Taiye Selasi, Ghana Must Go (Londres: Viking, 2013). 318 páginas.
Hace unos días me
sorprendí a mí mismo observando con mucha curiosidad las imágenes de decenas de
personas encaramadas a una valla que trata de evitar su entrada en lo que es (todavía)
territorio de la Unión Europea en África. La emigración, en tanto que fenómeno sociológico,
y obedezca los motivos que sean, continúa incrementando su intensidad y
frecuencia, y despertando recelos cuando no un agresivo e irracional antagonismo.
Lo que parecen olvidar muchos que critican estas olas migratorias es que el
acto mismo de la emigración es (casi) siempre una huida; es un acto traumático
y para nada fácil, y es un hecho que ha venido sucediendo durante siglos.
“Ghana must go”
fue el eslogan empleado por el gobierno de Nigeria durante la expulsión de ghaneses
en la década de los 80. La creación de los estados africanos en el periodo posterior
a la II Guerra Mundial propició muchos fenómenos de este tipo, pero puede ser
sin duda mucho más llamativa desde un punto de vista histórico la emigración de
ciudadanos africanos a los países desarrollados (la denominada fuga de
cerebros).
Tras la muerte de
su padre en una matanza en Nigeria una joven nigeriana, Fola, consigue llegar a
los Estados Unidos para estudiar. Allí conoce a otro joven africano, Kweku Sai (de
Ghana), que está estudiando para ser cirujano. Fola renuncia a sus estudios de
derecho y se convierte en madre de familia, mientras Kweku adquiere una
excelente reputación como cirujano. Parece que el gran sueño americano se ha
hecho realidad para los Sai.
El hospital donde
trabaja responsabiliza a Kweku de la muerte de una paciente en la mesa de
operaciones. Es una familia adinerada y muy influyente, y el ghanés parece haber
escogido todos los números de esta irónica rifa en la que alguien tiene que
pagar el pato. Tras una larga lucha legal con el hospital de la que no consigue
nada, el cirujano abandona a su familia (Fola y él han tenido ya cuatro hijos).
Ghana Must Go se inicia con la muerte de Kweku en su casa de
Accra: “Kweku muere descalzo un domingo antes del amanecer, sus alpargatas junto
a la entrada de su dormitorio, tiradas como perros. En ese momento se encuentra
en el umbral que separa la solana del jardín, pensándose si debería volver para
cogerlas. No lo hará.” (p. 3, mi traducción). Dividida en tres secciones, la
novela es un vaivén continuo entre el presente y el pasado, entre Boston en los
Estados Unidos y Accra y Lagos en África. Selasi hace avanzar la historia a un
ritmo en ocasiones una pizca lento. La escritora adopta un estilo bastante
ornamentado, muy profuso en las descripciones de elementos secundarios, de
telones de fondo como puedan ser los reflejos del sol en las hojas de los árboles
a la hora de la caída del sol. Hay asimismo algo muy cinematográfico en su
técnica, que no esconde, en tanto que la voz narradora de hecho encuadra en
ocasiones al personaje al que sigue.
En todo caso, Selasi
es ambiciosa en su gusto por lo poético y en la exploración psicológica de los
cuatro hijos (Olu, Kehinde, Taiwo y Sadie, dos varones y dos mujeres, los dos
del medio mellizos). Hay una pizca de melodrama y muchas lágrimas (por ejemplo,
desde su primera mención, uno puede presentir algo extremadamente ominoso en la
larga estancia de los mellizos Kehinde y Taiwo en Lagos, en la casa del
hermanastro de Fola, traficante de drogas); pero si lo hay, está bien tratado.
Por mucho que el
desenlace de la trama se sitúe en Ghana, ésta es una novela escrita desde un
ángulo esencialmente occidental. Los cuatro hijos de los Sai encarnan, cada uno
a su manera, el éxito que logran muchos representantes de una segunda generación
de emigrantes en el país de acogida, que se convierte en propio por naturaleza.
La misma Selasi (de padres ghanés y nigeriana, como los de la novela)
ejemplifica ese modelo: nació en Londres pero se educó en los EE.UU. y en
Inglaterra, y vive en Roma. Ghana Must Go
(Lejos de Ghana en la traducción de Rita
da Costa que publica este mismo año Salamandra) es un gran debut.
No cabe ninguna
duda de que su autora es una importante adición al elenco de autoras de origen
africano que están destacando en el panorama actual de la novela, como es el
caso de NoViolet Bulawayo (We
Need New Names) o Chimamanda Ngozi Adichie. El punto de vista que
predomina en Ghana Must Go es no
obstante muy diferente del de la novela de Bulawayo, por no hablar de su
técnica y estilo. Si me pidieran elegir entre una y otra, aconsejaría leer
primero a Bulawayo, por el profundo impacto que me causó su historia, y sin
ánimo de desmerecer la obra de Salesi. Se trata, sencillamente, de una
preferencia personal, puesto que últimamente trato de huir de novelas que parecen estar en parte elaboradas para que las lleven a la pantalla: y éste es, en mi opinión, el caso de Ghana Must Go.