Montero Glez, Pistola y cuchillo (Barcelona: El Aleph
Editores, 2011). 124 páginas.
Hace muchos,
muchos años me llevé a una novia que tenía por entonces a un concierto de
Ketama. Probablemente éramos los únicos no gitanos entre los numerosos grupos
que poblaban las gradas de la Plaza de Toros, pero el concierto valió la pena.
Tanto como aborrezco las sevillanas y esa rancia estética españolista que las
suele acompañar, aprecio el buen cante. De entre todos los grandes cantaores a
los que he oído a lo largo de mi vida, el Camarón de la Isla ha quedado siempre
en lo más alto de mi pedestal particular.
Pistola y cuchillo no es una biografía del Camarón, sino una
novelita (los límites del género son siempre elásticos) que recrea momentos de
la vida del gran cantaor flamenco desde la perspectiva del narrador, criador de
gallos de pelea y acérrimo admirador de Camarón. Es por tanto más homenaje que
ficción, aunque Montero Glez bebe de la ficción para rendir homenaje al
cantaor. En sus páginas, Pistola y cuchillo transparenta la enorme devoción con
la que Montero escribe de su personaje protagonista.
El libro se
inicia con una curiosa reflexión sobre lo efímera que es toda representación
artística y sobre los límites de su autenticidad: “A la entrada de la Venta
Vargas, por donde antes aparcaban los coches, le han puesto una estatua. Dicen
que es él, pero no se le parece. Además de no reír tampoco canta y ni siquiera
tararea. Por si fuera poco, hay veces que a la estatua le falta algún trozo y
sé bien que son gitanos quienes los arrancan para luego venderlos.”
Tomando la Venta
Vargas como centro neurálgico del proceso de acopio de recuerdos que realiza el
narrador, el texto va y viene por la vida del Camarón, desde su niñez a su
primer concierto en Madrid, lo acompaña a Nueva York y a París, a las giras que
emprendió por todo el territorio del estado, rememorando a través de la
recreación la presencia del artista flamenco: su pose, su mirada, su silencio,
su risa, su humor.
Muy distinto es Pistola y cuchillo de otros libros de
Montero Glez, como Sed de champán,
que leí hace ya muchos años, y que me pareció por entonces una brillante voz
nueva en la narrativa en castellano producida en la Península Ibérica. Montero
Glez parece a veces escribir con navaja, dando tajos y estocadas cuando lo ve
necesario, cortando el aire y el espacio hasta hacer que mane la sangre a
borbotones. Pistola y cuchillo tiene
más bien poco que ver con otra novela suya que ya reseñé en su momento (Pólvora
negra), excepto por
la forma que tiene el autor de contar una historia. Montero siempre pone su
sello, personal e intransferible; puede que no sea del agrado de todo el mundo.
No es, desde luego, facilón e inane, como la gran mayoría de la narrativa que
se publica en castellano hoy en día en España.
Camarón de la Isla: Pistola y cuchillo