Michel Houellebecq, The Map and the Territory (Londres: William Heinemann, 2011). 291 páginas. Traducción del francés de Gavin Bowd.
Hay un texto muy
breve de Jorge Luis Borges (“Del rigor de la ciencia”) en el que viene a
explicar que el afán de representar el mundo y de representarnos a nosotros
mismos conduce al absurdo: cuenta que los cartógrafos de un imperio elaboraron
un mapa que coincidía en tamaño y exactitud con el imperio mismo. “El mapa no
es el territorio”, dice en algún momento un personaje en esta novela del
escritor francés.
Traducida
primorosamente al inglés por Gavin Bowd (aunque penosamente editada por William
Heinemann – abundan las erratas, que debieran haber sido eliminadas en la fase
de galeradas), The Map and the Territory
(La carte et le territoire) seduce
desde la primera página. La novela gira en torno a la vida de un artista, Jed
Martin, un tipo peculiar, con algunas pequeñas dosis de misántropo, como todo
buen artista que se precie. El proyecto artístico de Jed Martin es elaborar o
producir una descripción objetiva del mundo. Así, salta a la fama cuando sus
fotografías de mapas de las conocidas guías Michelin se exhiben en una galería y
pasan a cotizarse como auténticas obras de arte. Martin, obviamente, sospecha en
ocasiones que ese objetivo suyo es más ilusorio que legítimo, artísticamente
hablando. Pero no por ello desiste de él.
Tras la
fotografía, Jeda adopta la pintura diez años después como medio de
representación de la realidad. Sus cuadros también triunfan, y nada mejor que
acompañar el catálogo con un texto del archiconocido escritor Michel
Houellebecq, denostado por muchos y admirado por otros. Houllebecq se ha
exilado a Irlanda, donde vive solo en una casa rodeada de una especie de selva
de hierba que no corta – le tiene pánico al cortacéspedes, le confiesa a Jed.
Teme que le cercene los dedos.
Las visitas de
Martin a la casa de Irlanda constituyen el grueso de la parte segunda del
libro, y dan lugar a escenas hilarantes: en la segunda visita, Houllebecq ha
puesto su cama en el salón, y se pasa las horas allí, viendo dibujos animados,
fumando y bebiendo vino. El escritor acepta el encargo a cambio de una altísima
cifra de euros, y Martin le propone para rematar el trato hacerle un retrato
que le regalará, por supuesto. Tras varias demoras, la exposición se inaugura y
Martin se hace millonario de la noche a la mañana. Las cifras que el autor
inventa como precio de los cuadros son una estupenda mofa del mundo del arte
contemporáneo. Por suerte para el lector, la incisiva crítica del autor francés
no se limita al mundo del arte.
Fue otro francés,
Roland Barthes, quien preconizó la muerte del autor, pero es Houellebecq quien
toma la idea literalmente y mata al personaje que lleva su nombre. Y lo hace a
lo grande, todo hay que decirlo. Tras el éxito de la exposición de Martin, el
autor francés decide volver a la casa familiar, que puede recomprar con suma
facilidad. Es hasta allí donde Martin va a visitarlo y a dejarle el retrato que
hizo de él. Será la última vez que lo vea. A Houellebecq lo encuentran decapitado
(y a su perro también); con sus restos mortales alguien ha hecho una macabra composición
artística de la descomposición.
En esta parte
final de la novela aparece el detective Jasselin, encargado de aclarar el
crimen. Jasselin acompañará a Martin a la
casa de Houellebecq, y es allí donde descubren un motivo para el crimen: el
retrato del difunto autor, valorado ya en casi un millón de euros (¡Hay que
ver, cuánta inflación puede llegar a causar la muerte del retratado!), ha
desaparecido.
The Map and the Territory es un curioso relato, a ratos absorbente y a
ratos irritante: la inclusión de datos estadísticos no creo que sea síntoma de
pedantería, sino un guante con que el autor parece abofetear al lector, ¿o
quizá busque adormecerlo? En todo caso, puede que sea una interesante
provocación, tratar de ahuyentar al lector durante dos o tres párrafos para
luego asestar un golpe de efecto narrativo.
Los elementos
narrativos de la novela están dispuestos de tal modo que el lector no puede escapar
de la intriga, pero el que marca la pauta es el autor en todo momento.
Solamente él dispone las reglas. Y estas son maleables: la mezcla entre
realidad y ficción es deliciosa, especialmente con el personaje que Houellebecq
crea de su misma persona: un hombre solitario, borracho, deprimido, mudable y
para nada comedido en sus opiniones. Al parecer, muy similar al autor mismo.
La visión de Francia que se refleja en las páginas de
esta novela de Houellebecq, premiada con el Goncourt de 2010, es la de un país
muy cambiado, fuertemente alterado en su esencia y composición; es posiblemente
ampliable a la Europa actual, un continente alarmado por la pérdida de
tradiciones en medio de una crisis profunda a la que no parece encontrarse salida.
Me ha gustado The Map and the Territory,
pese a la mala prensa que suele recibir su autor. Por cierto, imponente la portada: uno puede sentir con la yema de los dedos el "plástico" que cubre parcialmente el retrato del autor.