Legados
(un poema del irlandés Peter Sirr)
Te
encanta tanto tener compañía
que un
motor se te ha pegado al cuerpo,
atrapando
la noche y devolviéndola
como un derrame
de risas
y
confusión.
Se toma
la mitad de tus palabras
y las mastica,
y el resto lo cubre
de heavy, de viejas películas,
el
rugido de otras voces, vasos que entrechocan
y una
caja registradora que se cierra de golpe,
alguien que
discute y alguien
que se
pone a cantar.
Mas no
te importa,
acompaña
a la gramática
de este
dialecto de intimidad,
es así
como te gusta vivir la noche.
Es donde
vivía tu padre
y antes
que él, su padre;
se ha
vertido en las generaciones,
en voz
alta y lleno de humo,
un
rugido de fondo en el que sonríe
el alma;
es la ciudad
que se
niega a dormir, que habla sola,
y bebe
en exceso.
Lo que
aquí ocurre muere en silencio,
se funde
al alba, y está ausente
de las sensatas
habitaciones a las que nuestros amigos
se han
retirado. Se han ido
a dormir
o a hablar, a usar el idioma de una forma racional,
a
diferenciar un sonido del otro:
el
murmullo del tráfico lejano, el zumbido
de la
calefacción y el rigor de las noticias de primera hora.
En el
enésimo bar escuchamos
cantar
su canción a tu tatarabuelo,
y a su
hijo, que le alienta a seguir,
y entonces
el hijo de éste entra arrastrando los pies,
pone
gestos en tus manos y te hace pedir
más a
gritos: más cháchara,
más
bebida, más ruido
hasta
que ni ellos ni tú ni yo sepamos
de quién
es la cabeza que da tantas vueltas,
de quién
es la voz que cuenta esta historia,
de
quién es la vida en la que ocurre.
El original, aquí.
© de esta traducción al castellano, J. Salavert, 2014.
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