Empar Moliner, La col·laboradora (Barcelona: Columna, 2012). 317 páginas.
Uno ya no sabe si la hipercorrección política se impondrá
a la larga al buen conocimiento de las lenguas. Uno de los casos más flagrantes
que he podido comprobar recientemente tiene relación con el tema de esta novela
de la catalana Empar Moliner. Me refiero al demencial (por lo pobremente
redactado) artículo que firmó en su momento W. M. S. en El País y que llevaba por título “El tabú
y la leyenda de los escritores fantasma”. Para que nos
entendamos: un ‘escritor fantasma’ es una mediocre invención, un chapucero
calco del inglés (ghost writer), y que en el peor de los casos podría llevar al
lector a pensar en un escritor que sea un fantasma, es decir, una “persona envanecida
y presuntuosa” (acepción
nº4 en el DRAE). El concepto de ghost writer del inglés ha existido desde hace mucho tiempo en la
lengua castellana (y en la catalana, véase aquí) como
‘negro’ literario. Me pregunto qué malabarismos lingüísticos haría para evitar mencionar
la palabra ‘negro’ al hablar de un ‘mercado negro’ (o ya puestos, del mismísimo
Mar Negro…) Pero divago, mejor vuelvo al libro que nos ocupa: La col·laboradora.
Magdalena Rovira es una negra literaria. Cerca ya de la
madurez, separada de su marido y con una niña de tres años, se dedica a escribir
las biografías de famosos en 120 páginas, que luego se publican como
autobiografías. Un día el agente literario y examante Oriol Sánchez le ofrece
la posibilidad de preparar el manuscrito inicial de un libro que firmará un
famoso hispanista llamado Paul Adams. El libro novelará la historia de una
mujer, Antonieta Gelabertó, que fue asesinada durante la guerra civil y
enterrada en una fosa común cerca de los viñedos del Penedés; es un libro que
los miembros de la Comisión de la Memoria Histórica han decidido financiar para
ayudar a realzar el perfil público de la Consellera de Cultura.
La novela se presenta como la confesión ácida y
brutalmente sincera de Magdalena: una mujer que se reconoce como cocainómana y
alcohólica. Empar Moliner permite que sea ella quien desvele sus múltiples
defectos en su personalidad, pero al mismo tiempo logra que el lector pueda
entrever algunas de sus virtudes. En su narración, Magdalena Rovira va
escrutando implacablemente a los personajes que poco a poco van formando parte
de una cada vez más rocambolesca trama en torno al mundo editorial,
periodístico, televisivo y político.
Moliner resulta ser una muy capaz observadora de la
sociedad catalana de principios del siglo XXI: sus dardos van lanzados con
puntería contra los tópicos y costumbres del vano y vanidoso consumismo de las
clases medias, contra sus extravagancias y otros comportamientos compulsivos,
amén de los extremados cambios de actitud que los caracterizan, y finalmente
contra la mendacidad, la afectación y la vacuidad que dominan el mundo
literario y editorial.
Los personajes no tienen desperdicio: Judit Guitart, la
nieta de la mujer asesinada en la guerra, una mujer ingenua y desorientada que
cae en los brazos de un emigrante irregular senegalés que la utiliza para
conseguir su tarjeta de permanencia, y que después también se lía con el
escritor Mateu Garín. Cati Rodés, a quien apodan la Gafe, política en la Comisión
por la Memoria Histórica, y cuya metedura de pata final resulta épica y desternillante.
Oriol Sánchez, agente literario y experto aprovechado. O la famosa periodista
Xus Soriguer, paradigma de la mujer narcisista, engreída y mediática que tan
popular se puede hacer entre la masa consumidora de bazofia. Incluso el
hispanista Paul Adams, retratado primorosamente por Rovira como un borrachín perezoso
y poco fiable en su senectud.
La única pega, y que no lo es tanto, que le encuentro a La col·laboradora estriba en los excesivamente (al menos para mi
gusto) numerosos paréntesis que jalonan la narración. El paréntesis como
recurso metanarrativo podría haber tratado de aportar una perspectiva
contrapuesta, si no contradictoria, con la predominante en el conjunto de la
novela, en lugar de reducirse a una mera explicación, justificación o excusa por
parte de la única narradora, Rovira.
El significativo trasfondo de violencia histórica, el
cobarde asesinato de la abuela de Judit Guitart en un terrible episodio en
realidad ajeno a la guerra pero causado por ella, es un adecuado contrapunto a
la mordaz sátira del sistema cultural, editorial y político existente en España
(no solamente en Cataluña, no lo olvidemos). La escritura teledirigida de libros
para que a su autor (que no siempre es el verdadero autor) le sea concedido de
antemano un premio literario es un secreto a voces: y para más vergüenza y
sonrojo ajeno, los que pasan por críticos literarios del establishment periodístico en el estado español les hacen el juego
a todos. ¿Dónde están de verdad los fantasmas?