Un paseo por la calle principal de Campbell Town, Tasmania, puede resultar muy instructivo. A lo largo de las dos aceras el visitante puede encontrar una larguísima hilera de ladrillos rojizos incrustados en el asfalto. Cada uno de esos ladrillos recoge el nombre, barco de transporte y año, razón por la que fue transportado y un dato biográfico sobre alguno de los muchísimos convictos que fueron trasladados a la isla en la primera mitad del siglo XIX.
En el paseo, si el visitante se detiene y lee con atención las leyendas grabadas en los ladrillos, puede adivinar terribles historias de pobreza e injusticia. Para empezar, llama la atención la muy corta edad de la mayoría de los convictos, muchos de ellos menores de edad, y que pese a ello fueron separados de sus familias y enviados a la otra punta del mundo por haber hurtado cualquier cosa.
El segundo dato que debiera atraer la atención del visitante es la predominancia de apellidos irlandeses entre los reos. ¿Se escondía una estrategia de carácter étnico tras la política penitenciaria británica?
Uno de tantísimos irlandeses, un tal John (Red) Kelly, llegó a Tasmania en 1840, condenado a siete años por haber robado 3 cerditos. Años después tendría a su primer hijo varón, un tal Ned Kelly.