‘It’s the end of
the world as we know it’, cantaban REM a finales de los años 80. La fascinación
por el apocalipsis o una versión más o menos llevadera del final del mundo
lleva décadas presente en la literatura occidental. Desde la más que sugestiva The
Road de McCarthy a la papilla
facilona ideada para ser llevada a la televisión (The
Leftovers de Tom Perrotta), o
las novelas de Margaret Atwood, hay para todos los gustos.
Impulsada por el
grupo editorial Hachette en su particular guerra comercial con Amazon, pronto llegará
a las estanterías (o a su dispositivo electrónico, si así lo prefiere) California, la primera novela de la
estadounidense Edan Lepucki. En California,
una joven pareja, Calvin y Frida, han logrado huir de un escenario post-apocalíptico
en la ciudad de Los Ángeles. A los cataclismos sobrevenidos con el cambio
climático y algunos brutales terremotos se han añadido el colapso del gobierno,
de la economía y del orden público. En algún momento, y por culpa de los
continuos apagones, internet dejó de funcionar (yeah!), nos cuenta la voz
omnisciente de esta entretenida (ojo, pero solamente a ratos) novela.
Cal y Frida
escapan en un automóvil cargado de enseres y se adentran en una región boscosa
de lo que se supone es el estado de California. En un principio se instalan en
un cobertizo, apartados del mundo y de los pocos seres humanos que, según
parece, habitan esa parte del mundo. La costa este de los EE.UU. y el midwest han quedado devastados por
supertormentas. Del resto del planeta – ¿a quién podría importarle el resto de
la humanidad? – no se sabe nada. Casi mejor, diría uno: ¿no sería
deliciosamente irónico que esta hecatombe solo afectara a unos pocos
‘escogidos’ in God’s own country…?
El caso es que
Cal y Frida sobreviven en su cobertizo, cultivando hortalizas, recolectando
setas y frutillas y cazando animalitos en el bosque; cuando están aburridos (no
hay tele, no hay libros, no hay internet) se entregan al sexo (lo cual, parece
sugerirnos Lepucki, les sucede casi todo el tiempo). Al poco tiempo hacen
contacto con otra familia, los Miller, que también se han establecido en la
región. Bo y Sandy subsisten, al igual que ellos, a duras penas, pero están
sacando adelante a sus dos hijos, Jane y Garrett.
Hay también una
especie de buhonero, August, quien desde su carreta tirada por una yegua se
dedica al trueque. Tanto los Miller como August transmiten a los jóvenes
desconfianza y miedo. El mundo es un lugar peligroso, y es recomendable no
explorar los alrededores, en concreto un asentamiento cercano que Bo Miller le
enseña un día a Cal.
Todo cambia, sin
embargo, cuando Cal descubre que toda la familia Miller ha muerto envenenada.
Después de darles sepultura, Cal y Frida se mudan a la casa de los Miller,
mejor dotada y preparada para el invierno. Pero la curiosidad les azuza, y Cal
y Frida emprenden el camino hasta adentrarse en una especie de laberinto construido
con enormes estacas.
Tanto va el
cántaro a la fuente que al final Frida se queda embarazada (o eso sospecha
ella). Al llegar a esa colonia que protegen las estacas (que los lugareños
denominan ‘The Land’, la tierra), Frida se llevará una enorme sorpresa que la
deja sin habla. Su hermano, Micah, al que ella creía muerto tras un acto de
terrorismo suicida, es el líder de ese extraño poblado.
Lo cierto es que
no les reciben con los brazos abiertos. En The Land hay muchas reglas que los recién
llegados deben cumplir a rajatabla; además, la suspicacia parece ser la característica
conductual más extendida. Poco a poco Frida y Cal van averiguando cosas acerca
del pasado de esta extraña comunidad aislada del mundo. En ese lugar no hay niños,
y por lo tanto la decisión de comunicar el posible embarazo de Frida se
convierte en un significativo elemento de suspense.
La narración retrocede
constantemente a un pasado indefinido: a cuando Micah y Cal eran estudiantes en
Plank, o a cuando Micah comenzó a coquetear con un grupo clandestino de cariz
activista, The Group. Quizás se deba a este hecho que la novela parece por
momentos avanzar a trancas y barrancas.
Como contrapunto
a esta existencia espartana y laboriosa, los personajes hacen constante referencia
a las Comunidades, enclaves formados tras el colapso del sistema político que había
existido hasta el comienzo de esta ‘vida de ultratumba’, tal y como Cal y Frida
describen su nueva vida alejados de Los Ángeles. En las Comunidades viven los
ricos, y el acceso a ellas está fuertemente restringido.
El principal
problema de California es que el
nuevo mundo distópico no está bien definido en ningún momento. Las
interrogantes sin respuesta son tan numerosas que el lector debe optar por
seguirle la corriente a la autora hasta el desenlace, dramático y efectista,
sin duda alguna. Que Lepucki mantenga y alargue el suspense (no siempre con pericia)
no soslaya los muchos peros y limitaciones que encierra esta historia. California no llega a profundizar en
ninguno de los temas que toca someramente: la innata atracción que el ser
humano siente por ejercer el poder, o la división social entre sexos y la asignación
de roles a mujeres y hombres, entre otros.
Una de las
incongruencias de la novela es la vehemente reacción que la visión del color rojo
produce en las mujeres de The Land. Cuando Frida se hace un pequeño corte en un
dedo mientras trabaja en la cocina, por ejemplo, o mucho antes, cuando Sandy ve
el saco de dormir rojo en el cobertizo donde viven Cal y Frida. Si esa reacción
tan colérica es, como parece serlo, una premisa fundamental de la historia, ¿qué
ocurría exactamente en The Land cuando sus mujeres tenían la menstruación?
¿Cerraban los ojos, y santas pascuas?
Dado el mediocre poder
creativo que demuestra tener Hollywood en la actualidad, no será de extrañar que
California se convierta en su momento
en una miniserie o en un largometraje para el consumo de masas. Más papilla, gracias,
tenemos hambre.
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