27 jun 2014

Tim Winton's The Turning


La idea de convertir los 18 relatos del libro de Tim Winton The Turning en un largometraje era, al menos en teoría, algo que rayaba en lo descabellado. ¿Qué tomar como hilo conductor de dieciocho relatos para elaborar una película? Es cierto que, aparte del paisaje de Australia Occidental, que desde su primera novela (An Open Swimmer, 1982) ha sido protagonista por derecho propio en la mayor parte de la narrativa de Winton, los relatos de The Turning abordan varios temas comunes, e incluso algunos de ellos tienen nexos argumentales no siempre explícitos. No era en ningún caso un libro fácilmente digerible por la cámara.

Si a lo anterior se añade el hecho de que el productor del proyecto, Robert Connolly, decidiera que cada uno de los relatos lo dirigiera un realizador distinto, uno quizás podría haber anticipado un batiburrillo de estilos y formas de leer los relatos. Que lo es. Pero el resultado final está muy lejos de ser caótico o incoherente. De hecho, es todo lo contrario.

Para alguien que, como es mi caso, ha dejado (en cierto modo) de creer en el cine como medio ideal de expresión para contar una historia – se trata de una creencia subjetiva e incluso, podría añadir sin sonrojo alguno, ilógica o injustificada – Tim Winton’s The Turning a ratos ensalza lo mejor del arte narrativo (entendido como aquel que se expresa a través de las palabras) en una creación cinematográfica de múltiples miradas que conectan – no siempre con éxito, al menos en mi opinión – los dieciocho relatos en una propuesta de unas tres horas de duración.

Para quien no haya leído el libro, la adaptación al cine podrá resultar fascinante: la excelente fotografía de los paisajes costeros y del bush de Australia Occidental puede por sí misma hechizar al espectador, mientras que las interpretaciones de los actores son casi sin excepción sublimes. La sensación de desesperanza que se intuye en los relatos de The Turning se transmite con inusual intensidad en las imágenes de la película. Individuos que han huido o se han ocultado de un pasado se enfrentan a verdades ineludibles. El hecho de que en muchos de los relatos el protagonista masculino se llame Vic Lang no debiera confundirnos. No es necesariamente la misma persona. Un nombre es, al fin y al cabo, simplemente una etiqueta.

Por desgracia, Winton sigue sin publicarse en español. No creo que ninguna editorial se desviva por publicar The Turning en español, pese al éxito de crítica cosechado por la película en varios festivales internacionales. El desaguisado que cometió Planeta (a través de su sello Destino) con Dirt Music no cuenta para nada en términos literarios. En todo caso, cuenta como afrenta al autor, quien nunca debiera venderles los derechos de sus otros libros a quienes son capaces de hacerle algo tan abominable a su obra.

22 jun 2014

Reseña: Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes (Barcelona: Anagrama, 1998). 609 páginas.

He olvidado la primera vez que oí o leí el nombre de Roberto Bolaño. Probablemente no sea un detalle importante, pero sí puede ser de alguna manera significativo el hecho de que fuera 2666, su gran obra póstuma (la cual no está nada claro que Bolaño tuviera en mente publicarla como un solo volumen), la primera de sus obras que leí. Es ahora, en 2014, que he concluido la lectura de Los detectives salvajes, prácticamente 17 años después de su aparición. Entre 2666 y Los detectives salvajes han pasado por mis manos (quizá uno debiera ya empezar a subrayar ese nimio dato de las manos, en tanto que denota la presencia física de un libro de papel) unos cuantos títulos más – pero no he agotado todavía mi filón bolañesco o bolañiano (que yo sepa, ninguno de los adjetivos ha cobrado estatus oficial).

De hecho, cuando me sobre tiempo (si es que alguna vez me sobra eso que hemos dado en llamar tiempo) y haya completado mis lecturas de Bolaño, tengo la esperanza (¿o la absurda ambición del lector empedernido o empecinado en hacer algo que pudiera considerarse, de alguna manera, casi heroico?) de releer su ouvre, pero tal y como la han vertido al inglés sus diversos traductores: Chris Andrews, Natasha Wimmer y Laura Healy.

Estoy seguro de que no soy el primero en observar la coincidencia de que Bolaño y DF Wallace estuvieran a fines del siglo XX escribiendo novelas que se proponían demoler la noción convencional de la novela. Lo que no me creo es que hubiera vasos comunicantes entre ellos. Ni el inglés de Bolaño podía ser tan bueno como para leer y comprender Infinite Jest (1996) en su versión original, ni el chileno se había hecho todavía un nombre en los Estados Unidos. De hecho, la fama en las tierras del sueño americano le llegó (por decirlo de alguna manera) cuando ya estaba criando malvas.

De Los detectives salvajes un lector podría aseverar que es una novela detectivesca cuya trama sigue a un par de extravagantes y desquiciados poetas por medio mundo, y no estaría tan desencaminado. Sin embargo, otro podría muy bien responderle al anterior que es una (gran, estupenda, novedosa) novela sobre el final de la poesía, novela a la que Bolaño impone una estructura que en cierto modo (y solo en cierto modo) recuerda a las novelas de detectives. Lo más llamativo de la búsqueda que emprenden una Nochevieja de 1975 los poetas viscerrealistas Belano y Lima en el norte de México es que la poesía real visceralista brilla por su ausencia en Los detectives salvajes. Se habla mucho de poesía, pero ésta no aparece por ninguna parte. Cesárea Tinajero pudiera muy bien ser una excusa para que dos locos tomen prestado el auto de un catalán chiflado radicado en el DF y se pierdan en compañía de una joven prostituta que huye de su padrote y un joven ingenuo muy enamoradizo y algo de aventurero.

Habrán de pasar todavía muchos años para que, con la suficiente distancia académica y emocional, se pueda proceder a evaluar el innegable valor de la aportación de Bolaño a la literatura universal (no solamente a la de lengua española, como se ha visto en los últimos cinco años – aparecen ya reconocimientos públicos de la poderosísima influencia de sus novelas en nuevos autores, como el caso de Rachel Kushner y su novela The Flamethrowers).

He disfrutado mucho de la lectura de Los detectives salvajes, aunque puede que no me haya sentido tan deslumbrado como me ocurrió con la lectura de 2666, allá por 2007, mucho antes de que me decidiera a crear un blog sobre literatura. Como en el caso de La pista de hielo, es impresionante el juego de voces que aparecen en la segunda parte de la novela, la cual constituye el grueso del libro, recogiendo además del testimonio de numerosísimos testigos de las vicisitudes de los dos poetas protagonistas, Ulises Lima y Arturo Belano, innumerables disquisiciones sobre literatura y poesía. Al igual que David Foster Wallace, Bolaño era un soberbio lector: quien quiera dedicar tiempo a buscar el significado de muchos vocablos que aparecen en algunas de esas conversaciones, o más datos sobre los cientos de autores que aparecen nombrados, tenga por seguro que va a necesitar muchas horas.


Son naturalmente interesantes los guiños al lector que crea ese vasto juego de muchas voces narrativas: las contradicciones que se le presentan al lector entre unos y otros testimonios, por ejemplo, o el mismo contraste de sus registros. Una verdadera proeza literaria en una novela que nos recuerda que, a fin de cuentas, todo lo que importa en literatura no es otra cosa que la propia literatura, si bien Bolaño lo hace en Los detectives salvajes de una manera harto alejada de lo convencionalmente literario. Y aunque solo fuera por eso, le quedaremos por siempre agradecidos sus lectores.

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