Evan McHugh, The Shearers (Penguin Books Australia, 2015). 292 páginas.
Hace un
par de semanas, Chris el carnero perdido se convirtió en fenómeno viral global.
A Chris lo encontraron en uno de los montes que rodean la vasta conurbación que
se conoce como Territorio de la Capital Australiana, es decir, Canberra.
Cargando sobre su cuerpo con más de 40 kilos de lana, Chris probablemente
habría perecido de no haber sido encontrado y posteriormente esquilado.
Baa, baa, fat sheep, have you any wool? Fotografía de Temmy Ven Dange |
Si has
jugado alguna vez al billar o al tenis, quizás sepas que estás un poquito en
deuda con las ovejas, si bien no necesariamente las australianas. Para la
fabricación de tanto el tapete de la mesa de billar como del pelillo que cubre
la goma de la pelota de tenis se utiliza lana de oveja.
Es bien
sabido que hay muchísimas más ovejas que personas en Australia, aunque a veces
me asalta la duda en torno a si algunas de las segundas tienen comportamientos
más propios de las primeras. La importación de la raza merina procedente de
Castilla fue una de las estrategias más exitosas de la colonización de las
tierras de este continente. La oveja merina se adaptó perfectamente a las condiciones
áridas y semidesérticas, convirtiéndose en fuente de riqueza para muchísimos
granjeros desde finales del siglo XIX. Fue por eso que durante tanto tiempo se
dijo que la fortuna de Australia (‘the lucky country’, la llamaban) iba montada
en la espalda de las ovejas.
En The Shearers, Evan McHugh se centra
especialmente en los hombres que extraen el producto (la lana) que todavía se
exporta a todo el mundo. Es la historia de la Australia rural de la segunda
mitad del siglo XIX y todo el XX desde la perspectiva de los esquiladores, y el
libro es un sincero homenaje a los hombres que se partían (casi literalmente,
como atestiguaba la encorvada espalda de mi suegro, quien durante muchos años trabajó
como esquilador).
Click go the shears! Fotografía de Cstaffa |
Es un dato harto interesante saber que en un
principio, la esquila era manual y se
hacía por medio de tijeras. No es de extrañar que una de las canciones más
populares de la época (y que lo siguió siendo por muchas décadas) sea “Click Go
the Shears”, que en el video que adjunto interpreta la inolvidable Olivia
Newton-John. Hacia la última década del siglo XIX comenzaron a aparecer las
primeras máquinas esquiladoras, que cambiarían para siempre la ocupación del
esquilador y cómo se desenvolvían en los cobertizos o galpones de esquila.
Pocos Travoltas en el outback, methinks...
La vida
de los esquiladores era muy dura: las distancias entre un lugar de trabajo y el
siguiente podían ser enormes – McHugh menciona que en algunos casos, el
esquilador se perdía en el outback y
perecía de sed o hambre, o ambas cosas. Los conflictos laborales entre los propietarios de las
estancias y los esquiladores fueron recurrentes. La lucha de estos por unas
mejores condiciones de trabajo y por una remuneración acorde con el esfuerzo
realizado afloró una y otra vez a lo largo de los años, resultantes en huelgas
y boicots en distintos puntos del país.
Para
poder trabajar de esquilador, es fundamental estar en una excelente forma
física. Escribe McHugh: “La ciencia moderna del deporte ha investigado qué
grado de estado físico deben tener los esquiladores y ha descubierto que se
hallan en una misma liga que los atletas de elite. Por ejemplo, los
esquiladores que totalizan unas 160 ovejas al día mueven cada uno de ellos el
equivalente a 9 toneladas recorriendo una distancia total de 2 kilómetros.
Empujan una herramienta de unos 2 kilos de peso a través del vellón al menos
unas 5440 veces al día. Al hacerlo, queman unos 25.000 kilojulios diarios (un
adulto medio quema unos 8.700). Resulta increíble que suden unos 9 litros de
líquidos en cada uno de los turnos de esquila de dos horas de duración, o 36
litros en un día entero de esquila. Considerando que en el cuerpo de un varón
adulto hay unos 40 litros de agua, el esquilador que no reponga líquidos y
electrolitos corre un riesgo muy grave de morir deshidratado. Cabe añadir
respecto a los esquiladores más rápidos, que esquilan unas 200 ovejas al día,
que su consumo de energía corresponde al de los ciclistas que compiten en el
Tour de Francia.” (p. 242-3, mi traducción)
Esquiladores en Queensland en 1898 |
McHugh
señala en el libro la circunstancia histórica de la aportación australiana al
esfuerzo militar inglés en las dos guerras mundiales. En ambas conflagraciones,
Australia vendió a los ingleses la lana a un precio fijado de antemano en vez
de aprovechar la fuerte demanda existente. En cambio, cuando los EE.UU.
quisieron las mismas condiciones en los inicios de la guerra de Corea, el
primer ministro por aquel entonces, Menzies, les respondió a los estadounidenses
que tenían que pagar el precio del mercado. Los EE.UU. respondieron con el
desarrollo de fibras artificiales, y el precio internacional de la lana se
desplomó.
Una vez esquilada, la oveja baja por la rampa y se reúne con el rebaño. Fotografía de Jez Arnold. |
The Shearers incluye un breve glosario de términos
relacionados con la esquila y los esquiladores, además del listado y una breve
semblanza de los esquiladores que han pasado a formar parte del Salón de la
Fama de los Esquiladores, y la lista de los records históricos de la esquila de
ovejas. Añado, como una intrascendente curiosidad, que en el año 2001, al menos
durante un par de días, eché una mano como rouseabout,
sin tener ni idea de que lo era (por rousie
se entiende a un jornalero no cualificado que presta ayuda y limpia en el
galpón). Puedo asegurar que el trabajo de un esquilador es más que duro. Sigo
prefiriendo ver a las ovejas en forma de chuletas, asadas a la brasa y
acompañadas de un buen tinto, por ejemplo, un shiraz del valle de Barossa.