Craig Sherborne, The Amateur Science of Love (Melbourne: Text, 2011). 280 páginas.
El amor, ese
eterno interrogante. ¿Qué es el amor? ¿Hay una ciencia del amor, aunque sea
para aficionados? Según Colin Butcher, el protagonista y narrador de esta
novela del escritor neozelandés radicado en Australia, Craig Sherborne, no nos
enamoramos, sino que enfermamos (“They say we fall in love. But really we fall
in sickness” p. 36)
Colin escribe
esta especie de confesión en lo que él denomina un cubículo de honestidad. Es
un pequeño recinto en la casa que comparte con su esposa Tilda, y allí escribe
todos los días lo que él considera la verdad de su relación.
El joven Colin huye
de la granja de sus padres en Nueva Zelanda con la ambición de convertirse en
un afamado actor en Londres. Al respecto, Norm, su padre, piensa que no sabría
distinguir un Hamlet del culo por donde caga (“wouldn’t know his Hamlets from
his arsehole”, p. 5) Antes de emprender esa huida, se las ingenia para llevarse
a la cama a Caroline, una mujer (casada) que viene a la casa a ayudar con la
limpieza un par de veces por semana.
En Londres Colin
no consigue pasar de la primera prueba que le hacen en la Real Academia de
Artes Dramáticas. Al menos en el albergue juvenil de la City sí puede encontrar
trabajo y un minúsculo cuarto donde dormir, muy lejos de los ambiciosos objetivos
profesionales que se había marcado.
Y es allí donde
conoce y elige a Tilda, una australiana, quien tiene unos diez años más que él.
Tilda tiene también ambiciones artísticas y, en cierto modo, también huye de
algo: de un matrimonio en el que se zambulló siendo demasiado joven. Como suele
ocurrir en muchos enamoramientos, el principio es fogoso y febril, pero fulminante
para los bolsillos de un joven como Colin. No se puede vivir de manera estable
como pareja en un albergue juvenil, ni tampoco en pensiones u hoteluchos de Ámsterdam.
De manera que ese
amor y la lujuria que lo acompaña los lleva a Australia. Y en Melbourne
comienzan sus desencuentros. La interdependencia de su relación los sumerge en
una cada vez más absurda y funesta espiral de la que ninguno de los dos parece saber
muy bien cómo evadirse. En Melbourne, Tilda descubre que está preñada, y Colin consigue
convencerla para que aborte.
El azud en el río Wimmera, en Jeparit, Victoria. |
Con la idea de
dejar atrás el sinsabor que Melbourne tiene para ella, la pareja encuentran un
lugar donde instalarse. El pueblo se llama Scintilla, en la región conocida
como Wimmera, en el oeste del estado de Victoria. Por cuatro chavos compran una
vieja sucursal de un banco y lo convierten en su hogar. Colin encuentra pronto
trabajo en la revista semanal local, donde escribe sobre asuntos tan triviales
como supuestos avistamientos de pumas (especie exótica en Australia) o el robo
de tuberías.
Cuando a Tilda le
diagnostican un cáncer de mama, Colin muestra su verdadera naturaleza. Tilda
sobrevive, pero al lector le queda la sensación de que a Colin tanto le habría importado
un desenlace positivo como uno negativo. Para él, la diferencia de edad con Tilda
empieza a ser un obstáculo insalvable. Y aun así, decide proponerle matrimonio
a Tilda.
Tras una plaga de
ratones de dimensiones bíblicas (un fenómeno no tan inusual en esa parte de
Australia), Colin conoce a Donna, la atractiva mujer de Cameron Wilkins,
periodista famoso que, coincidentemente, se está muriendo de cáncer. Y ahí lo
dejo.
Si The Amateur
Science of Love pretende ser el retrato de lo que solamente se puede
explicar como la indiferencia, insensibilidad y puro ensimismamiento de un hombre
egoísta e inmaduro, la novela lo consigue. De Tilda, sin embargo, queda un
dibujo mucho menos detallado: en realidad, nunca llegamos a tener su punto de
vista, lo cual es lógico en tanto que la novela es una confesión de Colin. Posiblemente
ese desequilibrio sea intencional por parte de Sherborne. El problema es que la
trama parece ser muy próxima a la propia vida del autor.
Los capítulos, relativamente
cortos, tratan de proyectar la urgencia de la escritura de Colin. La prosa de
Sherborne expresa cabalmente la agitación y la frialdad del narrador para
admitir su deleznable actitud destructiva de una relación que nació como
amorosa y se hunde con el paso de los años. Como a los miles y miles de
imbéciles que no respetan las necesarias restricciones en este tiempo de
incertidumbre y riesgo constante para nuestra salud, alguien debería haberle leído
la cartilla a Colin: que la vida no es ninguna fiesta.
Si fuera cierto lo
que dice Colin del amor como una enfermedad, estaba ya curado antes de entrar
en la pequeña capilla donde contrajo matrimonio.
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