¿Cuál es el verdadero coste de la tecnologización de
nuestras vidas a escala global? Para alguien que, desde que aparecieron, se
negó a tener uno de esos teléfonos ‘inteligentes’ (y sigue sin tener uno), los
datos con que Pitro bombardea al lector capítulo tras capítulo no hacen sino
reforzar esa convicción de que lo digital, para el planeta Tierra, es un lobo
disfrazado de cordero.
Esa nube oscura a la que se refiere el título del libro no
es algo inmaterial: las grandes compañías que nos ofrecen almacenamiento de archivos
digitales de todo tipo (desde esta entrada en un blog personal sin apenas
presencia en internet hasta los cientos de miles de videos inútiles que cada
día sube la gente a las muy mal llamadas redes sociales) han construido
gigantescos centros que albergan servidores que devoran electricidad y agua.
Los miles de millones de teléfonos y tabletas que se venden todos los años
utilizan miles de toneladas de tierras raras, cuya extracción no es ni fácil ni
económicamente asequible. La lista de contradicciones a las que Pitron hace
referencia en este libro es enorme.
¿Es ese mundo futuro al que nos encaminamos una apuesta que
nos va a costar la Tierra? Pitron augura que así es, si bien también recoge las
opiniones de expertos y científicos que son un poco más optimistas. Sea como sea,
The Dark Cloud abunda en el tema del increíble despilfarro que todo lo
digital implica.
Pitron deja muy claro que lo digital ha asumido una
función catalizadora de la aceleración económica y tecnológica de la que los
gobiernos de todos los países del mundo participan; es una interminable intensificación
de producción y consumo, a la que parecemos abocados a vivir (¿quién sabe por
cuánto más tiempo?). Para evitar el previsible caos que muchos pronostican, señala
Pitron que se ha de producir un importante giro ideológico:
«Se pueden temer y encomiar por igual los efectos rebote,
según cual sea tu postura respecto al incremento de la riqueza, la
globalización del comercio y la mezcla de culturas. Es así como la expansión de
lo digital nos pone cara a cara con nuestras convicciones más íntimas: no es ni
bueno ni malo; simplemente depende de lo que hagamos con ello. Internet
permitirá a los niños de las regiones más distantes del planeta educarse de
manera remota; también se usará para esparcir teorías conspirativas que socavan
nuestros sistemas democráticos. Tratará enfermedades raras; pero también
permitirá que Ryan Kaji, el muchacho famoso por desempaquetar regalos todos los
días delante de una cámara en Texas, siga siendo el youtuber mejor
pagado del mundo.
Los servidores de Wikipedia. Fotografía de Helpameout. |
Sea como fuere, las repercusiones económicas, sociales y psicológicas de lo digital no deben confundirse con su función ecológica. Aunque estimula la aparición de iniciativas increíbles que buscan proteger el clima y la biodiversidad, no se diseñó para ‘salvar’ el planeta, y las afirmaciones acerca de que la resiliencia de la vida en el planeta Tierra está asociada con el desempeño de las herramientas digitales es, creo yo, un mito, una fantasía. Como me dijo un experto en tecnologías digitales, las TIC [tecnologías de la información y la comunicación] han hecho del mundo un lugar mejor, pero en términos de impacto medioambiental, es lo peor que podría haber ocurrido’.» [p. 149-50, mi traducción]
Un libro pobremente editado (está repleto de erratas y errores)
sobre un asunto verdaderamente urgente. Lástima que no sea un estudio mejor
diseñado. Nos queda la pregunta: ¿Salvará la tecnología a la humanidad o
servirá para acelerar una posible calamidad global espoleada por el
calentamiento global, las guerras, las hambrunas y las enfermedades que muchos
predicen? ¿Quién tendrá razón? Y agrego yo: ¿De verdad les importará a quienes
rigen nuestro modo de vida?
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