lo que se nos viene encima tiene muy mala pinta. Al menos eso pienso yo.

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