Gerald Murnane, A Lifetime on Clouds (Melbourne: Text, 2013 [1976]. 290 páginas.
Parafraseando a G.K.
Chesterton, podríamos decir que, para construir castillos en el aire, no hacen falta
las reglas que necesariamente han de aplicarse a la arquitectura. La imaginación
es libre, y los únicos límites que se le pueden poner son los que decide
aplicarle el que imagina.
A Lifetime on Clouds, la segunda novela del australiano Gerald
Murnane, ciertamente refleja de forma literal una vida en las nubes, según la expresión
de la lengua castellana que alude al que es soñador o no se apercibe de la
realidad. Al comienzo de la novela, Adrian Sherd, un quinceañero estudiante en
un colegio católico del Melbourne de la posguerra, lleva una vida imaginaria en
los amplios y solitarios paisajes de Estados Unidos. A bordo de un tren o en un
flamante automóvil recorre cada noche rutas desconocidas que cruzan las praderas
y lo llevan a la costa oeste o a las Montañas Rocosas. Pero esos viajes no los
hace en solitario, no. Lo acompañan normalmente dos o tres bellezas despampanantes,
que responden a los nombres de Marilyn, Zsa-Zsa o Jayne, y a las cuales
invariablemente consigue de una u otra manera desnudar, para luego consumar con
una de ellas el acto sexual.
En el colegio,
Adrian va descubriendo poco a poco otros aspectos de su sexualidad con sus
amigos, pero con el tiempo la rigurosa doctrina religiosa a la que le someten
los educadores y la iglesia (Adrian acude a misa, naturalmente, todos los
domingos) se impone. Adrian se toma muy en serio el dogma católico, y tras el
final del curso decide luchar contra sus instintos e irrefrenables deseos construyendo
otra fantasía. Esta es la segunda parte de A
Lifetime on Clouds.
En una de las
misas de domingo, Adrian ve a una jovencita, de la cual se enamora. Cuando se
la vuelve a encontrar en el tranvía de regreso de la escuela, averigua su
nombre (Denise McNamara) y en sus ensoñaciones nocturnas elabora una intrincada
vida conyugal futura para sí mismo y su futura esposa. Adrian llega a imaginar
su vida entera, con una familia numerosa (o numerosísima, según se mire) y
distintos escenarios para él y su esposa, entre los cuales destaca una especie
de comuna autosuficiente escondida entre las colinas al oeste de Melbourne.
A Lifetime on Clouds es uno de los libros más extraños que he leído en
mucho tiempo. Dista mucho de la complejidad estructural y estilística de la
primera novela que publicó Murnane (Tamarisk
Row, reseñada hace apenas un mes).
Lo desconcertante, en mi caso, es que en ningún momento me queda claro si
Murnane se limita a ironizar con la tortuosa imaginación de un adolescente atormentado
por el conflicto entre sexualidad y la intimidación que se le impone por medio
de un cruel y absurdo dogma religioso. El subtexto es en ocasiones tan serio,
tan razonado, que por momentos no tuve claro si los curiosos dislates y sus frecuentes
admoniciones superan de hecho los límites de la parodia. A medida que la fantasía
matrimonial de Adrian con Denise va cobrando distintas formas y escenarios, la
actitud de Adrian se vuelve cada vez más mojigata.
Con todo, A Lifetime on Clouds constituye una
lectura muy divertida, en la que los episodios creados por la ferviente imaginación
de Adrian inducen a la risa constantemente. Para muestra, un botón; esta es la recreación
del mito de Caín según Adrian Sherd:
Cuando
volvió a estar solo, le dio a su mano la forma de la cosa que había visto entre
sus piernas [de Eva y sus hermanas] y se convirtió en el primero en cometer el
pecado solitario en la historia de la humanidad.
Aunque la
Biblia no lo recoge, aquel fue un día nefasto para la humanidad. Aquel día Dios
consideró muy seriamente la posibilidad de eliminar la pequeña tribu del
Hombre. Ni siquiera en Su infinita sabiduría había Él previsto que un humano
aprendiera un truco tan antinatural: gozando en solitario, cuando apenas era
poco más que un niño, del placer que estaba destinado únicamente para los
hombres casados.
Hasta los ángeles
mismos en el cielo sintieron asco. El pecado de la soberbia de Lucifer parecía
limpio y valeroso en comparación con la visión del niño que se estremecía chorreando
su precioso líquido al interior del cristalino Tigris. El propio Lucifer se
alegró de que el Hombre hubiera inventado una nueva clase de pecado: y de que
fuera tan fácil de cometer. (p. 60-1, mi traducción)
20 de abril de 2018. La editorial Minúscula acaba de publicarla en español bajo el curioso título de Una vida en las carreras, en traducción de Carles Andreu.