Edward Hirsch, Gabriel (Nueva York: Alfred A. Knopf, 2014). 78 páginas.
Gabriel es el nombre del único hijo del poeta estadounidense Edward Hirsch.
Gabriel murió cuando contaba veintidós años, víctima de una parada cardiaca
tras haber consumido éxtasis líquido. Su muerte se produjo hace poco más de tres
años.
Un largo poema
elegíaco escrito en tercetos no rimados, Gabriel
es ante todo el intento de crear un recuerdo permanente e indestructible del
hijo que el poeta perdió. Naturalmente, el poema se inicia en el momento determinante,
la desgarradora escena (no se trata de un cliché, sé perfectamente de qué estoy
hablando) del padre ante el cuerpo frío y sin vida de Gabriel:
“The funeral director opened the coffin
And there he was alone
From the waist up
I peered down into his face
And for a moment I was taken aback
Because it was not Gabriel
It was just some poor kid
Whose face looked like a room
That had been vacated” (p. 3)
“El director de pompas fúnebres abrió el
ataúd
Y allí estaba él en solitario
De cintura para arriba
Observé detenidamente su cara
Y por un instante me quedé atónito
Porque no era Gabriel
Era solamente un pobre muchacho
Cuyo rostro parecía una estancia
Que hubiera quedado desocupada.” [mi
traducción]
El poema recorre los veintidós años de la
vida de Gabriel, desde su adopción (dice Hirsch que, como padres adoptivos,
Janet y él tuvieron “Jet lag en lugar de un parto” (p. 9) hasta su desaparición
durante el desastre de finales de 2011 en la costa este de los EE.UU., cuando
el huracán Irene devastó la costa de Nueva Jersey, pasando por su revoltosa
infancia y muy difícil adolescencia. Que Gabriel representó un caso
extremadamente difícil, no solamente para sus padres sino también para todos
los que le conocieron y trataron, añade un tinte más emotivo si cabe a los
versos de Hirsch, en los cuales rememora melódicamente los numerosísimos
medicamentos que le fueron recetados, los centros, escuelas y programas en que
estuvo internado o tratado, o los datos espantosos que Hirsch incorpora,
procedentes de la autopsia. Gabriel era
“King of the Sudden Impulse/ Lord of the
Torrent/ Emperor of the Impetuous” (p. 45) [Rey del Impulso Súbito/ Señor del
Torrente/ Emperador del Ímpetu]
Hay asimismo en Gabriel reflexiones sobre el dolor de la pérdida de un hijo. Hirsch
hace referencia a varios testimonios de poetas que a lo largo de la historia
han escrito sobre la experiencia más tan anti-natura que un padre puede jamás
sufrir: Ben Jonson, William Wordsworth, Victor Hugo, Mallarmé, Tsvetaeva y
Rabindranath Tagore entre otros. Y del italiano Ungaretti (puede que Hirsch le
esté citando, o quizás parafraseándole) selecciono esto: “But when the best
part of me was ripped away/ I experienced death in myself/ From that moment on/…/
That pain will never stop tormenting me” (p. 35) [Cuando la mejor parte de mi
ser me fue arrebatada/ Experimenté la muerte en mí mismo/ Desde ese momento en
adelante/…/ Ese dolor nunca dejará de atormentarme]
El tono cambiante, el ritmo desenfrenado
de un poema en el que no hay puntuación alguna (incluso los versos más extensos
carecen de cesura), incluso la propia métrica de Gabriel, sirven por un lado para evocar el complejo trastorno
anímico y mental en el que vivió el hijo de Hirsch, pero son por otro lado
muestra inequívoca de que toda expresión artística para hacerle frente al duelo
(que no superarlo – eso nunca se consigue) es un intento de poner algo de orden
en el caos emocional, en el tremendo desbarajuste de orden sintáctico y semántico,
que le sobreviene al padre del hijo muerto.
En ‘Finding the Words’ [Encontrar las
palabras], un
ensayo de Alec Wilkinson publicado en The New Yorker en agosto pasado,
Hirsch le decía al autor lo siguiente: “Hay otra cosa más que quisiera contarte
sobre mi dolor: me quedé atónito cuando descubrí que no podía leer. Ni siquiera
la poesía, que siempre me había ayudado, podía protegerme ni consolarme. Las
personas son irremplazables, y el arte, no importa lo bueno que sea, no las
reemplaza. Tuvo que suceder esta tragedia para que yo lo entendiera. Mucha
gente a la que he querido ha muerto, pero aun así encontré mucho consuelo en la
poesía. Quedarme solo y no poder leer quería decir que no podía reconocerme a
mí mismo.” [mi traducción]
Quise leer Gabriel entre la Nochebuena y las primeras horas del día de Navidad
de 2014. Es un día muy especial para quienes tenemos un calcetín navideño que,
año tras año, se queda sin abrir en la mañana del 25. Como bien dice Hirsch,
"I did not know the work of mourning
Is like carrying a bag of cement
Up a mountain at night
[…]
Look closely and you will see
Almost everyone carrying bags
Of cement on their shoulders" (p. 73)
"No sabía que el trabajo del duelo
Es como llevar un saco de cemento
Montaña arriba en la noche
[…]
Mira con atención y verás
Que casi todos llevan un saco
De cemento a sus espaldas" [mi traducción]
Bien sabe Hirsch que su saco de cemento no
es el único. Debemos agradecerle, en todo caso, que haya compartido qué se
siente ascendiendo esa montaña, como hice yo en su momento.
Hermosa crítica, gracias desde México.
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