20 may 2015

Reseña, A God in Every Stone, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, A God in Every Stone (Londres: Bloomsbury, 2014). 312 páginas.

Todos los días aprende uno algo. En mi caso, gracias a la lectura de la última novela de Kamila Shamsie (de ella ya había leído Burnt Shadows y Salt and Saffron) he conocido el dato histórico de la presencia y participación de soldados indios (o más específicamente, pastunes) en la I Guerra Mundial. Y curiosamente lo hicieron por primera vez un día después del desastroso desembarco de tropas australianas, también al servicio del Imperio, “for King and Country”: el 26 de abril de 1915.

Con este fondo de entramado histórico Shamsie sitúa pues el inicio de esta historia en Turquía, concretamente en el yacimiento arqueológico de Labraunda (uno de los muchísimos, posiblemente miles, yacimientos existentes en el Asia Menor, como puede constatarse si se realiza un viaje por las carreteras turcas). Allí, una joven inglesa, Vivian Spencer, participa en las excavaciones a las órdenes de un arqueólogo de origen armenio llamado Tahsin Bey. Vivian es muy joven y naturalmente algo ingenua, y apenas puede ocultar su predilección por el arqueólogo.

Pero la guerra echará por tierra sus planes de volver con él en otra expedición arqueológica. En un momento de debilidad ofrece datos sumamente importantes sobre el talante rebelde de Tahsin Bey a la inteligencia británica. Pero cuando esos datos terminan en el poder de otros, su suerte está echada. A Tahsin Bey lo asesinan de un tiro en la cabeza: una carga de culpa que Vivian tendrá que soportar en su conciencia toda la vida.

Es la guerra también la causa de que los caminos vitales de Vivian y Qayyum, enrolado como oficial en el 40 Regimiento Pastún del ejército indio británico y herido en Ypres, comiencen a cruzarse. Shamsie pone de relieve el altísimo precio que pagaron estos soldados pastunes, llamados por la metrópolis colonial a una lucha en tierras muy lejanas, en una guerra que en realidad no era suya. Tras comportarse como un héroe y recibir heridas que le causan la pérdida de un ojo, Qayyum es trasladado a Inglaterra, donde el tratamiento médico que recibe es mucho mejor que el trato social al que se ve sometido.

A los pocos meses, y tras haber servido brevemente como enfermera, Vivian viaja a Peshawar con la esperanza de reunirse nuevamente con el armenio y participar en otra excavación arqueológica. Bey le había señalado un yacimiento próximo a Peshawar (la antigua Caspatyrus) donde proceder a la búsqueda de la legendaria diadema de Escílax de Carianda. Allí tropieza con la negativa del dueño de las tierras, pero mientras espera que cambie de idea traba amistad con un muchachito llamado Najeeb (el hermano pequeño de Qayyum). Najeeb se convierte en pupilo de la arqueóloga inglesa: le enseña griego clásico y siembra en él la semilla de la afición por la arqueología. Cuando la noticia de la muerte de Tahsin Bey le llega por carta, Vivian regresa a Inglaterra.

Museo de Peshawar - Fotografía de Khalid Mahmood
La segunda parte del libro regresa con Vivian a Peshawar en 1930. Najeeb, ya licenciado universitario y oficial del museo local, la convence para venir a Peshawar a seguir buscando tesoros enterrados. Su llegada a “la ciudad de las flores” coincide sin embargo con una ola de desobediencia civil alentada por las acciones no violentas de Gandhi y Nehru. Qayyum se ha alistado en un ejército sin armas, los Khudai Khidmatgars (siervos de Dios), manifestantes pacíficos que siguen las enseñanzas del venerable Khan Abdul Ghaffar Khan. La respuesta de las autoridades británicas fue una masacre (escabechina que está bien documentada).

Lo que quizás no sea tan lógico es que los acontecimientos de tiempos tan revueltos y difíciles se hayan trasladado en la novela en una serie de episodios que no son caóticos pero sí parecen entrelazados de un modo demasiado tenue. Shamsie abre la trama a nuevos personajes que aparecen para desaparecer de inmediato. La novela es de repente un río de aguas turbulentas y alocadas. Es como si Shamsie hubiera querido adoptar varios puntos de vista narrativos (los de Vivian, Qayyum, Najeeb y Diwa, una joven de ojos verdes que ayuda a los manifestantes y a Najeeb cuando resulta herido) en el preciso momento en que los acontecimientos no pueden estar controlados, y es ahí donde la novela pierde un poco de fuerza.

A God in Every Stone es una narración con una indudable tendencia a la denuncia política e histórica. El desenlace, con varios hilos argumentales que no quizás no estén bien ejecutados, es posiblemente lo de menos. Al igual que en Burnt Shadows, Shamsie cautiva con su prosa, repleta de simbolismos e imágenes nítidas y palpitantes. Hay una significativa simetría entre la defensa de la libertad de su pueblo que hace Tahsin Bey y la posterior rebelión pacífica pastún contra los colonos británicos. La novela se inicia y se cierra con dos breves episodios de la época del rey persa Darío I, en 515 BC y 485 BC, con Escílax como protagonista. La idea latente en A God in Every Stone (aunque no explicitada) es que todos los imperios tienen un final irremediable. Le ocurrió a Darío y les ocurrió a los ingleses.

Peshawar, situada en una de las zonas más calientes del planeta, es la tierra de esos hombres sacrificados por el poder imperial, como Qayuum, quien nos deja esta reflexión: “Si un hombre ha de morir defendiendo un campo, que ese campo sea su campo, que esa tierra sea su tierra, que esa gente sea su gente.”(p. 101, mi traducción)

16 may 2015

Reseña: Springtime, de Michelle de Kretser

Michelle de Kretser, Springtime (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 85 páginas.

¿Cómo puede adaptarse el cuento de fantasmas de nuestros días a las nuevas tendencias de la literatura en el siglo XXI? ¿Qué características deberá descartar un autor de las que tradicionalmente se han adscrito al género, y cuáles deberán retenerse o transformarse? El tiempo, sin duda alguna, dará las respuestas oportunas, pero por ahora los lectores tendremos que contentarnos con leer nuevas propuestas y decidir qué nos gusta y qué no.

La lectura de la nouvelle más reciente de Michelle de Kretser me recuerda hasta qué punto las narraciones góticas de horror e imaginación de Edgar Allan Poe demostraron poseer un muy alto nivel de innovación para su época, el siglo XIX. Springtime, sin embargo, no tiene nada de gótico; muy al contrario. El sol deslumbra y titila en el Río Cook de Sydney mientras la protagonista, Frances, pasea a su asustadizo perro Rod por los barrios del área occidental de la capital de Nueva Gales del Sur siempre que no está entregada a la escritura de su tesis doctoral, que trata de los objetos retratados en la pintura francesa del siglo XVIII.

Frances se ha mudado recientemente desde Melbourne para vivir con Charlie. El traslado (naturalmente) da lugar a conversaciones del tipo que solamente gente de Melbourne o Sydney pensarían que vale la pena tener:

“Una de las cosas que le habían dicho en Melbourne cuando anunció que se mudaba a Sydney fue, Echarás de menos los parques. Otros comentarios incluían: Allí no hay buenas librerías. Y, ¿qué harás para comer bien?” (p. 1, mi traducción)

Charlie estuvo casado anteriormente, y tiene un hijo, Luke, quien parece disfrutar atormentando a Rod cuando viene de Melbourne a visitar a su padre. De Kretser es una muy hábil narradora (véanse Questions of Travel, ganadora del Premio Miles Franklin y candidata al Man Booker, o The Lost Dog), en la mezcla de detalles visuales y las insinuaciones que deja caer para ayudar al lector de manera gradual a que saque sus propias conclusiones: ‘El niño pataleaba el suelo o chasqueaba la lengua para atraer a Rod, mientras observaba todo el tiempo a Frances con el rabillo del ojo – picaramente, pensaba ella. Al final, resultaba más fácil sacar a Rod al jardín.’ (p. 38, mi traducción)

Es durante uno de esos paseos con el perro por el caprichoso diseño de las calles de Sydney que cuando Frances se asusta por primera vez con lo que ella cree que es una vieja señora que lleva un vestido rosáceo y un sombrero de ala ancha, acompañada de un bull terrier que solamente ella puede ver.

“[Las] visiones parciales, los falsos encuentros, se repitieron a intervalos a lo largo de semanas. Un día, mientras pasaba de largo cerca de la mujer y su perro, Frances se dio cuenta de que cada vez que los veía a los dos, estaba ella sola en el sendero.” (p. 11, mi traducción)

Al igual que en Questions of Travel, la prosa de De Kretser es frugal y avanza a un ritmo relajado: atrapa lo esencial en pocas palabras y las sirve tal si fueran canapés en taquitos en una fiesta o una recepción. De esta manera tan solvente se narra la presentación propia de un personaje secundario en una velada:

“Tim – músculos y loción de afeitado – repartía tarjetas: Tim Prescott, Creador. Organizaba lanzamientos de productos, les explicó, «todo, desde el concepto a los resultados de una comunicación creativa».” (p. 26, mi traducción)

Mas será en otra cena distinta a la que acuden Frances y Charlie donde se situará la escena para que ella revele el episodio del avistamiento de un fantasma. Después Frances tratará de minimizar las consecuencias que su historia tiene no solo sobre Charlie sino también en los otros comensales, pero de Kretser da a entender que el desacuerdo resultante entre ambos pudiera causar mayores problemas en su relación, la cual atraviesa ya por ciertas turbulencias por causa del errático comportamiento en el teléfono de la exesposa de Charlie.

Cabe imaginar que en nuestra avanzada era de la tecnología de la información escribir los más tradicionales cuentos de fantasmas. Springtime no obstante negocia con éxito los límites que caracterizan el género. Aun siendo un episodio significativo en la narración, la visión del fantasma no parece ser en ningún momento el factor más importante en la transformación de Frances. Cuando Charlie le exige que explique por qué no había dicho nada de la visión sobrenatural, ella rápidamente descarta la posibilidad de que fuera un espectro:

Los fantasmas requerían calma y la aplicación de la lógica. «No me digas lo que sientes, dime lo que piensas…» Las investigaciones realizadas en condiciones científicas habían demostrado que los fantasmas son solamente un olor que desataba el miedo en el cerebro. (p. 59, mi traducción)

Lo que apenas un párrafo antes de manera sarcástica (y autorreferencial) se llama “el resultado de una comunicación creativa” se convierte en un tema todavía más acuciante. Una taimada  Frances planeará una visita en solitario a la casa donde cree que ha visto el fantasma, para poder dar validez a sus impresiones iniciales. Lo que le muestran en la casa debería poner punto final a sus discusiones. ¿Pero lo hará de verdad?

Springtime es una curiosa historia sobre una joven que se muda de ciudad, un librito muy breve en el que abundan la ironía y la sutileza, y con un desenlace sorprendente como colofón. Trata, algo de refilón, de la no permanencia de los seres humanos en este mundo tras su muerte, pero el tema fundamental es de qué manera tan aparentemente imperceptible cambian nuestros sentimientos y emociones a lo largo de los años. Aunque esas personas por las que solíamos tener sentimientos tan intensos ya no están – o  nos las sentimos – tan cercanas, no es menos cierto que han dejado su marca imborrable.

Springtime lo ha publicado Allen & Unwin de forma exquisita en tapa dura, e incluye unos cuantos grabados en color, sumamente atractivos, del fotógrafo Torkil Gudnason. Es el tipo de generosidad que se ha vuelto cada vez más rara en el mundo editorial, de modo que quizás debiéramos agradecerlo.

Esta es la versión en castellano de la reseña publicada originalmente en inglés en Transnational Literature. Puedes leer el texto en inglés aquí.

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