2 oct 2021

Reseña: Cuarto de derrota, de Víctor Sombra

Víctor Sombra, Cuarto de derrota (Cáceres: La Moderna, 2020). 271 páginas.

Precedido por un acertadísimo prólogo a cargo de Ignacio Echeverría, Cuarto de derrota recoge diversas contribuciones periodísticas del autor, radicado en Suiza, en un libro que, aunque resulte más bien inclasificable, deja un muy buen sabor de boca.

Al referirse al libro que prologa, Echevarría echa mano de la palabra «instalación» con el fin de tratar de identificar para el lector el texto o los textos que tiene por delante. Resalta que “lo relevante […] es el juego de relaciones que se establece entre las distintas piezas”. Coincido con él: aun distando mucho de ser un rompecabezas literario, Cuarto de derrota es un encaje de textos que en buena medida se complementan y suceden, tanto temática como estilísticamente.

Así, la primera pieza (subtitulada “a modo de introducción”) se llama ‘Mortales inmortales’. Sombra lo sitúa en la librería Albatros de Ginebra, que regenta un buen amigo suyo. El lugar, según me dice el sabelotodo Google, existe. Viene a ser una presentación del elenco de personas/personajes que van a desfilar por el libro. El propósito es la recreación de las personas en hologramas lectores, “luces […] luciérnagas librescas […] que revolotean de libro en libro, dejando el testimonio de su lectura” y que abren “senderos de lectura significativos”. Una utopía tecnológica para fomentar lo que el autor llama «bibliodiversidad».

Ya la primera pieza de este montaje atrapa al lector. ‘Diacronía y tránsito del fantasma’ aborda la crisis social que la codicia de bancos y especuladores inmobiliarios causó en España tras 2008. Tras hacer un somero repaso de los datos disponibles para la segunda década del siglo, Sombra plantea la terrible hipótesis de que muchas de las personas desahuciadas hayan pasado a ser «fantasmas»: “es posible imaginar…que cientos de miles de personas, deslizándose en el olvido y silencio institucionales, hayan acabado por desvanecerse. […] Esto explicaría por qué el Gobierno los omite de su relato.” (p. 27-8).

Diferentes gobiernos, en lugar de aportar soluciones, han optado por agravar la situación: “la venta de la vivienda social a los mismo agentes cuya voracidad desempeñó un papel tan decisivo en el origen de la crisis. […] en una operación que hace risible al bombero pirómano, a los agentes más desbocados del mercado inmobiliario.” (p.37)

El camino que se abre está claro: uno puede concluir que el sistema económico neoliberal y sus políticas buscan desaparecer a sus víctimas, los vulnerables, y borrarlos del mismo modo que uno puede eliminar lo escrito en un procesador de textos con la tecla retroceso o seleccionándolo y pulsando cualquier otra tecla.

El texto anterior lo sigue con un relato de la librera Edith, que trabajó en una librería de Erfurt en la República Democrática Alemana hasta 1986. Sombra nos cuenta cómo lectores y libreros sorteaban los obstáculos y dificultades que enfrentaba la distribución de libros en la época en que los libros de George Orwell eran requisados en la frontera.

El carácter de los textos que componen Cuarto de derrota es extraordinariamente variado. Así, el cuarto, ‘Cartas del inframundo y postales de aquí cerca’, nos acerca a Australia por medio de Jake Bilardi, el joven australiano que se radicalizó en Melbourne y se unió al Estado Islámico, poniendo fin a su vida en un atentado suicida en Ramadi, Iraq. Es una meditación en torno a los motivos que llevan a un chico a luchar contra un sistema que le hacía sentirse marginado, solo, sin sentido. Sombra concluye el artículo con humor, retocando una de las fotos de Bilardi junto a dos de sus compañeros para darle tres futuros alternativos al camino que tomó.

By all means, fight the system, sure. But fight it in alternative, less violent ways...

El texto que da título al libro, ‘Cuarto de derrota. Apuntes sobre el pecio cibernético’, retoma a personajes aparecidos en el tercer capítulo (‘¡Libertad al autómata!’) y plantea una especie de thriller repleto de comentarios sobre teoría literaria y en torno a la historia y la teoría de la cibernética y la robótica. Dos de los asistentes a la presentación de un libro en Albatros causan una enorme conmoción cuando dos autómatas disparan contra la conferenciante. Las tres balas no alcanzan su objetivo, pero dañan tres libros que reposaban en las estanterías: Robinson Crusoe, Quédate este día y esta noche conmigo y Treasure Island. ¿Casualidad?

Tras el inaudito misterio que Sombra sitúa en la sala donde se decide el rumbo de la nave (la metáfora no es mero capricho ni coincidencia), Sombra relata retazos de la historia de Oleg Lavrentiev, un oscuro soldado soviético que diseñó planes para el desarrollo de un reactor que permitiera la fusión nuclear controlada. Es urgente que quienes están al mando en el cuarto de derrota de este planeta en el que vivimos consideren que la inversión en los bocetos y planos de Lavrentiev puede ser una solución inmediata al calentamiento global.

El libro concluye con una breve obra teatral titulada ‘La Tigreca’, en la que los personajes ya conocidos reaparecen para descifrar un asesinato, revelar los trapos sucios de diversas empresas que se aliaron con el nazismo para controlar el mercado de la industria química o construir una meditación sobre la intervención de autómatas en nuestro futuro.

Si algún defecto se le puede encontrar a Cuarto de derrota, es el hecho de que contiene bastantes erratas. Como ya se pudo constatar en La quimera del Hombre Tanque, Sombra es audaz en su escritura: consigue, por ejemplo, que Borges le hable a Mercè Rodoreda en catalán, juntando al genio argentino con la autora en un banco de un parque ginebrino. Un libro sorprendente, que rehúye insolentemente su categorización. Era, pienso yo, ciertamente inconcebible a priori.

Nota: Le agradezco al autor la oportunidad de leerlo y reseñarlo. Gracias, Víctor.

17 sept 2021

Reseña: The Warrior, the Voyager, and the Artist, de Kate Fullagar

Kate Fullagar, The Warrior, the Voyager, and the Artist (New Haven y Londres: Yale University Press, 2020). 306 páginas.

Leemos muchas obras nuevas de ficción porque buscamos algo en ellas con lo que identificarnos o identificar a otros que creemos o deseamos conocer; o quizás sea porque esas historias que se narran en las novelas forman parte de lo que, a fin de cuentas, viene a ser nuestra época, el contexto de nuestras vidas. O puede que sea todo lo contrario: las leemos para escapar de la desangelada existencia que llevamos, especialmente ahora que por decreto nos dicen que debemos pasar semanas dentro de casa sin apenas opciones para moverse.

Sin embargo, creo que también se debería proponer la lectura de un cierto tipo de libro de historia. Un relato histórico basado o intuido en evidencias disponibles, que el historiador o la historiadora aderece con deducciones plausibles. Un libro de historia también nos debería permitir intuir o imaginar cómo fueron las vidas de personas que hicieron lo impensable: viajar desde muy remotos rincones del planeta a la metrópolis más importante del siglo XVIII: Londres.

Eso se propuso hacer Kate Fullagar en este singular volumen que tituló The Warrior, the Voyager, and the Artist: Three Lives in an Age of Empire [El guerrero, el viajero y el artista: Tres vidas en una era imperial]. Las tres vidas que menciona el subtítulo corresponden a tres hombres. Cada uno de ellos procedía de un continente diferente, en un momento de la Historia en el que la exploración del planeta alcanzó su máximo apogeo.

Samuel Johnson. Fotografía de Beckslash. 

Del primero han quedado muchos datos. Se trata del pintor Joshua Reynolds, retratista inglés nacido en Devon, que se convirtió en el primer Presidente de la Royal Academy of Arts, y quien se codeó con intelectuales de la talla de Samuel Johnson o Edmund Burke.

El guerrero se llamaba Ostenaco y fue uno de los miembros de una delegación de la nación cheroqui que visitó Londres en 1762. Además de presentarse como líder militar en la capital del imperio contra el que se enfrentaba su pueblo por su supervivencia, en Londres ejerció de diplomático. Fue recibido en audiencia por el rey Jorge III. Un detalle muy importante es el hecho de que Ostenaco y sus acompañantes fueron a Londres con el propósito de firmar un acuerdo de paz y garantizar de ese modo la continuidad de la nación cheroqui. Incluso llevaba consigo cartas de presentación firmadas por el gobernador de Virginia, Francis Fauquier, cuando todavía era colonia británica. La visita duró unos cuantos meses del año 1762. De la visita quedan muchos testimonios, entre ellos el retrato que le hizo Reynolds. Pero Fullagar hace un viraje de perspectiva significativo: trata de hacerle intuir al lector cómo habría sido la experiencia para los cheroquis.

La cultura y sociedad cheroquis eran muy distintas de la inglesa del siglo XVIII. Para empezar, la organización de su sociedad era muy diferente de la británica, era esencialmente matriarcal y en ella prevalecía el deseo de armonía sobre todas las cosas. El libro recoge muchos testimonios de encuentros y desencuentros, de incidentes y molestias padecidas por los extranjeros en una ciudad donde el gentío los observaba con exagerada e insana curiosidad.

El retrato de cuerpo entero que hizo Reynolds de Mai.
El segundo visitante llegó varios años más tarde. Fue un joven de lo que hoy en día se conoce como islas de la Sociedad o Polinesia francesa. Se llamaba Mai y nació en Ra’iatea. Durante su niñez, la isla fue invadida por los guerreros de otro archipiélago, Bora Bora, y Mai huyó con otros compatriotas a Tahití.

Un lugar en el mundo. Isla Rai'atea.

En 1774 Mai logró convencer al Capitán James Cook para que le permitiera ir en los navíos ingleses a Londres. Su objetivo era conseguir las armas y los suministros necesarios para contraatacar a los Bora Bora y recuperar su isla. Nunca le proporcionaron la ayuda que quería y que pensaba que los ingleses le habían prometido. Mai no pudo recuperar su tierra. Durante su estancia en Londres también posó para Reynolds.

La mirada del artista siempre influye en lo mirado. Autorretrato de Joshua Reynolds.

La tesis de Fullagar se podría resumir en una frase. Ya en el siglo XVIII el imperio británico estaba ejerciendo su poderosa influencia en dos lugares tan alejados entre sí como la nación cheroqui al oeste de las Apalaches o los archipiélagos del Pacífico Sur. La idea misma de un joven que desplazase en barco desde Tahití hasta Londres con el solo propósito de adquirir armas y recuperar su isla muestra hasta qué punto el fenómeno globalizador que suponen todos los imperios puede instigar tácticas tan insospechadas entonces como la de Mai.

Mediante tres biografías conectadas esencialmente en la del artista Reynolds, Fullagar nos permite indagar, imaginar y vislumbrar los varios modos en que ambos hombres colonizados encararon, resistieron o incluso alteraron la penetración colonial del imperio en otras culturas y civilizaciones.

Doscientos cincuenta años más tarde, ¿ha cambiado tanto el mundo? La tecnología ha acelerado el proceso, pero me temo que la quintaesencia del colonialismo sigue muy presente.

"Lo que Ostenaco pensase de haber posado para un retratista es igualmente dificil de concretar. No subsiste ninguna prueba directa. No podía valerse de las prácticas indígenas de pintar retratos, pues no existía ninguna en la cultura cheroqui. La pintura era algo importante para los cheroquis del siglo XVIII, pero en tanto que sustancia para ponerse en los rostros en vez de una con la que representarlos. De hecho, un clan entero dentro del sistema de parentesco de siete clanes estaba dedicado a la pintura. El clan Ani-Wodi, o clan de la pintura, se encargaba de crear el ungüento rojizo que utilizaban los guerreros cuando partían hacia la batalla. Normalmente, Ostenaco se habría puesto la pintura de base ocre del clan Ani-Wodi en la frente para dar a entender que pasaba al estatus de guerrero. Para poder retocar las marcas, llevaría encima unas pequeñas bolas huecas de arcilla durante las batallas, las cuales podía abrir, y encontrar en ellas pintura ocre seca que rápidamente podía mezclar con agua." (p. 96, mi traducción)

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