11 mar 2016

Reseña: Something Special, Something Rare, de VV.AA.

Varias autoras, Something Special, Something Rare (Collingwood: Black Inc., 2015). 245 páginas.

Cuando allá a finales de 2012 redacté una breve nota titulada ‘Premios feminizados’ en Hermano Cerdo, señalaba algo muy obvio: el hecho de que crear premios literarios exclusivos para autoras no iba a significar de forma automática que la literatura producida por esas autoras fuera a ser mejor (o peor) que la escrita por sus colegas masculinos. El fenómeno trataba simplemente de poner el foco (dotado de un considerable valor crematístico) en la literatura creada por mujeres.

Y así, resulta que en 2015 la editorial Black Inc., radicada en Melbourne, decide sacar un volumen recopilatorio de cuentos de autoras australianas. Lo curioso de este volumen, dejando de lado la indudable calidad de la mayoría de las narraciones que lo integran, es que la editorial lo publica a pelo: no hay ninguna introducción ni prefacio ni nada. Tampoco se menciona el nombre o nombres de la persona o personas que realizaron la selección. Una selección, por otra parte, que jugaba sobre seguro: todos los cuentos de Something Special, Something Rare ya habían sido publicados con anterioridad, algunos en revistas y otros en antologías.

Algunas de las firmas son ya autoras consagradas y han publicado libros de mucho éxito, al menos en Australia. Por ejemplo, Kate Grenville, que abre el libro con ‘Bushfire’, un afable relato de corte romántico cuya protagonista es una maestra de mediana edad en un arquetípico entorno rural australiano. O Fiona McFarlane con ‘The Movie People’, cuyos cuentos han venido apareciendo en The New Yorker a lo largo de los últimos años. Otras son menos conocidas, pero no por ello suscitan menos interés.

Otro aspecto inusual de esta valiosa colección tampoco tiene un hilo temático común. Más bien todo lo contrario. Hay que añadir asimismo que los cuentos que recopila este volumen abarcan más de una década. ‘The Intimacy of a Table’, de Delia Falconer, el ya mencionado de Grenville y ‘La Moustiquaire’ de Gillian Mears se publicaron por primera vez en 2001.

Es por supuesto bastante difícil señalar un cuento en particular que destaque en el volumen, y toda selección será naturalmente subjetiva. En todo caso, he aquí mi selección de la selección:

1) ‘Lebanon’, de Favel Parrett (cuyanovela Past the Shallows reseñé hacepoco más de tres años) es un relato muy corto, narrado en primera persona, que plasma un momento crucial en el desarrollo personal de una joven de Hobart. Podrás leer mi traducción al castellano en Hermano Cerdo muy pronto.

Favel Parrett. Fotografía tomada de www.wheelercentre.com 
2) ‘The Movie People’, de Fiona McFarlane, es un divertido relato que roza el absurdo, en el que los habitantes de un pueblito, incapaces de superar la partida del equipo y el elenco de una película, asumen en sus vidas reales los papeles de los personajes de la película en la que participaron como extras.

3) ‘A Chinese Affair’, de Isabelle Li, se centra en la doble vida de una emigrante de ascendencia china, casada con un hombre mucho mayor que ella, y la imposibilidad de mantener en secreto esa doble vida que lleva en alguna ciudad de Australia no identificada.
4) ‘Honeymoon’, de Charlotte Wood, cuenta visceralmente el cambio de actitud frente al marido y las muy íntimas sensaciones que tiene una joven recién casada durante la luna de miel.

Isabelle Li. Fotografa procedente de su propio sitio web
Y 5) ‘Flicking the Flint’, de Anna Krien, un perturbador relato en torno a un padre tiránico, una madre acobardada y un chico tímido en una escuela rural, y de cómo la amistad entre el chico y una joven maestra es aniquilada de la noche a la mañana por la intransigencia, la violencia y la ignorancia del padre.

Otros cuentos destacables son ‘The Meaning of Life’, de Mandy Sayer (de quien no había leído nada desde 1996, con The Cross); ‘Forging Friendship’, de Karen Hitchcock, una ironico relato sobre la amistad en los tiempos de Facebook, y ‘Letter to A’, de Alice Pung, una conmovedora historia sobre un joven hijo de emigrantes y las dificultades de abrirse un camino y labrarse un futuro cuando el presente no parece presentar salida alguna.


El valor intrínseco de Something Special, Something Rare estriba en la literatura recogida en esta antología. Los relatos indagan en la experiencia de personas muy diferentes, en disparejos entornos sociales y geográficos. Es una prueba fehaciente de que el estado reciente de salud de la narrativa australiana escrita por mujeres es bueno, si no excelente.

5 mar 2016

Reseña: The Flamethrowers, de Rachel Kushner

Rachel Kushner, The Flamethrowers (Nueva York: Scribner, 2013). 384 páginas.
Tenemos un piano en casa, en el que mi mujer toca algún que otro vals y otras piezas de tono más bien melancólico, que es el que nos va. Hace unas semanas busqué en internet la partitura de ‘Perfect Day’ para que la interprete y así me alegre un poquito la tarde, incluso aunque a ella le resulte bastante difícil y se atasque a veces. Esto viene a cuento de que en la página 268 de The Flamethrowers, Kushner menciona este temazo de Lou Reed como la música que emite la radio clandestina tras un comunicado desde la casa a la que ha llegado la protagonista en compañía de Gianni, tras la traición de su novio Sandro. Puedes ponerte la música como acompañamiento, si es que te decides a invertir un par de minutos de tu tiempo en seguir leyendo.


Las desmedidas alabanzas que recibió esta novela (la segunda de Kushner; Telex from Cuba, la primera, todavía no ha caído entre mis manos) son precisamente eso: desmedidas. Es ciertamente una narración inusual, bastante disimilar de lo acostumbrado en los EE.UU., pero para mi gusto está una pizca deslavazada en el arranque. Me costó horrores conectar con la novela (no con la trama, que no es en absoluto enrevesada).

Una joven de Nevada (Reno funciona como apodo de la protagonista) con aspiraciones artísticas se traslada a Nueva York. El verdadero arte, nos dice, entraña riesgos. Hacer amigos en la Gran Manzana no es tan fácil, y Reno aprovecha la más mínima oportunidad para acercarse a los círculos y grupos de artistas más en boga. Entre ellos está un italiano casi dos décadas mayor que ella, un tal Sandro Valera, rico heredero de una ficticia famiglia propietaria de una enorme fábrica de neumáticos y motocicletas. Sandro le consigue una moto a Reno para que pueda correr en las salinas de Bonneville y luego fotografiar los dibujos que deje la moto en la blanquísima superficie de las salinas. ¿Arte terrestre?

Las planicies salinas de Bonneville. Fotografía de Famartin.
Reno tiene un fuerte accidente en Nevada del que sale mayormente indemne. Destroza la moto, pero el equipo Valera le ofrece la oportunidad de batir el record de velocidad femenino con el coche de Didi, el piloto profesional. Meses después surge la posibilidad de viajar a Italia para promocionar el coche y la marca Valera, y allí que se va Reno con Sandro. La recepción por parte de la familia Valera es más bien fría cuando no abiertamente grosera. Cuando por pura casualidad descubre que Sandro no quiere evitar ser el estereotípico machito italiano infiel, Reno huye a Roma en compañía de uno de los empleados de la familia, Gianni. En Roma se une a un grupo activista y participa en las marchas de protesta anticapitalista, pero en las consabidas carreras huyendo de los antidisturbios pierde su cámara, y todo propósito que pudiera haber tenido el viaje a Italia se desvanece. ¿Qué busca Reno? Posiblemente ni ella misma lo sepa.

Kushner combina lo histórico con lo inventado. La firma Valera bien podría estar inspirada en la famosísima Laverda, una marca histórica prácticamente desaparecida pero que recuerdan muy bien nostálgicos moteros como mi amigo Glenn, propietario de una moto Guzzi. El armazón histórico le permite a Kushner dotar su ficción de verosimilitud y un sabor a autenticidad. Así, el primer capítulo nos lleva al frente de la I Guerra Mundial, donde el patriarca Valera mata a un soldado alemán con el faro de una motocicleta.

¿650 cc de puro fuego? Or a coffin on wheels? Fotografía de Mike Schinkel. 
La trama está sólidamente apuntalada con unos personajes secundarios a cada cual más curioso. La mayoría dan muchísimo juego y generalmente (no siempre) ayudan a mantener el ritmo de la novela. Por ejemplo, Giddle, la camarera amiga de Reno, que aun albergando aspiraciones artísticas busca deliberadamente el anonimato, la insignificancia. O el artista amigo de Sandro, Ronnie Fontaine, quizás el más enigmático, con quien Reno pasa una noche de tragos y locuras en la compañía de otra pareja. O el siniestro Burdmoore Model, que fue líder de los Motherfuckers, un grupo anarquista, justiciero y criminal de Nueva York, en compañía de un cubano que se hacía llamar Fah-Q. Muchos de los personajes tienen alguna historia que contar: algunas son mejores que otras, pero llenan en todo caso las páginas. En todos los escenarios, presente aunque a un tiempo algo apartada de todo, está Reno. Es una narradora bastante pasiva: guarda un irónico silencio en las cenas en las que los artistas fanfarronean e interpretan la conocida bufonada que caracteriza a muchos de ellos en público.

Y la verdad es que tampoco en Italia se suelta Reno, pese a que asegura hablar el idioma con cierta fluidez. Más bien se limita a escuchar y tragar los dardos envenenados e insultos del hermano de Sandro, Roberto Valera, y de Mamma Varela. En ese sentido, pareciera ser más antiheroína que figura fundamental de la novela.

En mi opinión, The Flamethrowers busca abarcar mucho más de lo que puede controlar con solidez: las referencias históricas a la Gran Guerra, el futurismo italiano, el fascismo de Mussolini, la esclavitud encubierta de los indígenas en las explotaciones caucheras en el Brasil de la posguerra, las revueltas de la Italia de los 70 y la guerrilla urbana de las Brigatti Rossi, la misoginia más descarnada, la escena artística en los tiempos de Warhol y Ginsberg. Una mezcolanza informe, un batido de ideas políticas, artísticas y socioculturales sin que nadie le aplique el necesario control. Son demasiadas las nueces que se juntan para producir un extraño ruido, por muy elegante y bien escrito que esté (que lo está: Kushner tiene el don de la palabra justa, y produce evocativos pasajes rebosantes de lirismo). 

The Flamethrowers se publicó en castellano en 2014 en Galaxia Gutenberg, bajo el título de Los lanzallamas, en traducción de Amelia Pérez de Villar.

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