Roger McDonald, The Following (North Sydney: Vintage Books, 2013). 260 páginas.
Quien quiera
hacerse una idea definida y precisa de cómo es la vida en Australia sin
abandonar las comodidades del siglo XXI puede optar por refugiarse (sí, has
leído bien) en un gran centro metropolitano; o bien asumir riesgos y aventurarse entre las suaves
ondulaciones al oeste de la Gran Cordillera Divisoria para terminar recorriendo
las grandes planicies que separan al desierto de la densamente poblada franja
costera. Son dos Australias distintas, pero están obviamente conectadas. La
inmensa mayoría de los que visitan este país continente nunca verán esas
regiones, y si aprenden algo de ellas, por lo general es bien poco y a través de terceros.
Esta singular
novela del australiano Roger McDonald se compone de tres partes (o tres nouvelles, si se quiere) que presentan
algunas tenues conexiones entre sí. La que abre el libro se sitúa en los
albores del siglo XX en el oeste de Nueva Gales del Sur, y sigue la vida de
Marcus Friendly, un chico huérfano, criado por su abuelo, que sabrá ascender
peldaños en la escala social hasta alcanzar la cúspide, el puesto de Primer
Ministro. De maquinista ferroviario a político en la Canberra de los años
posteriores a la Gran Depresión, Friendly simboliza el ‘bloke’, el arquetipo
masculino blanco que en su época sustentó (y desde un punto de vista meramente
histórico, sigue sustentando) toda una mitología. Esta narración es, para mi
gusto, la más conseguida de las tres. La caída en desgracia de Friendly debido
a su oposición al reclutamiento forzoso en la Primera Guerra Mundial no será
óbice para que progrese en las filas del partido Laborista.
La segunda sección
de The Following se centra en tres personajes
masculinos muy diferentes en la Australia de los años 60 y 70: Kyle Morrison,
hijo del poeta Bounder Morrison, y terrateniente arruinado; el capataz de la
propiedad, Ross Devlin; y finalmente un novelista amigo de Kyle, Powys Wignall
(quien bien podría ser Patrick White, al igual que Friendly representaría al
Primer Ministro Ben Chiefly). Kyle vive en una inmensa propiedad agrícola del
oeste de Nueva Gales del Sur, gracias a la caridad de una tía suya, que intercedió
para que no lo expulsaran de la granja. El desenlace funesto de esta parte me
recordó en cierto modo a Voss, de Patrick White. Antes que abandonar la tierra
que adora y que siente suya, se entrega a ella en cuerpo y alma. Literalmente.
La tercera nouvelle está más próxima a la época actual y la acción (por
así decirlo) nos lleva a la costa sur de Nueva Gales del Sur. Un grupo de
amigos está reunido al final del verano austral tratando de paliarle el dolor a
su amiga Sonia, enferma terminal de cáncer. Rodeados por el humo de los incendios
habituales en esa época del año, Max Petersen (parlamentario laborista que
espera una cartera ministerial en cualquier momento), Harris, el marido de
Sonia, y Tiger Yeomans beben y comen mientras recuerdan el pasado. Se menciona
a modo de insinuación que Max es el hijo de Marcus Friendly, pero no termina de
estar claro qué papel juega esa conexión en el entramado general del libro.
Con una prosa por
momentos algo densa, McDonald fuerza en ocasiones al lector a desmadejar los
nudos sintácticos con que engarza ideas en sus párrafos. The Following vendría pues a ser el enaltecimiento de un tiempo y
una forma de vivir ya fenecidos: la sordidez de la escena política que retrata
McDonald en la tercera parte contrasta con los valores de honestidad y esfuerzo
que Friendly representaba.
Sin embargo, me resultó un tanto incongruente que no se
haga una denuncia explícita y ecuánime de la desposesión de la población indígena.
Dado que McDonald opta por un narrador omnisciente, son demasiados los interrogantes
que quedan sin respuesta y muchas las lagunas que quedan sin explorar. La intención
de The Following no termina de resultarme
clara: numerosos personajes que aparecen y desaparecen sin que desempeñen un
papel claro en un conjunto ya de por sí confuso.