28 dic 2013

La intimidad de la máquina de escribir, de Les Murray


La intimidad de la máquina de escribir

Soy un viejo troglodita, con mis libros,
uno que compone sobre el papel
y escribe y reescribe el resultado
tantas veces como haga falta.


Me asustan la computadora,
sus errores y sus códigos,
sus enlaces con espías y disparos,
su texto que parece ya publicado


y que quizás lo haya sido.
No sé yo quién lee
lo que escribo en un carro
que ni se mueve ni suena.


Confío en el rastro de la pifia,
en el Típex donde el pensar se hizo profundo,
en la libertad del Corrector Ortográfico,
páginas que vender a la Biblioteca Nacional.


Temo a la sabiduría
de una torva tecla equivocada
que llene la pantalla bigotuda
de retorcida pornografía infantil


y que entren por la fuerza en casa,
que la policía me encadene
a una cultura más rígida, la del vídeo,
coralina en un mar cada vez más frío.





Recientemente, mi amigo Javier describía en Rango Finito su sorpresa ante el hecho de que “hace unos cuarenta años las personas se escribieran cartas tan largas y completamente libres en cuanto a temática y énfasis”. Le faltó decir que esas cartas eran por lo general manuscritas, o en el mejor de los casos, escritas a máquina. Casi todos los que hayan nacido después de 1980 habrán, en mayor o menor medida, completado su educación haciendo uso de alguna computadora para escribir sus trabajos. A finales de los 90 el correo electrónico ya había reemplazado a la carta como medio de comunicación escrito favorito. A medida que la tecnología ha hecho más fácil la comunicación instantánea, menos largo y libre ha sido el mensaje que se transmite. De hecho, cuanto más al alcance de la mano parece estar la facilidad comunicativa, menos contenidos que valgan la pena parecen comunicarse.


En este poema del ‘troglodita’ australiano Les Murray la máquina de escribir es protagonista. Me gusta cómo establece las conexiones entre el temor a la computadora porque se trata de un mundo desconocido, de códigos y errores, en el que todo lo digital puede ser fácilmente copiado y revendido, y el temor (no tan infundado) a la vigilancia y el espionaje, a la vulneración de derechos o el allanamiento de la morada. Durante muchos años tuve una Olivetti muy parecida a ésta,



pero en la memoria siempre guardaré la vieja máquina de escribir que tenía mi abuelo en su despacho, con la que preparaba sus cartas comerciales, facturas y recibos, y que en ocasiones me permitía utilizar, aunque nunca escribí en ella nada que valiera la pena.

El poema original en inglés apareció recientemente en NYR Gallery.

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