Robert Forster, Grant & I. Inside and Outside The Go-Betweens (Australia: Penguin Random House, 2016). 339 páginas.
Hace la tira de años, un tema habitual de conversación entre amigos giraba en
torno a cuál de los dos Beatles, Lennon o McCartney, era nuestro compositor
favorito. Admito que, si en un principio las melodías de Paul me resultaron más
pegadizas, a la hora de la verdad fue John el que ganó en esa competición
inexistente.
La verdad es que lo mismo me podría haber ocurrido con The Go-Betweens, el
grupo formado en Brisbane por Robert Forster y Grant McLennan a finales de la
década de los años 70. Forster y McLennan fueron los dos compositores del grupo
hasta la muerte del segundo en mayo de 2006. Dos tipos diferentes (uno alto, el
otro bajo), dos personalidades bien distintas, dos formas de concebir la música,
pero, tal como cuenta Forster en este libro, los dos compartieron una amistad a
prueba de bomba.
Robert y Grant en Alemania. Fotografía de Barbara Mürdter. |
Soy quizás (digo quizás porque las matemáticas nunca son perfectas en estos
casos, pero las probabilidades son muy altas) la única persona que haya visto
un concierto de The Go-Betweens en Valencia y en Canberra, con más de dos
décadas de distancia entre ambos. Hubo otros dos conciertos (ambos acústicos)
en Sydney antes de que se reformara el grupo como tal, y una hora de Grant
McLennan en solitario con su guitarra, haciendo de telonero para una banda de ruido
electrónico de finales de los 90 cuyo nombre no recuerdo, en un oscuro bar (un hotel, como los llamamos en Australia)
del inner west de Sydney, en alguna
parte de Parramatta Road.
Esta es, obviamente, la versión de Forster de la historia de The
Go-Betweens. McLennan no podrá contar la suya, pero dudo que hubiera diferido
mucho. Forster la narra con delectación, mucho humor y (es de asumir) grandes
dosis de honestidad – puede que The Go-Betweens hayan sido el grupo de rock más
infravalorado de la historia, y sin embargo, lo que queda muy claro con este
libro es que sus dos fundadores supieron complementarse desde un principio.
Se conocieron en la universidad, en Brisbane. Estaban los dos matriculados
en el mismo curso de literatura inglesa, y descubrieron que compartían gustos
literarios y cinematográficos. Y todo lo que después sucedió bien podría no
haber tenido lugar: “A principios de 1977 le pregunté a Grant si quería formar
un grupo conmigo. ‘No’, fue su tajante respuesta.” (p. 86, mi traducción). Por
fortuna, la siguiente vez que hablaron del tema, Grant aceptó. Ese mismo año formaron
el grupo, y su primera actuación fue una pequeña revelación. Interpretaron
‘Karen’ ante una reducida audiencia que recibió el tema con entusiasmo.
“Un atento silencio se extendió por la sala cuando empezamos la canción,
provocado por el ritmo hipnótico de su largo preámbulo; tuve la sensación de
poseer una fuerza que no había conocido nunca en el momento de acercarme al
micrófono para pronunciar las primeras frases: ‘I just want some affection/ I
just want some affection/ I don’t want no hoochie-coochie mama/ No backdoor
woman/ No Queen Street sex thing’.
Llevaba mucho tiempo esperando poder decir eso. Era esta la declaración
de un veinteañero, un manifiesto antirockandroll en su rechazo a los clichés
sexuales, con una referencia local, para más inri. Y seguía así: ‘Helps me find
Hemingway/ Helps me find Genet/ Helps me find Brecht/ Helps me find Chandler/
Helps me find James Joyce/ She always makes the right choice’.” (p. 38, mi
traducción)
Había nacido una pequeña leyenda, pero por aquel entonces ellos no lo
sabían.
Naturalmente, el salto a Londres en la década de los 80 comprende una buena
parte del libro. En una época en la que no existían las herramientas
tecnológicas que hacen tan fácil la comunicación en 2016, marcharse a Londres a
intentar abrirse camino en el dificilísimo mundo de la música joven de finales
del siglo pasado fue toda una aventura. Los resultados fueron una de cal y otra
de arena. Fue algo muy raro que no lograran ningún gran éxito que los
encaramara a lo más alto de los superventas. La cuestión es: Sin dinero, ¿ya no
hay rock and roll?
De los capítulos sobre sus años en Londres, se evidencia la insalvable
dificultad de abrirse un camino fácil en el mundo del disco. Como tantísimos
otros grupos, The Go-Betweens se pudieron ganar la vida con su música, y poco
más. En algún momento llegaron a vivir en un squat londinense porque no podían pagarse un alquiler. La seguridad
económica les fue esquiva, pero no creo que fuera por falta de grandes
canciones. Desde ‘Cattle and Cane’ a ‘Streets of Your Town’, pasando por ‘Your
Turn, My Turn’ o ‘Spring Rain', había calidad de sobra.
Cattle and Cane
Un momento
particularmente significativo (obviamente memorable para Forster) se produjo
cuando oyeron en el squat de Londres
por primera vez su tema ‘Cattle and Cane’ en la radio de la BBC: “En nuestro
improvisado dormitorio en una habitación detrás de la de las lesbianas, una
mañana nos despertaron unos gritos: ‘¡Estáis en la radio! ¡Estáis en la radio!’
Acudimos a trompicones a la habitación frontal de la casa, donde pudimos oír
cómo sonaba la parte final de ‘Cattle and Cane’ en el programa matinal de la
BBC 1. ‘Hemos escuchado Cattle and Cane’,
anunció una voz alborozada que yo no había oído nunca antes en relación con
nuestra música, ‘de un grupo llamado The Go-Betweens. No sabemos nada en
absoluto sobre ellos, pero nos parece que es un disco sencillamente ma-ra-vi-llo-so.’”
(p. 120, mi traducción)
En la historia de
The Go-Betweens que cuenta Forster son varios los hilos temáticos, entre ellos
lo dificultoso que podía ser el génesis de una banda de rock como esta, la
maduración de los jóvenes músicos hasta hacerse adultos y el peaje vital que
pagaron en el camino (Forster descubrió que padecía hepatitis C, mientras que
McLennan se dio al alcohol en exceso). Figura también el tema de lo que difícil
que resulta para jóvenes sin experiencia en el showbusiness lograr el entendimiento con las casas de discos
mientras aspiran a lograr el éxito que los llevará a la fama y el dinero.
The Go-Between Bridge en Brisbane rinde homenaje al grupo de Robert y Grant. Fotografía: Brisbane City Council. |
Tratándose de una biografía, la narración es esencialmente linear, con muy
pocos flashbacks o miradas anticipadas a los episodios que le ocupan en su
historia. La autobiografía arroja mucha luz sobre las circunstancias que los
llevaron a disgregarse a finales de 1989, y sobre los últimos meses de McLennan
antes de su muerte por causas naturales.
Es un libro completamente imprescindible para quienes hayan disfrutado de
su música y de sus letras. Lo que queda muy claro es que en el caso de Forster
y McLennan, la combinación de sus talentos dio un resultado mucho mejor (y
mayor) que la suma de sus logros individuales.
‘Streets of Your Town’ tenía realmente que ser un éxito. Todo el mundo nos
lo decía. Habíamos firmado con Mushroom Records, el sello independiente más
grande del país, y Kylie Minogue era otro de sus recientes fichajes. Hicimos no
uno sino dos videoclips; el primero, el más extravagante de los dos, era el
mejor, y atrapaba el carácter de la canción y del grupo. Lo hizo Kriv Stenders,
quien mucho después haría el largometraje Red
Dog [basado en la novelita homónima de Louis de
Bernières]. El segundo
fue un clip de alto presupuesto de una actuación en MTV para Capitol. Todo
parecía encajar otra vez. Aunque
puede que ‘Spring Rain’ sonara una pizca indie,
y ‘Right Here’ demasiado artificiosa y con un exceso de percusión, ‘Streets’
era un tema infalible para todos los gustos – una melodía ridículamente
pegajosa consagrada en una producción enormemente atractiva y cristalina. (p. 196, mi traducción)