Chris Womersley, Bereft (Carlton North: Scribe, 2011). 264 páginas.
La
palabra que da título a esta novela (la segunda) del australiano Chris
Womersley es el participio pasivo del verbo bereave,
que viene a denotar el estado de privación y desolación en el que queda uno a
quien la muerte le arrebata un ser amado. En su lecho de muerte, observa la
madre del protagonista, Quinn Walker: “Viudas y viudos. Huérfanos – y ya sabes
que yo fui una de ellas. Quinn, ¿sabías
que no hay ni siquiera una palabra para el padre o la madre que ha
perdido a un hijo? Es extraño, ¿no? Podría pensarse que sí, después de tantos
siglos de guerras y enfermedades y problemas, pero no: hay un vacío en la
lengua inglesa. Es lo innombrable.” (p. 144, mi traducción)
La
novela comienza pocos años antes del inicio de la I Guerra Mundial, en un
pequeño pueblo al oeste de las Montañas Azules en el estado de Nueva Gales del
Sur llamado Flint, venido a menos tras haberse agotado el yacimiento de oro por
el cual la zona se pobló muy rápidamente. En medio de una terrible tempestad se
produce la violación y asesinato de la hermana de Quinn, Sarah. Cuando a Quinn,
un jovencito de 16 años, lo descubren su padre y su tío junto al cuerpo
ensangrentado de su hermana, es presa del pánico y huye de Flint.
Después
estalla la guerra en Europa. Un día la madre de Quinn, que nunca creyó que su
hijo fuera culpable del atroz crimen, recibe un telegrama en el que le
comunican que su hijo ha muerto en batalla. Diez años después de su huida, Quinn
regresa a una Australia que está padeciendo una terrible epidemia de gripe (la,
según parece, incorrectamente llamada gripe española). Volver a Flint parece
ser la única opción que tiene. En la guerra ha sido herido de gravedad, su
rostro ha quedado desfigurado por la metralla y los gases alemanes le han
dañado los pulmones. Padece el típico trastorno de estrés postraumático de un
soldado: pesadillas, sordera acompañada de ruidos en su mente, indecisión
constante.
Quinn
sabe muy bien que corre un enorme riesgo al volver a su pueblo natal: le
consideran el autor del crimen y lo colgarán sin someterlo a juicio. Descubre
que su madre está prostrada en cama, muy enferma; decide ocultarse en las
colinas cercanas y visitarla cuando no hay nadie más en la casa. En su refugio
va a recibir la inestimable ayuda de una chica de 12 años, Sadie, que se ha
quedado sola en el mundo tras la muerte de su madre. Sadie huye también del policía
del pueblo, Robert Dalton, tío de Quinn y verdadero autor de la violación y
muerte de Sarah diez años antes.
En
parte thriller y en parte relato del retorno a casa tras la guerra, Bereft incluye algunas características del
realismo fantástico: Sadie sabe cosas sobre Quinn de las que, según la lógica, no
debiera tener conocimiento alguno. Parece saber comunicarse con los animales y
la naturaleza y sabe desaparecer sin dejar rastro alguno. Protegerla de la
maldad que encarna Dalton supondría una suerte de redención para el soldado que
no supo o no pudo salvar a su hermana pequeña.
Esta es
una novela muy heterogénea, pero rica en episodios memorables. El pasado de
Quinn, tanto los buenos recuerdos y la nostalgia que siente por una vida
anterior a la desgracia y a la guerra, como los momentos más brutales y
traumatizantes de esos diez años en que estuvo alejado de Australia, marca la narración
como una sombra amenazadora de la que no puede separarse. Womersley trabaja muy
bien los diálogos entre Quinn y su madre Mary, así como los momentos de
suspense en que el padre está a punto de descubrir su presencia en la casa
aislada por orden del médico.
Hace un
par de años tuve la suerte de poder traducir al castellano un relato de Chris Womersley
para la revista Hermano Cerdo, ‘Posibilidad
de agua’, que sigue disponible en línea y que puedes leer aquí si te apetece.
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