15 abr 2018

Reseña: La quimera del Hombre Tanque, de Víctor Sombra

Víctor Sombra, La quimera del Hombre Tanque (Barcelona: Penguin Random House, 2017). 222 páginas.
(Vaya por delante mi agradecimiento al autor por enviarme un ejemplar de su novela, y costear ese envío de su propio bolsillo.)

Pocas imágenes definen mejor las postrimerías del siglo XX que la del famosísimo video de ese solitario manifestante en la Plaza Tiananmen en Beijing el día 5 de junio de 1989, quien, cargado con una bolsa de plástico en cada mano, se enzarzó en un desafiante baile con la columna de tanques del Ejército Rojo.

El Hombre Tanque, emblemático mural en las calles de Colonia. Fotografía de Raimond Spekking.
La identidad de esa retadora persona sigue siendo un misterio. Tanto en las artes plásticas como en el arte de las palabras el llamado Hombre Tanque se ha vuelto a hacer presente. Estatuas, murales, camisetas y libros han rendido homenaje a este anónimo defensor de los derechos humanos. Steve Erickson, por ejemplo, lo hacía emerger como líder de un movimiento de resistencia en su fascinante Our Ecstatic Days (2005).

En La quimera del Hombre Tanque, Víctor Sombra sitúa a ese joven chino, al que todos llaman Rana, exiliado en 2014 en Azerbaiyán y regentando un tugurio de mala muerte. Durry, un agente secreto chino criado en Surry Hills (Sydney), recibe el encargo de encontrarlo y preparar el reencuentro de Rana con el comandante del tanque al que hizo parar tantas veces en las inmediaciones de Tiananmen. La idea es grabar ese reencuentro en un video que escenifique la reconciliación de los que el régimen del PCCh aplastó en 1989 con los dirigentes contemporáneos de China, estos mismos que han hecho del capitalismo marxista (¿Para qué quiere usted otras libertades si tiene a su alcance la libertad de consumir todo lo que quiera?) la ideología triunfante en esta segunda década del siglo XXI. Y naturalmente, ese reencuentro habrá de grabarse con un teléfono móvil. Faltaría más.

Mas la escenificación se convierte más en encontronazo que encuentro. El militar se niega en última instancia a participar y la desconfianza general se impone. Rana huye y Durry recibe la orden de poner a fin a todo el proyecto, acompañado por una atractiva, aunque muy calculadora, joven agente de los servicios secretos chinos.

La quimera del Hombre Tanque es, desde un punto de vista meramente formal, un thriller cuya inconclusa resolución deja un buen gusto de boca. La virtud de Sombra es esconder bajo esa capa de trama de agentes secretos un importante debate de ideas que, sobre el armazón de una ficción histórica, resulta urgente, si no imprescindible. Al situar la novela en Azerbaiyán, en las orillas del Mar Caspio y sus pozos petrolíferos, Sombra apunta sus dardos en dirección a los males que aquejan a la sociedad globalizada de nuestros días: el yihadismo violento, tan pueril en sus fundamentos y justificaciones, la destrucción del planeta y la insostenibilidad del modelo productivo imperante, la incapacidad e insolvencia moral de la democracia liberal occidental para justificar los desmanes del capitalismo, y las derivaciones que éstos ocasionan en todos los estratos sociales menos favorecidos y en los países que todavía no han alcanzado un suficiente nivel de desarrollo.

Días más tranquilos en la Plaza en agosto de 2012. Fotografía de Nicor. 
La idea (ficticia, por supuesto, pero no del todo inverosímil) de una supuesta reconciliación entre esa generación que buscó romper con el orden comunista y denunciar la corrupción inherente al sistema de partido único no deja de ser original. La situación política actual en Hong Kong desmiente tajantemente que haya el mínimo asomo de posibilidad de que ello vaya a ocurrir.

Como tantas otras reconciliaciones políticas escenificadas para legitimar transiciones ‘blandas’ (o pacíficas) antes que permitir reformas profundas (o bruscas), sería siempre teatro. Como el bigote mexicano que Rana se deja crecer, es una impostura. Con un buen sombrero de mariachi, un poncho y bigote, cualquiera podría hacerse pasar por mexicano. Con o sin Máster, qué más da.

4 abr 2018

Reseña: The Round House, de Louise Erdrich

Louise Erdrich, The Round House (Nueva York: Harper Collins, 2012). 321 páginas.
Una de cada tres mujeres amerindias sufre una agresión sexual a lo largo de su vida en los Estados Unidos, nos dice Louise Erdrich en el epílogo de The Round House. Una estadística impactante y vergonzosa. No menos inadmisible (por no decir vergonzoso) es el hecho de que, por causa de las diversas legislaciones y leyes vigentes respecto a las comunidades indígenas, muchos de los violadores nunca puedan ser llevados ante la Justicia.

La novela comienza con Joe, un adolescente de una reserva Ojibwe de Dakota del Norte, y su padre, juez y abogado local, quienes en una plácida tarde de un domingo tratan de eliminar pimpollos de árboles que están creciendo en los cimientos de su casa. Las raíces están bien asentadas y la tarea es dura, rayana en lo imposible.

Sello de los Ojibwe. Fotografía de Nathan Soliz, (Redding) Estados Unidos
La imagen sirve como reflejo de la enorme dificultad que entraña el ideal de lograr la justicia en un entorno repleto de obstáculos y barreras. Poco después, la madre de Joe llega a casa, ensangrentada, traumatizada, víctima de golpes y una brutal violación, y empapada en gasolina. Si está viva, ha sido casi un milagro.

El laberinto legal comienza entonces para la familia, pero el laberinto emocional y moral será mucho más difícil de transitar para Joe, quien a sus 13 años espera que su padre tenga la autoridad y la competencia para hacer avanzar el proceso judicial y lograr que se arreste al culpable.

Lo cierto es que la ubicación exacta donde se ha cometido el crimen tiene una significación inmensa. Las leyes aplicables son diferentes según el lugar, y la madre de Joe no quiere hablar con nadie del tema. Inspirado por las historias míticas de su pueblo que cuenta su abuelo mientras duerme, Joe comienza una investigación por cuenta propia que le llevará a fin de cuentas a la madurez. Y, sin embargo, el precio que pagará por esa aventura será muy alto.

En su bicicleta, y acompañado de sus amigos Cappy, Angus y Zack, Joe descubre pistas y ata cabos al tiempo que azuza a su padre. Cuando por fin se descubre al agresor, los impedimentos legales frustran a Joe. The Round House es por lo tanto una Bildungsroman magistralmente construida, en la que coexisten momentos de humor con dramatismo, violencia y leyendas indias. Joe se hará adulto de una manera espantosa. El hecho de que sea él mismo el narrador que nos cuenta la historia desde un presente ya estable no elimina el suspense ni le quita calidad al relato, que por su técnica y temática me hizo recordar una narración breve del australiano James Bradley, ‘Los llanos’, que tuve el gusto de traducir al castellano para Hermano Cerdo hace unos cuantos años.

El pasado echa raíces en nuestras vidas, y eliminar esas raíces es francamente imposible. De hecho, olvidamos lo que quisiéramos poder recordar por siempre hasta la muerte, pero aquellas vivencias que quisiéramos dejar atrás, ocultas en la penumbra eterna, la mente no nos permite olvidarlas. Joe ve cómo su entorno se destruye y su propia identidad quedan descolocada apenas doce meses, y su historia nos llega muchos años después como memoria más que como confesión.

Hilarantes sin duda los episodios en que los cuatro amigos asisten al catecismo y la implacable persecución del sacerdote en pos de Cappy cuando descubre lo que éste ha hecho.

The Round House (traducida al castellano por Susana Glynne Jones de la Higuera, y publicada como La casa redonda por Siruela en 2013) ganó el National Book Award de los EE. UU. en 2012. Una gran novela.

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