Patricio Pron, El comienzo de la primavera (Barcelona, Mondadori, 2008). 247 páginas.
En la página 185
de El comienzo de la primavera, el
narrador omnisciente apunta que “Si Dios es un narrador, pensó Martínez,
seguramente es uno pésimo, ya que mezcla los datos, desordena encadenamientos
de hechos que de otra manera resultarían comprensibles a primera vista. Un
maniático jugador de crucigramas, se dijo”.
Para todo aquel
que aspire a ordenar lo que entienda como realidad (tan caótica como es, que
nadie lo dude) y otorgarle visos de verdad, esta novela del argentino Patricio
Pron no es nada recomendable. Si ese Ser Supremo (o lo que sea, cada cual que
crea en lo que quiera – allá cada cual) es un aficionado a los juegos y cruza los
datos de forma aleatoria, podríamos decir que tratar de darle sentido al caos
es un tarea fútil. Que lo es. Por suerte, Pron no es ese pésimo narrador, ni
mucho menos.
Martínez es un
traductor argentino que se ha emperrado en hablar con un oscuro filósofo alemán
llamado Hollenbach, autor en su juventud académica de una obra titulada Betrachtungen der Ungewissheit
(Reflexiones sobre la incertidumbre), y que Martínez quiere traducir al
castellano. Toma clases de alemán en Buenos Aires que devienen en una relación
sexual con su profesora, y a pesar de recibir tres cartas de Hollenbach que
buscan disuadirlo, Martínez se sube a un avión y acude a Alemania. Pero cuando
llega a Heidelberg, Hollenbach parece haber desaparecido de la faz de la
tierra. Su paradero es un enigma, y las pistas que personas que dicen haber
conocido al filósofo son, en el mejor de los casos, vagas, y en el peor,
falsas. ¿Quién le está tomando el pelo a Martínez?
Dejando de lado
el (supuestamente) laberintico argumento en clave detectivesco de esta novela,
con sus indudables guiños a Roberto Bolaño, Pron deleita a mi parecer al lector
con una novela de la cual podría argüirse que el tema es la estructura. O dicho
con otras palabras: la estructura narrativa se erige por encima del conjunto,
se superpone a todos los demás elementos temáticos (la concepción de la
Historia como una suma de discontinuidades en vez de una serie continua de
eventos, o el asunto de la mentalidad culpable en la sociedad alemana de fines
de siglo, entre otros), lima sus aristas y suaviza ángulos inverosímiles hasta
integrar todo lo anterior en una narración extraordinaria, singular y
cautivadora.
Contraponiéndose
al periplo del joven argentino, que viaja de ciudad en ciudad y va de encuentro
en encuentro con personajes a cada cual más enigmático y displicente (el relato
de las dos incursiones ilícitas en el edificio de la Facultad de Filosofia en
Heidelberg y de sus dos encuentros con el alcohólico Hausmeister es fascinante), hay otro eje argumental situado en el
pasado, antes de la Segunda Guerra Mundial, una especie de espejo narrativo que
Pron utiliza con maestría, haciendo avanzar las dos tramas – es decir, las dos
historias – hacia un punto de conexión final. Es una arriesgada estrategia
narrativa, pero da unos muy buenos resultados.
Habrá lectores a
los que la propuesta de Pron no les satisfaga un ápice. Habrá quien ponga
objeciones a su estilo de largas oraciones interrumpidas a veces por
aparentemente ilógicos paréntesis, o la interposición de eventos secundarios en
mitad de la narración de algún episodio clave. Nunca llueve a gusto de todos.
El pasado es
resbaladizo, como ese lago helado que describe la mujer de Hollenbach; cuando
en él se abre un agujero, se nos revela la inmundicia que hay debajo de esa
superficie, ese espejo que no nos permite ver lo que hay detrás. El lago se
deshiela y se vuelve a helar año tras año: lo que viene a confirmar y a reforzar
esa extraña idea, la discontinuidad de la historia/Historia.