Javier Vásconez, La piel del miedo (Madrid: Viento Sur, 2010). 188 páginas.
Pobre de aquel
(esto es solamente una opinión personal) que nunca llegue a experimentar la
aliviadora sensación de saber que el miedo a la muerte no tiene sentido, de que
dicho miedo es en realidad resultado lógico de no saber quiénes somos ni de
dónde venimos. Entre los más pequeños, sin embargo, el miedo no deja de ser
algo natural y plenamente justificado. Pero no es óbice para que, en algún
momento de nuestras vidas, ocurra que muchas de nuestras fobias desaparezcan y
superemos esos temores tan profundos. Hasta que eso suceda, el temor puede ser
parte de nuestra existencia diaria y regir nuestras acciones, dictando nuestros
pensamientos.
El inicio de La
piel del miedo de Javier Vásconez es ciertamente trepidante. Un muchacho
llamado Jorge nos cuenta cómo se despertó una noche brutalmente sobresaltado
por el atronador ruido de unos disparos en el interior de su casa, disparos seguidos
de los gritos desesperados de su madre. Los disparos los ha efectuado su padre,
periodista de cierto renombre, atenazado por el terror, alcohol y la violencia
tras haber sufrido la represión de los esbirros a sueldo de su antiguo amigo, y
que en la época de la novela es Presidente de Ecuador.
Al poco tiempo el padre huye de la casa y de las vidas de Jorge, su hermana
Adela y su madre, Fanny. La narración que Vásconez pone en boca de Jorge es un
recuento de las circunstancias en las que Jorge va creciendo, y nos pone sobre
aviso acerca de su enfermedad, la epilepsia, y de cómo esta lo transforma,
determinando su vida y muchas de sus reacciones a los acontecimientos que
tienen lugar en la casa dominada por la tristeza y el vacío dejado por el padre
ausente, así como en los otros lugares donde Jorge se relaciona con otras
personas a lo largo de su vida. En ese sentido, La piel del miedo es una
Bildungsroman, y los mejores pasajes, a mi parecer, son los que cuentan
la extraña relación que Jorge tiene con Ramón y con la madre de éste.
Ramón y Jorge
adquieren un turbio sentido de la vida en la adolescencia, pues mientras Ramón
insiste en que su destino es (d)escribir el mundo y la vida misma en forma de
tatuaje en la piel de una mujer, Jorge lucha con sus demonios interiores,
principalmente el miedo y la ausencia de su padre; los demonios en la novela
vienen representados por la constante amenaza del volcán Pichincha, pero
también por las sombras de una ciudad lóbrega y nocturna, la pertinaz lluvia
que cae sobre Quito o el abrasador sol andino.
Por momentos, sin
embargo, la narración de La piel del
miedo, se pierde en repeticiones o en divagaciones secundarias que pueden
parecer un tanto innecesarias. El paso de Jorge de la niñez a una adolescencia
solitaria y desprotegida queda un poco desdibujado porque Vásconez nos obliga a
deambular un poco por la noche quiteña. Jorge y Ramón aprenden paulatinamente a
desenvolverse en el mundo de los antros, de las calles oscuras, de los bares y
los prostíbulos. En cambio, la narración pasa prácticamente de puntillas por la
experiencia de abrir una librería en la ciudad de Quito.
No obstante, las
interacciones de Jorge con los personajes que pueblan el Hotel Dos Mundos son
un terreno fértil para la exploración de dichos personajes (especialmente el de
la cantante Fabiola) y sostienen el interés de la novela hasta su resolución.
El miedo está presente de una u otra forma en las vidas de todos ellos: el
miedo es el ingrediente primordial de sus existencias y la razón fundamental de
las diferentes decisiones que toman todos ellos.
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