30 oct 2012

Reseña: Ransom, de David Malouf


David Malouf, Ransom (North Sydney: Random House, 2009). 224 páginas.


Recientemente, durante las vacaciones escolares del tercer trimestre, uno de mis mellizos empleó varias tardes en confeccionar sus propios cromos de Pokemon, y luego convenció a su madre para que se los plastificara. El episodio me hizo recordar que, cuando yo tenía su edad, también me hice mis propios ‘cromos’ de los personajes de la Ilíada tras leer una edición adaptada de un tomo de la editorial Everest publicado en 1971, titulado Grandes Epopeyas (incluye cuatro de éstas: Ilíada, Odisea, Eneida y Batracomiomaquia), el cual todavía conservo con la esperanza de que mis hijos lo lean. Durante varias semanas, quizás meses, recrear las luchas entre aqueos y troyanos de la gran epopeya de Homero fue mi pasatiempo favorito.




No me cabe ninguna duda de que Homero capturó mi imaginación, y que logró plantar unas cuantas semillas del amor por la literatura que cuarenta años más tarde sigue creciendo, como uno de esos eucaliptos centenarios que custodian como vigías impertérritos las planicies de estas tierras Ngunnawal. En todo caso, nunca deja de sorprendernos lo mucho que nuestros descendientes tienen de nosotros mismos.

Ransom, la última novela del australiano David Malouf, también explora en cierto modo la relación entre padres e hijos, aunque la perspectiva es muy diferente, y el tratamiento del tema es, en una sola palabra, exquisito. Malouf adopta únicamente el material de la inmortal épica de Homero que le interesa – no menciona la causa de la guerra, Helena, para nada – y en ese sentido, el autor cuenta con que el lector ya debe ser conocedor de la Ilíada.

No creo que sea inusual que la frase que cierra un libro nos haga volver a él, a repensar nuestra lectura o a releer el texto a la luz que esa idea final haya prendido en nuestro campo de visión como lectores. Eso es exactamente lo que me ha sucedido con Ransom. Malouf concluye la novela en el personaje del carretero Somax, y hace referencia a su mula Beauty (Belleza): “[Somax] destacaba sobre todo porque era el propietario de una pequeña mula negra, a la que todavía recuerdan en esta parte del país, y de la cual todavía se habla mucho. Una criatura encantadora, elegante, de ojos grandes, obedecía al nombre de Belleza – a decir verdad muy apropiado, según parece, lo cual no siempre es el caso.”

Malouf sitúa el comienzo de Ransom tras la muerte de Patroclo; la guerra de Troya persiste, Aquiles sigue reñido con Agamenón; inconsolable y presa de una ira incontenible, Aquiles mata a Héctor; pero su muerte no consigue aplacar su cólera, y el hijo de Tetis retiene el cadáver de Héctor y lo ultraja día tras día. Desde las murallas de Troya, Príamo y Hécuba asisten impotentes al atroz cuadro. El rey troyano decide actuar y entregar un rescate para recuperar el cuerpo de su hijo.

Pero Malouf hace de Ransom algo más que una historia. Por momentos, esta nouvelle parece más un poema en prosa. Dejando de lado el (posiblemente) excesivamente largo diálogo entre Príamo y la reina Hécuba, Ransom es una vistosísima obra escrita en una prosa sobria, sencilla, natural. Es una historia conmovedora, poderosísima por varias razones. En primer lugar, porque es una narración sobre la dignidad y la piedad humanas.

Es, en segundo lugar, una narración llena de sutileza y de ternura: los dos personajes centrales son dos hombres viejos. Uno es el rey Príamo, que decide apostar por llevar a cabo lo impensable para un hombre de su rango y poder como último recurso para rescatar a su hijo muerto. Por su parte, Somax, el carretero, actúa de contrapunto humano, y como Sancho con Alonso Quijano, protege a su amo y le cuenta historias mundanas e intrascendentes que sin embargo cautivan al monarca, siempre apartado de la realidad, de la cotidianidad de los menos favorecidos.

No obstante todo lo anterior, puede que sea un tercer tema el primordial, un tema subyacente y menos obvio, pero que resalta por la fuerza poética de las palabras de Malouf: la estética del mundo, la belleza que puede hallarse en las pequeñas cosas que nos rodean, aun en el marco de una guerra violenta y sanguinaria.

Porque la belleza también estriba en el cambio de actitud que Aquiles experimenta cuando, atónito, ve a Príamo postrado ante él, suplicándole. Es la belleza del progreso moral del ser humano. Porque una forma de belleza distinta surge ante nuestros ojos cuando el carretero le describe a su acompañante el rey Príamo a su nieta, una chiquilla de cuatro años, su única descendiente viva. Porque hay también belleza en la descripción que Somax hace de los pastelillos que prepara su nuera, a quien Malouf le da un tono jovial, en un registro universal, el del hombre sencillo del campo.

La belleza adopta muchas formas, pero las más expresivas suelen ser las más sencillas, las más humildes. Así, Príamo rechaza la suntuosidad de una carroza señorial, y exige que le busquen un carro humilde. Los miembros del séquito encuentran a Somax en el mercado, quien alquila su carro, tirado por dos mulas, una de ellas tan bonita que enamora a todo el que la ve. Ransom tiene muchísimos pasajes de una belleza imponderable, tanto por su rico lenguaje musical, lírico pero nada ostentoso, como por el delicado y sencillo tratamiento con el que Malouf dispensa a los personajes y al mito épico de Homero.

A quien todavía guste de los mitos clásicos, esta bella novela de Malouf le debería llevar muy poco tiempo leerla. Es difícil soltarla, pues se trata de una auténtica gozada literaria. La recomiendo encarecidamente.

25 oct 2012

Reseña: El comienzo de la primavera, de Patricio Pron


Patricio Pron, El comienzo de la primavera (Barcelona, Mondadori, 2008). 247 páginas.

En la página 185 de El comienzo de la primavera, el narrador omnisciente apunta que “Si Dios es un narrador, pensó Martínez, seguramente es uno pésimo, ya que mezcla los datos, desordena encadenamientos de hechos que de otra manera resultarían comprensibles a primera vista. Un maniático jugador de crucigramas, se dijo”.

Para todo aquel que aspire a ordenar lo que entienda como realidad (tan caótica como es, que nadie lo dude) y otorgarle visos de verdad, esta novela del argentino Patricio Pron no es nada recomendable. Si ese Ser Supremo (o lo que sea, cada cual que crea en lo que quiera – allá cada cual) es un aficionado a los juegos y cruza los datos de forma aleatoria, podríamos decir que tratar de darle sentido al caos es un tarea fútil. Que lo es. Por suerte, Pron no es ese pésimo narrador, ni mucho menos.

Martínez es un traductor argentino que se ha emperrado en hablar con un oscuro filósofo alemán llamado Hollenbach, autor en su juventud académica de una obra titulada Betrachtungen der Ungewissheit (Reflexiones sobre la incertidumbre), y que Martínez quiere traducir al castellano. Toma clases de alemán en Buenos Aires que devienen en una relación sexual con su profesora, y a pesar de recibir tres cartas de Hollenbach que buscan disuadirlo, Martínez se sube a un avión y acude a Alemania. Pero cuando llega a Heidelberg, Hollenbach parece haber desaparecido de la faz de la tierra. Su paradero es un enigma, y las pistas que personas que dicen haber conocido al filósofo son, en el mejor de los casos, vagas, y en el peor, falsas. ¿Quién le está tomando el pelo a Martínez?

Dejando de lado el (supuestamente) laberintico argumento en clave detectivesco de esta novela, con sus indudables guiños a Roberto Bolaño, Pron deleita a mi parecer al lector con una novela de la cual podría argüirse que el tema es la estructura. O dicho con otras palabras: la estructura narrativa se erige por encima del conjunto, se superpone a todos los demás elementos temáticos (la concepción de la Historia como una suma de discontinuidades en vez de una serie continua de eventos, o el asunto de la mentalidad culpable en la sociedad alemana de fines de siglo, entre otros), lima sus aristas y suaviza ángulos inverosímiles hasta integrar todo lo anterior en una narración extraordinaria, singular y cautivadora.

Contraponiéndose al periplo del joven argentino, que viaja de ciudad en ciudad y va de encuentro en encuentro con personajes a cada cual más enigmático y displicente (el relato de las dos incursiones ilícitas en el edificio de la Facultad de Filosofia en Heidelberg y de sus dos encuentros con el alcohólico Hausmeister es fascinante), hay otro eje argumental situado en el pasado, antes de la Segunda Guerra Mundial, una especie de espejo narrativo que Pron utiliza con maestría, haciendo avanzar las dos tramas – es decir, las dos historias – hacia un punto de conexión final. Es una arriesgada estrategia narrativa, pero da unos muy buenos resultados.

Habrá lectores a los que la propuesta de Pron no les satisfaga un ápice. Habrá quien ponga objeciones a su estilo de largas oraciones interrumpidas a veces por aparentemente ilógicos paréntesis, o la interposición de eventos secundarios en mitad de la narración de algún episodio clave. Nunca llueve a gusto de todos.

El pasado es resbaladizo, como ese lago helado que describe la mujer de Hollenbach; cuando en él se abre un agujero, se nos revela la inmundicia que hay debajo de esa superficie, ese espejo que no nos permite ver lo que hay detrás. El lago se deshiela y se vuelve a helar año tras año: lo que viene a confirmar y a reforzar esa extraña idea, la discontinuidad de la historia/Historia.

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