La intimidad de la máquina de escribir
Soy un viejo troglodita, con mis libros,
uno que compone sobre el papel
y escribe y reescribe el resultado
tantas veces como haga falta.
Me asustan la computadora,
sus errores y sus códigos,
sus enlaces con espías y disparos,
su texto que parece ya publicado
y que quizás lo haya sido.
No sé yo quién lee
lo que escribo en un carro
que ni se mueve ni suena.
Confío en el rastro de la pifia,
en el Típex donde el pensar se hizo profundo,
en la libertad del Corrector Ortográfico,
páginas que vender a la Biblioteca Nacional.
Temo a la sabiduría
de una torva tecla equivocada
que llene la pantalla bigotuda
de retorcida pornografía infantil
y que entren por la fuerza en casa,
que la policía me encadene
a una cultura más rígida, la del vídeo,
coralina en un mar cada vez más frío.
Recientemente, mi
amigo Javier describía en Rango Finito
su sorpresa ante
el hecho de que “hace unos cuarenta años las personas se escribieran cartas tan
largas y completamente libres en cuanto a temática y énfasis”. Le faltó decir
que esas cartas eran por lo general manuscritas, o en el mejor de los casos,
escritas a máquina. Casi todos los que hayan nacido después de 1980 habrán, en
mayor o menor medida, completado su educación haciendo uso de alguna
computadora para escribir sus trabajos. A finales de los 90 el correo electrónico
ya había reemplazado a la carta como medio de comunicación escrito favorito. A
medida que la tecnología ha hecho más fácil la comunicación instantánea, menos
largo y libre ha sido el mensaje que se transmite. De hecho, cuanto más al
alcance de la mano parece estar la facilidad comunicativa, menos contenidos que
valgan la pena parecen comunicarse.
En este poema del
‘troglodita’ australiano Les Murray la máquina de escribir es protagonista. Me
gusta cómo establece las conexiones entre el temor a la computadora porque se
trata de un mundo desconocido, de códigos y errores, en el que todo lo digital
puede ser fácilmente copiado y revendido, y el temor (no tan infundado) a la
vigilancia y el espionaje, a la vulneración de derechos o el allanamiento de la
morada. Durante muchos años tuve una Olivetti muy parecida a ésta,
pero en la
memoria siempre guardaré la vieja máquina de escribir que tenía mi abuelo en su
despacho, con la que preparaba sus cartas comerciales, facturas y recibos, y
que en ocasiones me permitía utilizar, aunque nunca escribí en ella nada que
valiera la pena.
El poema original
en inglés apareció recientemente en NYR
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