R. M. Koster, The Prince (Nueva York: The Overlook Press, 2013 [1972]). 351 páginas.
De aquellos años en que la educación que recibíamos en las clases de E.G.B. parecía lograr algunos de sus nobles fines, yo diría que los mapas que utilizaban maestros y que nosotros memorizábamos en casa sirvieron su propósito: del de Centroamérica se me quedó bien clavada la imagen de una pequeña superficie de terreno en el centro de Panamá, y que curiosamente coincidía con el canal que unía dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. Los libros de texto aseguraban que aquella pequeña franja pertenecía a los Estados Unidos; a decir verdad, en cuarto o quinto curso no sabíamos nada de la historia de aquella parte del mundo (y tampoco es que aprendiéramos mucho más en otros cursos posteriores, todo hay que decirlo), y dábamos por hecho que el tío Sam era dueño y señor del canal, porque sí.
Panamá: una importancia estratégica vital para el capitalismo |
The Prince se publicó por vez primera en 1972, y ahora en
2013 The Overlook Press reedita el libro, pero lamentablemente lo hace en una
edición plagada de erratas, algunas de las cuales se repiten por doquier y
desvirtúan así la labor de actualización de esta curiosa novela.
El protagonista y
narrador de The Prince es un joven
político llamado Kiki (Enrique) Sancudo, hijo de un expresidente de un país
centroamericano llamado Tinieblas. Mientras preparaba la campaña electoral a la
Presidencia del país, Kiki es víctima de un atentado, y queda paralizado de
cuello para abajo. El inicio es de lo más prometedor, pues Kiki divaga en torno
a la mejor manera de ejecutar su venganza contra el hombre que intentó quitarle
la vida, el Ñato. Los detalles de su plan son más que escabrosos: un salvajismo
y una crueldad que señalan que estamos ante un hombre cuya esencia parece estar
corrompida por la sed de venganza.
Pero luego el
lector percibe que se trata de una sátira, y que como suele ser habitual, una
de las maneras más eficientes de ridiculizar a un personaje es hacerlo a través
de sus propias palabras. Por la boca muere el pez. En ese sentido, Kiki personifica
al machito latino, al criollo privilegiado que hace y deshace a su antojo.
La novela
establece un recuento cronológico de las andanzas y aventuras de Sancudo en
Tinieblas y en muchos otros lugares del mundo. En los Estados Unidos aprende a
ganar dinero con negocios ilícitos, exprimiendo la sangre y el sudor de otros:
por ejemplo, instala con sus socios prostíbulos móviles en las universidades de
mayor renombre.
Todo el libro
está impregnado de hipérboles. Koster conoce bien el sentido del humor latino
(no en vano, el autor reside en Panamá y lleva la tira de años viviendo en esa
parte del mundo). Un breve vistazo a los apellidos de los muchos presidentes y
los otros muy variados personajes de la novela (militares, jueces,
administrativos, etc.) son de por sí motivo de risa: Ladilla, Piojo, Chinche,
Mocoso, Canino, Rabioso, Avispa… El
mismo Sancudo nos remite al nombre con el que también se conoce al mosquito en
buena parte de Latinoamérica: zancudo.
La influencia de
los novelistas del llamado ‘boom’ en esta obra de Koster es evidente. Los
episodios y detalles narrativos que requieren altas dosis de credibilidad por
parte del lector son numerosos: una de las amantes del presidente Sancudo tiene
cola como si fuera una yegua; Alfonso, el hermano de Kiki, pasa por una fase de
crecimiento desmesurado, a la manera de Alicia, a medida que su vida amorosa
progresa; un hombre lobo que aterroriza a la gente del campo; un astrólogo de
pasado nazi que se convierte en principal consejero presidencial.
Por momentos, The Prince roza la astracanada, pero
Koster es lo suficientemente hábil como para alejarse de la tentación de rizar
el rizo de lo ridículo. Las caricaturas de los hombres de la alta sociedad criolla
de Tinieblas y sus constantes maquinaciones e intrigas son veraces porque solamente
desde la hipérbole es posible intuir una realidad mucho más mesurada, pero no
por ello menos corrupta y repulsiva.
The Prince, por cierto, fue traducida hace ya muchos años al castellano. La
publicó Grijalbo bajo el título de Príncipe de Tinieblas en 1973. Cabría suponer que la traducción precisará una profunda revisión, al igual que Overlook Press debiera
emplear a un buen corrector de pruebas en futuras reimpresiones de esta
divertida novela.