Chad Harbach, The Art of Fielding (Nueva York: Little, Brown & Co, 2011). 512 páginas.
No entiendo de
béisbol, a pesar de que hace la tira de años parece que realicé un fantástico catch en un improvisado partido en el
descampado del barrio en el que crecí. Nunca he sentido interés alguno por
descubrir los secretos de este deporte y no creo que vaya a hacerlo ahora. Y
desde luego, esta novela de Harbach (su primera y única hasta la fecha) no me
ha hecho cambiar de parecer.
Henry
Skrimshander es un joven con talento para el béisbol, lo cual le consigue una
beca para estudiar en una pequeña universidad en las orillas de uno de los
Grandes Lagos. El ojeador que lo ficha para el equipo de Westish College, Mike
Schwartz, tiene dotes de liderazgo y sabe cómo convencer a cualquiera de que
puede alcanzar sus objetivos y hacer realidad sus sueños. Si fuera así de
fácil…
The Catcher in the... Red. Fotografía de Rick Dikeman. |
Comienza la
temporada, los Harpooners de Westish (el nombre del equipo es un homenaje al
autor de Moby Dick) se convierten en el equipo a batir, y Henry se convierte en
una seria promesa que atraerá a los equipos profesionales. Pronto iguala el récord de una leyenda (ficticia) del béisbol, Aparicio Rodriguez. Todo lo bueno
llega a su fin, y en el siguiente partido comete un error. La desdicha es
todavía mayor porque la pelota se estrella en la cara de su compañero de
habitación, Owen.
Owen es el objeto
de los afectos del Presidente de la Universidad, Affenlight, quien a los 60
años descubre de pronto que un mulato gay inteligente como Owen puede resultarle muy
atractivo. Tras el accidente, Affenlight le visita en el hospital y le dedica
toda su atención. Incluso le lee poemas de Whitman.
En esas estaba
Affenlight cuando su hija Pella decide dejar a su esposo en California y
venirse a Westish. Otra complicación más resulta del hecho de que Schwartzy
(¿Estaré empezando a cogerles cariño a todos estos personajes?) se lía con
Pella.
Algunos lanzadores alcanzan velocidades superiores a las 90 millas por hora. Mejor no ponerse en medio... Fotografía de Antonio Vernon. |
Pero volvamos al
campo de béisbol, en el que Henry (Skrimmer para los amigos) lamentablemente
comienza a perder la confianza en sí mismo. Schwartz no sabe cómo ayudarle, y
además el pobre bastante tiene ya con sus problemas de adicción a analgésicos y otras
drogas variadas. Y la guinda la pone Pella cuando se enfada con él y lo deja
solo en la cama.
¿Podrá Henry
superar su maltrecho estado emocional y ayudar a los Harpooners a conquistar un
título que la Universidad nunca ha logrado en su historia? ¿Llegará a ser algo
más que un affaire clandestino los
coqueteos entre Owen y el Rector Affenlight? ¿Volverá Pella con su marido el
arquitecto, o se quedará en Westish a lavar platos en el refectorio estudiantil?
Las respuestas a todas estas preguntas están en las 512 páginas de The Art of Fielding.
Best-seller instantáneo en el año de su publicación (vete tú
a saber por qué, pero eso es lo que ocurre con demasiada frecuencia en los
Estados Unidos con libros similares a éste, o a California de Edan Lepucki, por poner otro
ejemplo todavía más evidente), esta novela bien pudiera servir de muestra para
justificar la posición que el bloguero Antonio Priante defendía hace unas
semanas en el post Por qué ya no leo novelas.
No es que yo esté
de acuerdo con Antonio (que no lo estoy: sigo leyendo novelas). Lo cierto es
que The Art of Fielding se me ha
hecho larguísima, a ratos incluso un poquito anodina, y es del todo inverosímil.
No es que esté mal escrita (la prosa de Harbach tiene algo de ritmo, sin ser
extraordinaria). Sencillamente, leerla no me ha resultado una experiencia
inolvidable porque no aborda tema alguno con un mínimo de profundidad. Como
lector, espero y exijo algo más de un libro.