9 sept 2019

Reseña: Only the Animals, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, Only the Animals (Melbourne: Penguin, 2014). 248 páginas.

Vaya por delante la admisión de que no tengo mascota alguna ni la he tenido durante décadas, quitando de los perros de la granja donde estuve viviendo un año entero. No me sorprende que haya tanta gente que tiene animales en su casa, pero sí me parece paradójico que algunas mascotas reciban mejor trato que personas que, por alguna u otra razón, se hallan en condiciones deplorables. No creo que ese dato, hoy en 2019, indique algo positivo de la humanidad.

Este difícilmente clasificable libro de Ceridwen Dovey lo componen diez relatos narrados por “almas” de animales fallecidos. Obviamente, la autora nos invita a creer en algo perfectamente inverosímil; pero esa invitación, a la larga, creo que merece la pena aceptarla.

Los relatos tienen variados puntos en común: todos los animales cuentan sus historias después de fallecer a causa de conflictos bélicos o situaciones problemáticas creadas por seres humanos. Cada uno de los relatos rinde homenaje intertextual a un escritor distinto, entre ellos algunos tan ilustres como Kerouac, Grass, Kafka, Sylvia Plath, Stoppard o el australiano (mucho menos conocido) Henry Lawson.
Los suyos no están en una bolsa. Tumba de Henry Lawson en el cementerio de Waverley, Sydney. Fotografía de Sardaka  
En el primero, ‘The Bones’ [Los huesos] un camello en el árido interior de Australia a finales del siglo XIX observa y escucha las conversaciones de un grupo expedicionario que transporta un extraño saco lleno de huesos amarillentos (¡qué pena, no son lingotes de oro!). El camello interrumpe la narración para dar cuenta de su propia historia, y termina muerto por los disparos de uno de los viajeros que, borracho de ron, intenta matar a un gran lagarto que ha estado acechándolos durante días. El relato insinúa la violencia de la expansión colonial de Australia, una atroz guerra que sigue siendo negada por la historia oficial.

El siguiente animal en contar su historia es un gatito, perdido entre las trincheras de la I Guerra Mundial, donde encontrará la muerte. En otro de los cuentos, el alma de un delfín hembra escribe ‘Una carta a Sylvia Plath’, en la que cuenta sus experiencias dentro de un grupo de élite de cetáceos entrenados por la Marina de los EE.UU. para tareas de detección de amenazas submarinas.

Los relatos están presentados en un orden cronológico, si bien el lector bien podría alterar el orden de lectura a su gusto. Los demás animales incluidos en el libro son un chimpancé, un perro, un mejillón, una tortuga, un elefante, un oso y un loro. Hay relatos que desde la primera oración te atrapan. En mi caso, me ocurrió con ‘Plautus: A Memoir of My Years on Earth and Last Days in Space’ [Plauto: Memoria de mis años en la Tierra y mis últimos días en el espacio], narrada por una tortuga que pasa de la vida en la casa de los Tolstoi tras la muerte del escritor a vivir en el Londres literario de Virginia Woolf y George Orwell, para finalmente regresar a la URSS y terminar como tortuga astronauta en las expediciones espaciales de órbita terrestre del programa soviético.

Con otros, en cambio, quizás la apuesta de Dovey no resulta ser tan efectiva. Es el caso de ‘Telling Fairytales’ [Contando cuentos de hadas], en el que un oso narra sus dramáticas vivencias y la desesperación de los habitantes de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes.
Pearl Harbor (Hawaii). Implausible escenario para una superorgía de moluscos. 
Los hay también repletos de humor: el mejillón de ‘Somewhere Along the Line the Pearl Would be Handed to Me’ [En algún momento me entregarían la perla], título prestado por On the Road de Kerouac, narra en clave de humor su largo viaje de la costa este a la costa oeste de los Estados Unidos. El molusco no solo tiene un excelente sentido del humor, sino que emula el espíritu de la Generación Beat de forma veraz e hilarante. Tras la llegada a Pearl Harbor acoplados al casco de un buque de guerra, los mejillones, enardecidos por la salinidad y las cálidas aguas del Pacífico, desovan en masa en una especie de frenética orgía submarina: “Entonces ocurrió algo extraño. La temperatura y la sal en el agua actuaron como estímulo de un jubiloso desove espontáneo en masa de cada uno de los mejillones en nuestra colonia de polizones en el casco del barco, todos y cada uno de nosotros. Cada macho soltó su esperma en las aguas, y cada hembra dejó ir millones de huevos, y durante varios días los muchachos y yo no pudimos concentrarnos en otra cosa que no fuese fertilizar, en hacer nuestra divertida voluntad carnal con quien nos diese la gana. Jodimos y copulamos y nos reprodujimos en índices que asombraron al mismísimo Meji. El olor a sexo era casi tan fuerte como el olor a comida – había comida por todas partes en la bahía, tanta que todos engordamos, muy rápido, muy velozmente, más y más gordos. No estaba muy seguro de si esto era lo que veníamos buscando, esta vida de abundancia. Pero nos parecía muy bueno, estaba rebién, la hostia de bien, eso de darnos una supercomilona y follar ad infinitum.” (p. 122, mi traducción)

Aunque posiblemente no todos los relatos de Only the Animals causen admiración o asombro, el conjunto sí deja un excelente sabor de boca, como fue el caso con la primera novela de Dovey, Blood Kin. Hay mucha inventiva e imaginación en cada una de estas narraciones de características antropomórficas, que aprovechan el hecho de que, además de servirnos de alimento, utilizamos a los animales de muchas diversas maneras: como medios de transporte, para hacernos compañía, en experimentos y campañas militares, en competiciones deportivas y espectáculos barbáricos que algunos denominan artísticos, etc. La lista es virtualmente inagotable.

En ese sentido, quizás el hilo temático subyacente en el conjunto de relatos sea la lucha por sobrevivir en un planeta cada vez más poblado y cada vez más inhumano. La delfina que escribe su misiva a Sylvia Plath nos dice: “a las mujeres no hace falta recordarles que son animales. Entonces, ¿Por qué vuestros hombres se empeñan en gritarlo desde los tejados, como si hubieran descubierto cómo transformar los metales comunes en oro? ¡Imagínese usted a un hombre que haya de tener revelaciones cada dos por tres para acordarse de que es un animal! Pero nosotros somos especiales, declaran vuestros hombres, somos un animal de caso especial, y parte de lo que nos hace especiales es que hacemos la pregunta: ¿Soy humano o animal?” (p. 206, mi traducción)

Y enlazo lo anterior con la cita que hace Dovey del autor estadounidense Boria Sax, procedente de su libro Animals in the Third Reich: Pets, Scapegoats, and the Holocaust: “Quienes son humanos para con los animales no son necesariamente amables con los seres humanos.” Que cada cual saque sus propias conclusiones.

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