Kamila Shamsie, A God in Every Stone (Londres: Bloomsbury, 2014). 312 páginas.
Todos los días
aprende uno algo. En mi caso, gracias a la lectura de la última novela de
Kamila Shamsie (de ella ya había leído Burnt
Shadows y Salt
and Saffron) he conocido
el dato histórico de la presencia y participación de soldados indios (o más
específicamente, pastunes) en la I Guerra Mundial. Y curiosamente lo hicieron
por primera vez un día después del desastroso desembarco de tropas australianas,
también al servicio del Imperio, “for King and Country”: el 26 de abril de
1915.
Con este fondo de
entramado histórico Shamsie sitúa pues el inicio de esta historia en Turquía,
concretamente en el yacimiento arqueológico de Labraunda (uno de los
muchísimos, posiblemente miles, yacimientos existentes en el Asia Menor, como
puede constatarse si se realiza un viaje por las carreteras turcas). Allí, una
joven inglesa, Vivian Spencer, participa en las excavaciones a las órdenes de
un arqueólogo de origen armenio llamado Tahsin Bey. Vivian es muy joven y
naturalmente algo ingenua, y apenas puede ocultar su predilección por el
arqueólogo.
Pero la guerra
echará por tierra sus planes de volver con él en otra expedición arqueológica. En
un momento de debilidad ofrece datos sumamente importantes sobre el talante
rebelde de Tahsin Bey a la inteligencia británica. Pero cuando esos datos
terminan en el poder de otros, su suerte está echada. A Tahsin Bey lo asesinan
de un tiro en la cabeza: una carga de culpa que Vivian tendrá que soportar en
su conciencia toda la vida.
Es la guerra
también la causa de que los caminos vitales de Vivian y Qayyum, enrolado como
oficial en el 40 Regimiento Pastún del ejército indio británico y herido en
Ypres, comiencen a cruzarse. Shamsie pone de relieve el altísimo precio que
pagaron estos soldados pastunes, llamados por la metrópolis colonial a una
lucha en tierras muy lejanas, en una guerra que en realidad no era suya. Tras
comportarse como un héroe y recibir heridas que le causan la pérdida de un ojo,
Qayyum es trasladado a Inglaterra, donde el tratamiento médico que recibe es mucho mejor
que el trato social al que se ve sometido.
A los pocos
meses, y tras haber servido brevemente como enfermera, Vivian viaja a Peshawar
con la esperanza de reunirse nuevamente con el armenio y participar en otra
excavación arqueológica. Bey le había señalado un yacimiento próximo a Peshawar
(la antigua Caspatyrus) donde proceder a la búsqueda de la legendaria diadema
de Escílax de Carianda. Allí tropieza con la negativa del dueño de las tierras,
pero mientras espera que cambie de idea traba amistad con un muchachito llamado
Najeeb (el hermano pequeño de Qayyum). Najeeb se convierte en pupilo de la arqueóloga
inglesa: le enseña griego clásico y siembra en él la semilla de la afición por
la arqueología. Cuando la noticia de la muerte de Tahsin Bey le llega por
carta, Vivian regresa a Inglaterra.
Museo de Peshawar - Fotografía de Khalid Mahmood |
La segunda parte
del libro regresa con Vivian a Peshawar en 1930. Najeeb, ya licenciado universitario
y oficial del museo local, la convence para venir a Peshawar a seguir buscando
tesoros enterrados. Su llegada a “la ciudad de las flores” coincide sin embargo
con una ola de desobediencia civil alentada por las acciones no violentas de Gandhi
y Nehru. Qayyum se ha alistado en un ejército sin armas, los Khudai Khidmatgars
(siervos de Dios), manifestantes pacíficos que siguen las enseñanzas del venerable
Khan Abdul Ghaffar Khan. La respuesta de las autoridades británicas fue una
masacre (escabechina que está bien documentada).
Lo que quizás no
sea tan lógico es que los acontecimientos de tiempos tan revueltos y difíciles se
hayan trasladado en la novela en una serie de episodios que no son caóticos pero
sí parecen entrelazados de un modo demasiado tenue. Shamsie abre la trama a
nuevos personajes que aparecen para desaparecer de inmediato. La novela es de repente
un río de aguas turbulentas y alocadas. Es como si Shamsie hubiera querido
adoptar varios puntos de vista narrativos (los de Vivian, Qayyum, Najeeb y
Diwa, una joven de ojos verdes que ayuda a los manifestantes y a Najeeb cuando
resulta herido) en el preciso momento en que los acontecimientos no pueden
estar controlados, y es ahí donde la novela pierde un poco de fuerza.
A God in Every Stone es una narración con una indudable tendencia a la
denuncia política e histórica. El desenlace, con varios hilos argumentales que
no quizás no estén bien ejecutados, es posiblemente lo de menos. Al igual que
en Burnt Shadows, Shamsie cautiva con
su prosa, repleta de simbolismos e imágenes nítidas y palpitantes. Hay una significativa
simetría entre la defensa de la libertad de su pueblo que hace Tahsin Bey y la
posterior rebelión pacífica pastún contra los colonos británicos. La novela se
inicia y se cierra con dos breves episodios de la época del rey persa Darío I,
en 515 BC y 485 BC, con Escílax como protagonista. La idea latente en A God in Every Stone (aunque no
explicitada) es que todos los imperios tienen un final irremediable. Le ocurrió
a Darío y les ocurrió a los ingleses.
Peshawar, situada
en una de las zonas más calientes del
planeta, es la tierra de esos hombres sacrificados por el poder imperial, como Qayuum,
quien nos deja esta reflexión: “Si un hombre ha de morir defendiendo un campo,
que ese campo sea su campo, que esa tierra sea su tierra, que esa gente sea su gente.”(p.
101, mi traducción)