Chang-rae Lee, A Gesture Life (Londres: Granta, 1999). 356 páginas.
Si todos nuestros
actos y gestos en público son una representación, y por lo tanto no dejan de
ser una máscara que nos ponemos para proteger o no tener que revelar nuestra
intimidad, en el caso del emigrante este planteamiento adquiere un cariz
distinto, en tanto que el dilema consiste en qué tipo de máscara ponerse en
público.
Franklin Hata, el
protagonista y narrador de A Gesture Life
es un huérfano coreano adoptado por una humilde familia japonesa, que tras la
guerra emigra a los Estados Unidos, cambia de nombre y adopta a su vez a una
niña de origen coreano, Sunny. Doc Hata, tal como lo conocen sus vecinos de
Bedley Run, un ficticio pero próspero barrio satélite de Nueva York, ha hecho
una pequeña fortuna vendiendo suministros médicos y quirúrgicos, y se ha labrado
en letras de oro el reconocimiento de una comunidad al tiempo que ha hecho
respetar su privacidad. La suya es una vida basada en la prudencia, la
discreción y el esfuerzo personal. Sin embargo, en su pasado esconde episodios trágicos
vividos durante la guerra, cuando sirvió como ayudante médico en el ejército
imperial nipón en Birmania.
Las cosas
empiezan a torcérsele cuando Sunny alcanza la adolescencia y rechaza el sistema
de valores que le ha inculcado desde pequeña. Frente a la rectitud de Franklin
Hata, Sunny se inclina por el vicio, el sexo fácil y las malas compañías.
El autor va
desgranando capítulo a capítulo los dos pasados que Hata quisiera no haber
tenido que vivir. Por un lado, el de la contienda mundial, cuando Jiro Kurohata
llevaba puesta la máscara de la obediencia ciega para no llamar la atención
sobre sus orígenes coreanos entre la oligarquía militar japonesa. Por otro
lado, su fracaso como figura patriarcal es patente cuando Sunny se marcha de
casa y de Bedley Run. Su intervención posterior para facilitar un aborto fractura
todavía más la relación con su hija adoptiva, aunque la reaparición años después
de Sunny con su hijo Thomas le obliga a Hata a enfrentarse a su pasado y
admitir sus errores.
Lee escribe en
una prosa nítida y metódica, en una estructura narrativa en la que los ecos del
pasado, sus sombras y desdichas, irrumpen sin violencia ni brutalidad. El autor
es particularmente cuidadoso en dotar a Franklin Hata de una sintaxis que a
ratos bordea en la hipercorrección y en la pedantería. Se trata, no obstante, de
una máscara más, de otro de los numerosos gestos que constituyen la vida diaria
de un hombre metódico. Tal como le dice su hija: “Construyes una vida entera a fuerza
de gestos y cortesías.” La sintaxis, esas cadencias gentiles y ceremoniosas que
salpican los diálogos intercalados en la narración dirigida por la voz de Hata,
es un gesto más de esa estrategia de asimilación y camuflaje en otra sociedad.
El terrible
pasado con el que carga Hata en su conciencia va revelándose poco a poco. La
llegada de cinco “mujeres de solaz” coreanas al campamento militar en Birmania
es el detonante de la tragedia que marcará la vida de Kurohata y su posterior transformación
en Franklin Hata tras emigrar a los Estados Unidos. La fallida relación con
Mary Burns, una viuda de Bedley Run, es otro episodio que delata su incapacidad
de conectar con otros seres humanos si no es a través de meros gestos.
A Gesture Life es una novela de alto calibre, una excepcional
historia cuya narración progresa por lo general pausadamente, sin altibajos
pero también sin sobresaltos. Está ya publicada en español desde 2004, en
Anagrama, como Una vida de gestos, en
traducción de Jesús Zulaika. Lee es para mí un importante hallazgo como escritor, alguien a quien, creo, valdrá la pena seguir leyendo.
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