Una de las cosas
que más me llamó la atención en mis primeras salidas al campo australiano, hace
ya muchísimos años, fue la omnipresencia de horrorosas vallas de alambre de espino
por todas partes, circundando las propiedades. Desde los primeros momentos de
la colonia penal, los invasores ingleses dividieron la tierra según sus
foráneos y erróneos criterios, despreciando el saber ancestral de los oriundos.
Las consecuencias de su estrategia colonialista siguen sufriéndose hoy en día,
entre otras cosas, en términos de irreparables daños medioambientales.
Mullumbimby es el
nombre de una pequeña población situada en el extremo nororiental del estado de
Nueva Gales del Sur, entre Byron Bay (destino turístico en mi opinión extremadamente
sobrevalorado) y las exuberantes sierras de la Gran Cordillera Divisoria, que preside
la impresionante mole de Mount Warning y que esconden, entre muchas otras cosas,
el pintoresco (por así decirlo) poblado de Nimbin.
Jo Breen, una
joven mujer goorie (el pueblo
indígena de esa zona de Australia) se ha establecido con su hija adolescente
Ellen en una pequeña granja cercana a Mullumbimby, tras un agrio divorcio. Está
orgullosa de haber podido adquirir, tras grandes esfuerzos, un pedazo de tierra
en la tierra de sus ancestros. Además del duro trabajo que exige la granja, Jo
trabaja cuidando del cementerio municipal.
El mayor mérito,
a mi parecer, de esta novela de Lucashenko, es que logra transmitir al lector
el sentido de unión, de conexión que ha existido durante decenas de miles de
años entre los pueblos aborígenes y su tierra, entre los seres humanos y la
naturaleza en el seno del continente australiano. El personaje de Jo, en este
sentido, es el más pulido de todos. Jo comparte con otros personajes goories la desazón de vivir con la
desdichada herencia de los “ladrones de tierras” blancos. Pero no todos los goories se rigen por el mismo código
ético que lo hace Jo Breen.
La trama secundaria
de Mullumbimby es el romance entre Jo
y Twoboy, un atractivo joven aborigen que en nombre de su familia ha
interpuesto una demanda reclamando el reconocimiento de título de propiedad nativo
del área en la que se halla la granja de Jo. Como trama secundaria, el romance
entre Jo y Twoboy no aporta nada que sea extraordinario, pero sin duda alguna le
sirve a Lucashenko para apuntalar el desarrollo de la narración principal e
intercalar algunos episodios humorísticos y con algunas dosis de acción y
misterio.
Uno de los
aciertos de Lucashenko es el uso de algunas palabras aborígenes no solamente en
los diálogos sino también en la narración en tercera persona. La autora incluye
las pocas palabras de la nación Bandjalung que todavía subsisten, además de
palabras del inglés aborigen empleado en gran parte de Australia. Dicha inclusión
insufla la autenticidad de la lengua que pertenece al lugar, y es algo que el
lector agradece. Hay un breve glosario al final de la novela.
Palabras como yarraman, jagan o talga (caballo,
tierra, música) poseen una curiosa cadencia propia; pero la mezcolanza de un registro
muy bajo (muy realista y genuino sin duda, con abundantes palabrotas) con
pasajes de un lirismo pulcro no cuaja. El problema se da porque Lucashenko
superpone una voz omnisciente (la voz de la escritora educada, académica, que supuestamente
narra la historia desde afuera) a la voz de Jo Breen, hasta el punto de confundir
ambas. El resultado es en ocasiones un tanto chirriante, y resta valor al
conjunto.
Con todo, Mullumbimby es una novela que muestra
las tremendas dificultades a las que se enfrenta una mujer aborigen
independiente en la Australia contemporánea. La portada reproduce un poderoso símbolo
del que Lucashenko hace uso en la novela: un nido construido por una urraca
nativa, utilizando un pequeño fragmento de alambre de espino oxidado. Con un pequeño
fragmento de lo que es azote brutal de animales autóctonos (las heridas que
sufren los canguros que quedan atrapados en las cercas son horripilantes) otro
animal fabrica un hogar para sus crías.