Paul Preston, The Spanish Holocaust: Inquisition and Extermination in Twentieth-Century Spain (Londres: Harper Press, 2014). 700 páginas.
Yo andaba por los
seis o siete años, y recuerdo que entraba en el despacho de mi abuelo materno y
curioseaba entre los objetos y libros que allí tenía, y en la pared había un cartel
que mostraba a un hombre con sombrero, leyendo. Debajo decía: «Cuidad vuestra
cabeza. El sombrero la elegantiza. El libro la ennoblece». Para el niño que yo
era, el mensaje parecía raro. Es ahora, con cincuenta tacos más a las espaldas,
que me doy cuenta de lo subversivo que era aquello, a finales de los años 60 y
principios de los 70, tras treinta años de una dictadura fascista y
sanguinaria, la dictadura cuya supervivencia consintió Europa, con muy pobre
juicio, tras el final de la II Guerra Mundial.
Mi abuelo fue un
hombre trabajador, muy paciente y cariñoso. Para los niños era un imán:
parecían seguirle. De la guerra que trajo consigo esa dictadura a la que me
refiero hablaba muy poco. Tras la guerra estuvo trabajando durante unos años
para un circo. Recuerdo el día que me presentó a unos amigos suyos, los todavía
no tan famosos Gaby, Fofó y Miliki, que se convirtieron en los “Payasos de la
TV” poco después. Pasaban las semanas, los meses, y a mí solamente me
preocupaba marcar goles en los partidos del recreo; y de pronto, un día se
murió la bestia. Ese día, en la tienda de mi abuela paterna se acabaron las
existencias de cava a las 10 y media de la mañana. Cosas del consumo y las prioridades
de cada uno, supongo. Algo debía querer celebrar el pueblo.
En los libros escolares,
la historia de España que estudiábamos en la época de los 70 y 80 terminaba en
el año 1939. Nos hacían memorizar el execrable comunicado del 1 de abril de
1939, y a partir de ahí se abría un largo periodo de nada. La guerra civil se
resumía en tres o cuatro párrafos cuyo sesgo franquista era infumable, y poco
más.
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El monumento a Largo Caballero en Madrid ha sido en varias ocasiones el blanco de ataques de las hordas neofranquistas, esos que aseguran estar dispuestos a asesinar a 26 millones de conciudadanos con el fin de asegurar la unidad de "su" España. Fotografía de Metro Centric - Madrid. |
Han tenido que
transcurrir muchos años para que comience a contarse la verdad de la guerra y
la posguerra. Este libro de Paul Preston viene a poner los puntos sobre las
íes, y desmenuza con lujo de detalles el sanguinario terror, la crueldad desmedida
y la barbarie de la contienda. Que se produjeron salvajadas por parte de ambos
bandos es un hecho que Preston constata. Sin embargo, este libro, empezando por
su muy llamativo título, claramente detalla que el golpe de estado se había
estado cocinando desde los mismos comienzos de la II República, y que la guerra
no fue sino un plan sistemático y premeditado de exterminio de la población del
estado español que no apoyaba al régimen militar y falangista, la versión
española del fascismo. |
Santiago Carrillo, dirigente del PCE, en un mitin en Tolosa en 1936. Preston plantea serias dudas respecto a su completa inocencia en los desmanes cometidos en las afueras de Madrid. Fotografía de Ricardo Martín. |
La lectura del
libro ayuda a sacar varias conclusiones. Una de ellas (y en mi opinión de suma
importancia) es que el gobierno democrático de la II República cometió muchos
errores, entre ellos confiar en repetidas ocasiones (especialmente hacia el
final de la guerra) en la palabra de un militar inhumano, deshonorable y falsario
que tenía un objetivo muy claro desde el mismo momento en que inició la sublevación
contra el gobierno: exterminar a los ciudadanos que creían en la posibilidad de
salir del histórico atraso político y económico del estado español de principios
de siglo XX.
El libro de
Preston es un riguroso estudio de Historia: aporta los hechos, los datos y las
cifras, todo ello de manera incontestable, y señala sus fuentes de manera científica.
No ha lugar a rebatir la tesis que demuestra: los crímenes de los golpistas
constituyen un genocidio, la aniquilación sistemática y premeditada de cientos
de miles de personas a quienes juzgaban ser poco más que animales. Es una brillante
narración, pese a lo desagradable de la temática, y demuestra, además, cómo la
guerra mediática de los genocidas logró que, durante muchas décadas, la
verdadera dimensión de los crímenes contra la humanidad que cometieron tanto
durante como después de la guerra quedase oculta y fuera callada en los libros
de historia.
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Fotografia de Paul Preston. Museu d'Història de Catalunya (fotògraf, Pep Parer). |
En nombre de mi
abuelo, le doy las gracias, Señor Preston.
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