Denis Johnson, The Laughing Monsters (Nueva York: Farrar, Strauss and Giroux, 2014). 228 páginas.
¿Quién es Roland
Nair y qué demonios hace en Freetown, la capital de Sierra Leona? Al comienzo
de este poco convencional thriller, Nair cuenta que ha transcurrido poco más de
una década desde su última visita a la ciudad. En el aeropuerto espera
encontrar a su amigo Michael Adriko, un ugandés con el que ha compartido
innumerables aventuras, entre otros lugares, en Afganistán.
Una playa de Freetown, donde Roland Nair bien podría estar ahora mismo vendiendo secretos oficiales, o tomándose el sexto vodka martini de la tarde.Fotografía de Erik Cleves Kristensen. |
Mientras relata
su espera en un hotel venido a menos, de Nair aprenderemos que tiene, además
del estadounidense, un pasaporte danés, y que trabaja para los servicios de
inteligencia de la OTAN. Adicto al alcohol y al sexo con prostitutas, Nair no
es ni por asomo un James Bond.
Pero a Freetown
ha venido, además de a encontrar a Adriko (por órdenes de su agencia), a
reencontrarse con África, y de paso, a hacerse rico vendiendo secretos
oficiales. El caso es que, desde el momento en que vuelve a hacer equipo con
Michael, queda claro que cada uno va a actuar por interés propio. Además, Michael
ha llegado acompañado de Davidia, una atractivísima afroamericana hija del
comandante a cuyas órdenes estaba Michael antes de desertar ("desconectarse", según Michael).
El plan de
Michael es muy sencillo: ir a Uganda y desde allí entrar ilegalmente en la
República Democrática del Congo para reconectar con su clan y contraer
matrimonio con Davidia. Sobre el papel, parece una fiesta cojonuda, ¿no? Sin
embargo, Nair sabe que Michael miente con más frecuencia que respira.
Cuando Michael le
revela que su plan incluye la venta de uranio enriquecido, Nair sabe que los
problemas solo han hecho que empezar. En su huida hacia adelante, Nair, Adriko y
Davidia atropellan a una mujer a la que no prestan auxilio, luego lograrán
cruzar la frontera en el Landcruiser robado (prestado, según Michael), para
luego quedar separados tras sobrevivir al ataque contra un pequeño pueblo por
parte de unas violentas milicias congoleñas no definidas, además de sobrevivir al
hambre y la sed, o a la miseria y la desesperación de los lugareños de una
región montañosa conocida como The Laughing Monsters, o los monstruos risueños.
Montañas del Parque Nacional Virunga, República Democrática del Congo. A simple vista, no parecen para nada monstruosas. In situ, la cosa podría cambiar, y mucho.Fotografía de Guy Debonnet. |
La paulatina descomposición
mental y moral de Nair queda perfectamente reflejada en las páginas del diario
que escribe. Me resultó curioso que Johnson escogiera el formato del relato en
primera persona: ¿hasta qué punto es creíble lo que nos cuenta Nair, un
narrador nada fiable, alcoholizado y corrompido hasta la médula, cuyo compañero
de aventuras es un mentiroso patológico como Michael Adriko? Sin duda, es una
estrategia deliberada: Johnson decide mostrar a Nair tal como es, a través de
sus propias palabras. Para él, las mujeres son objetos de usar y tirar: la
primera noche en Freetown se lleva a una menor a su habitación. En su posterior
delirio, le propone a Davidia que huya con él y deje tirado a Michael. Más que
un antihéroe: un degenerado, un ser totalmente aborrecible.
A medida que se
adentra en una parte del mundo en que nunca encontrará un espacio propio, Nair
se mueve en un escenario chocante, horripilante y desesperanzado. Su
degradación parece no tener límites. Cuando unos lugareños comparten un extraño
licor que extraen de plantas autóctonas, todos rompen a reír. ¿Quiénes son los
monstruos que ríen ahora?
The Laughing Monsters no es una novela que destaque por la belleza de
su prosa, ni por un intrincado desarrollo de la trama. ¿A quién le hace falta
acción cuando con las mentiras y medias verdades que unos se cuentan a otros y la
continua postergación de todas las informaciones y sus decisiones te permiten
avanzar en la forja de un libro?
The Laughing Monsters fue publicada en castellano por Random House
Mondadori en 2016, con traducción a cargo de Javier Calvo. Sin ser una obra que
vaya a pasar a la Historia (ésa con la hache mayúscula, sí), ha conseguido
picarme bastante la curiosidad como para que siga buscando libros de Denis
Johnson. De ella me quedan muy marcados su subtexto y una descorazonadora moraleja:
ese enorme charco de sangre, muerte, enfermedad, hambre y desesperación que es
el interior de África, donde los arroyos son tóxicos y los muertos en la
carretera quedan en la cuneta a merced de los animales, donde la sobreexplotación
de los recursos es ley.