17 nov 2019

Reseña: Pittsburgh, de Frank Santoro

Frank Santoro, Pittsburgh (Nueva York: New York Review of Books, 2018). 224 páginas.

A quienes no hemos nacido dotados de ella ni hemos adquirido la destreza de pintar lo que vemos, nos queda la posibilidad de mirar y gozar de las imágenes que crean otros. En el caso de Pittsburgh, el autor cuenta una historia muy personal a través de unos dibujos que solamente puedo calificar de intensos y altamente idiosincráticos.

Pittsburgh es un libro deslumbrante, audaz, singular. Santoro comienza con un breve apunte sobre sus padres divorciados. Trabajan en el mismo hospital, pero “fingen no verse” cuando coinciden en el edificio o en sus alrededores. Santoro se pregunta quién es, cómo fue que vino a existir como fruto de la relación de dos personas que ahora básicamente se desconocen.
Confesiones paternales en la barra de un bar: "Si me hubiese casado con la primera chica con quien me acosté, tú serías vietnamita."
El libro investiga en el noviazgo de sus padres, en las circunstancias que lo rodearon. El padre estaba en Vietnam y la abuela materna amenazó con enviar a la madre de Santoro a California. El padre regresa a Pittsburgh con los traumas de la guerra, de los que nunca quiso hablar con Frank. Con el paso de los años, la distancia entre sus padres se amplía y agranda, y cuando él cumple los 18, se divorcian.
Como decía Basil Fawlty: "Don't mention the war..." En Vietnam, esa guerra se conoce como La guerra americana
La historia es además un homenaje a la ciudad donde nació y vivió, y a un amigo de su niñez, Denny, de quien dice que le “ayudó a ver a [sus] padres como personas normales”. Los puntos de vista son múltiples, y el foco del dibujo de Santoro cambia de página a página, guiándonos al interior de casas en las que ocurren cosas, que quizás no son como las imaginamos.
Espacios ahora vacíos estuvieron ocupados en su momento no solamente por personas, también por palabras, sensaciones, ideas, miedos, deseos e incógnitas. Santoro sobrescribe los espacios con el pasado, y al hacerlo, lo hace presente.
Algunos de los dibujos ocupan dos páginas en el libro: el efecto es sorprendente, porque el lector ha de cambiar su perspectiva de lectura constantemente, y te obliga a desandar lo leído y fijarte en detalles en los que no quizás no habías reparado en una primera visita.
Incluso un olor puede motivar la creación de un dibujo.
Cabe también destacar la deliberada fragmentación narrativa, fácil de observar. No comprende solamente el muy escaso texto narrativo y los diálogos que aparecen en bocadillos o superpuestos a los dibujos. También los dibujos, que reiteradamente aparecen unidos simplemente con cinta adhesiva, o en forma de dibujos superpuestos o abstracciones sugeridas simplemente con líneas o gruesas bandas de color, forman parte de esa estrategia fragmentaria. 

Pocas autobiografías pueden decir tanto con tan pocas palabras. Esta es una obra de arte, que curiosamente se publicó primero en Francia en 2018, y que New York Review of Books decidió sacar al mercado anglosajón este año. Aunque imagino que su distribución será muy limitada, búscalo en las bibliotecas, lo recomiendo.
¿Hay final más abierto que la salida de un túnel? Así concluye Pittsburgh. Una verdadera gozada.

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