1 ene 2017

Reseña Family Life, de Akhil Sharma

Akhil Sharma, Family Life (Nueva York, Faber & Faber, 2014). 210 páginas.
Existe en estos comienzos de siglo una sobreabundancia de novelas cuyo principal tema es la migración y la dureza del empeño que conlleva adaptarse a una tierra extraña; ciertamente, la diáspora india ha sido una de las más prolíficas en este sentido. Cabe destacar títulos como The Lowland o The Namesake, de Jhumpa Lahiri, Odysseus Abroad o Afternoon Raag de Amit Chaudhuri; pero también hay otros puntos de vista, como la perspectiva nigeriana en Americanah de Chimamanda Ngozi Adichie, o la zimbabuense de NoViolet Bulawayo con We Need New Names.

Sharma es un autor nacido en Delhi pero mudado a los Estados Unidos durante su infancia, y su creación conforma una corta lista, con una sola novela ambientada en India, An Obedient Father, ya reseñada en este blog hace poco más de un año. La historia que narra Family Life está basada en su propia experiencia, aunque sea primordialmente una obra de ficción. Es difícil, en todo caso, deslindar los datos autobiográficos de los episodios ficcionales, y quizás nunca quede claro en cuál de los dos lados está la experiencia auténtica.

Como le sucedió a la familia Sharma, a los Mishra, emigrados a los EE.UU. a finales de los 70, el sueño americano les parecía posible. Pero todo se estropea cuando el hermano mayor de Akhil/Ajay, que iba a comenzar estudios en un distinguido centro del Bronx, sufre un terrible accidente en una piscina durante las vacaciones de verano, se golpea contra el fondo y queda inconsciente en el fondo. Para cuando logran sacarlo, los daños al cerebro son enormes e irreversibles.

Del entusiasmo ante las comodidades y lujos como agua caliente y televisión que el mundo desarrollado les ofrece a los recién llegados, los Mishra ven cómo de repente el sueño de Birju, el hermano mayor, se hace añicos en el fondo de una piscina. El dinero del seguro, cuando llega, nunca será suficiente para atender las necesidades del chico discapacitado de por vida. Los planes de la familia cambiarán para siempre.

La historia está narrada en primera persona por Ajay, el hermano menor (en una reconstrucción exacta de la experiencia vital de Akhil Sharma). Family Life es una comedia negra repleta de ironía, aunque en sus esfuerzos por dotar a la narración de tonos cómicos efectivos Sharma se excede en ocasiones y llega a la caricatura, como cuando Ajay trata de ganarse la simpatía y la amistad de sus compañeros de clase mediante exageraciones sobre las virtudes que poseía su hermano antes del accidente, o por medio de descripciones con detalles grotescos cuando no soeces sobre el tratamiento que recibe Birju.

Es en la visión descarnada del impacto que el accidente tiene sobre los padres donde Sharma sí consigue, a mi parecer, capturar la atención del lector. Escrita con sencillez y claridad, el autor busca ponernos a la vista el dolor irreparable, la congoja interminable de unos padres que nunca van a poder superar la pérdida, el vacío de una vida (la del hijo mayor) que jamás se realizará como habían planeado.

Las reacciones de ambos son muy diferentes (como suele ser habitual en estos casos). Mientras el padre se abandona al alcoholismo y está a punto de perder el empleo, la madre recurre a curanderos, impostores y parlanchines de toda guisa y estilo. Los sacrificios económicos serán numerosos, y les conducirán a situaciones de humillación e indignidad.

La narrativa tiene una clara trayectoria: desde los recuerdos que Ajay conserva de la India que dejó con pocos años (la escena en la que regala sus juguetes a los niños más pobres del barrio es sumamente emotiva) al barrio de Queens en Nueva York al sentimiento de culpa que angustia al niño que de pronto tiene que hacerse mayor y cuidar de su hermano. Sharma se cuida mucho de dotar a la narrativa autobiográfica de Ajay de sentimentalismo alguno. Todo el sufrimiento (si lo hay) está sublimado en las palabras de un adolescente que nunca termina de explicar sus sentimientos.

Es por eso quizás que al final de la novela (la cual no cuenta con un desenlace propiamente dicho) Sharma traicione al narrador Ajay. El último capítulo nos sitúa ante un Ajay situado en un puesto de poderío financiero que le permite cuidar de sus padres y su hermano, pero la suya es una voz cínica y postiza. Como lector que conoce muy bien de qué está hecho el dolor, se me hace difícil suscribir la idea de que el narrador se declare un falsario consumado. Casi que hubiera sido mejor prescindir del eslabón final de la cadena narrativa.

Family Life se publicó en castellano en Anagrama en 2015, con el título Vida de familia, en traducción a cargo de Jaime Zulaika.

22 dic 2016

Reseña: The Server, de Tim Parks

Tim Parks, The Server (Londres: Harvill Secker, 2012). 278 páginas.
De todas las religiones a las que he estado expuesto en mayor o menor medida, o que me hayan picado la curiosidad en algún momento, quizás sea el budismo la que reúne más méritos. No son, en cualquier caso, suficientes para disuadirme de mi ateísmo militante. En todo caso, vaya por delante que la lectura de The Server no ha dado lugar a cambio alguno en la posición que mantengo.

Veamos. ¿Qué demonios hace durante más de ocho meses Beth Marriot en un retiro budista en la campiña inglesa? Beth es la cantante de un grupo de rock, Pocus, que mantenía dos rollos paralelos, uno con el guitarrista del grupo y otro con un pintor que la dobla en años; además, en ocasiones Beth experimentaba también con la bajista del grupo, cabe suponer que con el mero fin de pasar el tiempo de manera algo diferente. ¿Quién sabe?

Tras su primera estancia de diez días, Beth decidió seguir en el Dasgupta Institute como voluntaria. Han pasado ya casi nueve meses, nos dice, y continúa enfrascada en la rutina de preparación de las comidas vegetarianas, la limpieza de baños y la meditación que se inicia todas las mañanas a las 4. Pero empieza a estar un poco harta.

El sexo está prohibido en el Dasgupta Institute. No solo el sexo: todo contacto físico, la carne, el tabaco, el alcohol, el teléfono móvil (¡qué horror!, dice con sarcasmo un servidor, que ni siquiera es propietario de uno de esos cachivaches) e incluso las conversaciones con los meditadores. Hombres y mujeres están segregados a todas horas (excepto en el caso de los sirvientes, como la del título). Se come dos veces al día (desayuno y almuerzo), se medita mucho y se pasa mucho tiempo en solitario. Unas vacaciones ideales, vamos.

Sea lo que sea lo que ha llevado a Beth a esconderse en el Dasgupta, lo cierto es que uno no puede desembarazarse de su pasado, como si se tratase de un jersey viejo y maltrecho. No es tan fácil, ¿verdad?

Pero los que llevan las riendas del retiro budista están empezando a emitir señales de que ha llegado la hora de que Beth abandone su escondrijo. La propia Beth está quebrantando algunas pequeñas reglas y rebasando los límites del debido decoro en un lugar de recogimiento y entrega a la meditación.

El problema es que, en realidad, Beth no es más que una niñata que busca llamar la atención; una jovencita inglesa vacua y caprichosa, y los esfuerzos de Parks por dotarla de algo de personalidad no son suficientes para rescatar esta novela, la cual, en cualquier caso, es ambiciosa.

Lo es, porque Parks, un escritor muy capaz, como ya me demostró en Destiny, escoge la forma del monólogo para contar esta historia. Sus observaciones sobre los usos y costumbres que reinan en el Dasgupta son acertadamente irónicas. Pero como narradora, la voz de Beth se hace fatigosa con el paso de las páginas: la reiteración de la repetición como recurso estilístico, los predecibles juegos de palabras, las bromas facilonas, etc.

Si algo es eficiente, es sin duda el enorme embrollo mental que lleva esta atractiva (ojo, no se cansa de decírnoslo) muchacha en la cabeza. Hay además un juego narrativo añadido: Parks hace que Beth sustraiga el diario y una carta de uno de los meditadores; los comentarios que Beth hace sobre el hombre del diario y sus posteriores dimes y diretes añaden un poquito (poco, en verdad que no mucho) de aliciente a una trama que, por momentos, decae.

Hacia el final el diario que Beth está escribiendo (en realidad una escritura que ocurre casi dos años después, nos confiesa en el último capítulo) revela los detalles de los incidentes que la llevaron a ocultarse de familia y amigos tras un accidente playero que la llevó al hospital y que terminó con un joven francés muerto. Para entonces, el lector puede haber confeccionado ya un retrato y un juicio de esta malcriada, egoísta y presuntuosa heroína, y descartar la resolución que propone Parks como harto inverosímil e innecesaria.

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